Opinión
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Acuerdo de silencio
E

l desafortunado sainete que canceló el viaje presidencial a Washington y la incursión relámpago de los tres tristes mensajeros desembocó, quién lo supondría, en un arreglo en lo oscurito. Digno epílogo de los peores cuentos de fracasos y errores diplomáticos. La campaña de adhesiones y unidad ha resultado también otra historia de dispendio de la energía colectiva bien intencionada. Poco queda de remanente político a un gobierno sitiado. El feroz tuitero del norte se ha salido con buena parte de su cometido: cumplió al pie de la letra su promesa de ordenar la construcción del soñado muro, encapsuló los ríspidos enojos de sus vecinos y abrió un compás de espera para posibles opositores internos. Puede, por ahora al menos, emprenderla contra otros grupos de enemigos de su muy nutrida pendencia. Eliminó, con un simple telefonazo de presumida hora, varios estorbos molestos que pudieran complicar su apretada agenda de fulgurantes decretos.

La improvisación y fantasiosa diplomacia instantánea ha sido la tónica del aún canciller mexicano y antes plenipotenciario hacendista, consejero áulico presidencial indubitable. Un personaje que sigue afirmando que su consejo de invitar al candidato Trump fue buena idea. Había urgencia de recetarle uno que otro dato del complejo Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) para limar su enjundia, sostiene orondo. Ese mismo funcionario es quien emprendió la fugaz y malhadada incursión de dos días al mero cubículo del desatado lobo feroz. La alegada amistad con el mero yerno de todas las influencias fue la credencial usada como picaporte. Todavía después de su escaramuza de ocho o 10 horas en la Casa Blanca, sostuvo que el contacto había tenido claroscuros. Algo de luz, sin embargo, vislumbró el secretario de las Relaciones Exteriores del gobierno priísta que sabía cómo hacerla. Ajenos a la tormenta emocional que invadía a los mexicanos de acá, permanecieron todo un día adicional rumiando sus inexistentes opciones. El desasosiego de los mexicanos de allá aumentaría al parejo del abierto desamparo, la emisión de tuiteros desaires y los malos entendidos de diversa naturaleza.

Pensar que un funcionario es capaz de diseñar y conducir una negociación de tan extenso alcance es, hay que decirlo, el peor de los dislates de este infortunado mes de enero de 2017. La experiencia, el detallado conocimiento y hasta aceptable patriotismo de varios personajes del entorno público y privado nacional no fue, ni ha sido, requerido por el inteligente, preparado y supuestamente hábil canciller. Él solo, como acostumbra verse, se las ha de arreglar. Prevalecerá sobre los agresivos, mañosos y autoritarios empresarios, agentes del que se mira, a sí mismo, como el mejor negociador del mundo. Por lo menos, el gobierno federal ya debía de haber instalado un completo cuarto de guerra donde se discutieran a profundidad y asentaran las opciones –por pocas que éstas puedan ser– de cara a la inevitable confrontación. Visualizar con precisión no sólo los asuntos comerciales, que son parte sustantiva del núcleo problemático, sino todos los demás aspectos que inciden, condicionan y complican la intrincada relación entre las dos naciones. El diseño y la conducción de una amplia estrategia de defensa y ataque no puede fincarse en un grupo de plutócratas, tal y como propuso el señor Mancera. Estos personajes tratarán de acomodarse para sacar adelante sus masivos intereses. Una buena dosis de sensibilidad ante las pulsiones y necesidades populares es, por ahora, requisito indispensable del éxito en la pendiente negociación.

El rostro que muchos mexicanos quisieran tener al frente de la batalla por venir se asemeja mucho al del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas. Pocos dudarían de su entrega a la causa nacional, y menos aún le sospecharían una actitud subordinada y obsequiosa. Tener la capacidad de pronunciar tajantes y rotundas negativas (el preciado no) es la primera cualidad del probado ingeniero en lides de esa envergadura. El cuadro negociador podría completarse con acompañantes de excelencia diplomática, versados en los intríngulis comerciales. El actual gobierno federal no cuenta, a pesar de las actuales adhesiones a la figura presidencial, con las potestades para conducir a la nación en estas tribulaciones de calado histórico. La numerología que apoya la importancia del TLCAN para los tres países firmantes es harto conocida. La parte ignorada se refiere a las ausencias y los daños ocasionados a varios y trascendentes sectores de la economía, así como al cuerpo social de la nación. Durante todo el proceso de intercambio simplemente se abandonó al productor de granos básicos y la red de protección existente se desmanteló en pos de una etérea fe en la eficiencia. Para ello se adujeron, desde el oficialismo, razones de muy dudoso peso efectivo. Prevaleció, desde la negociación inicial del TLCAN hasta el presente, un profundo ninguneo por la capacidad del campesinado propio. Se perdió así la posibilidad de ser autosuficientes en alimentos y ahora se depende del exterior con los enormes costos asociados a ello. Es, quizá, esta fea realidad, la que más pesará a la hora proponer los obligados cambios venideros.