Opinión
Ver día anteriorMiércoles 14 de diciembre de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Arizta, un pícaro de la pintura
G

uillermo Arizta declara como profesión: ex pintor. Artista y personaje fuera de lo común, los encuentros con su obra y con él son escapadas a ese otro lado donde, según el poeta Arthur Rimbaud, está la verdadera vida.

Irreverente, aventurero, su biografía no es precisamente la del artista laureado oficialmente, reconocido por los comerciantes del arte y la crítica académica. Su vida sería más la de un pícaro de la literatura clásica, un joven bandido de la literatura inglesa descrito por Dickens, un poseído de la novela rusa de Dostoyevsky o Boulgákov.

Arizta, personaje, pues, de la picaresca, fue consentido por su abuela materna y educado por la calle. Pero no calles cualesquiera: su educación fue hecha por las calles vespertinas de la Ciudad de México. Y su aprendizaje de la vida tuvo lugar durante las madrugadas violentas de los callejones de barrios arrabaleros y ciudades perdidas de la capital.

Guillermo se sabe su México hasta la punta de los dedos, a pesar de haber abandonado el país a los 14 años, cuando pasó la frontera de Tijuana, en 1964. Arizta huía de su encantadora progenitora, más que de las autoridades policiacas.

Su instinto y su inteligencia le hicieron comprender muy temprano que la mejor escuela es, según él, la de la calle. Así, irse de pinta se convirtió en una rutina diaria, decidido a encontrar un empleo en esas calles. Las fraternidades crecen con más fuerza cuanto más libre y peligroso aparece el vagabundeo a los ojos de un adolescente. Robar autos es un arte que se aprende con pasión a esa edad. Abrir la portezuela, echar a andar el motor y arrancar el vehículo sin necesidad de llaves es un pase de mago que fascina. Y, si por ese pecadillo se reciben algunos billetes, el placer es colmado. Por aleas de la fortuna, Guillermo llegó un día al garaje donde desmantelaban los autos justo unos minutos después que la policía. Corrió a su casa para confiarse en su abuela, persona sabia y madura, que le aconsejó largarse lejos porque si tu madre se entera, te mata. La autoridad materna es a veces dura. En cuanto a la de su padre, Guillermo tuvo la suerte de no sufrirla porque el querido progenitor había abandonado a su esposa cuando el pequeñuelo no tenía un año de vida.

En California se descubre una inclinación por la pintura. Se las arregla para inscribirse en la Universidad de Berkeley, donde el reconocimiento de su talento le hace pensar que ha encontrado su lugar en la Tierra. Pero su carácter nómada lo conduce a París en 1977. El matrimonio con una modelo húngaro-mexicana, sobrina nieta de Capra, lo lleva a vivir en Nueva York de 1983 a 1986. Divorcio y regreso a París. Excursiones largas en Berlín, Dusseldorf, donde expone y vende. En París lo acoge la galerista Jacqueline Belonte. Un mecenas suizo es su protector desde hace algún tiempo, por lo que vive entre la capital francesa y Zúrich.

Así, no fue azar que conociese a Arizta en el taller de litografías Bramsen. Guillermo, siempre pícaro, se había convertido en el lazarillo de un gran auténtico poeta panameño Edison Simons. Bajito, delgadísimo, tambaleante, Edison, así bautizado por su madre en honor al inventor, vivía más en otro mundo que en éste. El intercambio entre Guillermo y Edison tuvo consecuencias creativas para ambos. La muerte de Simons cuenta acaso en el viraje actual de la obra de Arizta.

Desde hace muchos años, si no desde siempre, Guillermo es fascinado por el vidrio. Muchas de sus obras están hechas sobre cristal. Sin duda, la transparencia del vidrio y la luz que lo atraviesa, animando formas fantasmagóricas, son el secreto de una obra misteriosa y original. Si el cristal lo atrae, él atrae las llamas. Después de organizar el velorio de algunas de sus creaciones, un incendio destruyó su Big Bang-Pietá, obra sobre cristal.

Ahora, espero con curiosidad ver terminada su nueva invención: On the path to ashfarm, videos sobre vidrio, fragmentos del sueño, esa segunda vida.