Opinión
Ver día anteriorLunes 14 de noviembre de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La pesadilla de una larga noche
A

unas horas del comienzo de una pesadilla que pudiera durar por lo menos cuatro años, la pregunta obligada es: ¿cómo tantos pudieron estar tan equivocados en el resultado de la elección? Es difícil contestar de un solo plumazo. Hay varias respuestas que con el tiempo pudieran dar las claves para entender lo que pasó. Habrá que revisar la larga lista de las razones de por qué las encuestas que favorecían a Hillary Clinton estuvieron equivocadas.

En los días previos a la elección, pocos fueron los medios de comunicación que pusieron en duda el triunfo de la señora Clinton. La certeza y las ganas de que ella se convirtiera en la primera presidenta de Estados Unidos impidieron que millones de votantes advirtieran los nubarrones que se cernían sobre los comicios. Para muchos es motivo de frustración no haber caído en cuenta sobre la inminencia de esa tormenta y la incapacidad de leer y entender los mensajes que desde diversas partes del país enviaba un electorado inconforme con el rumbo que había tomado el país. Si el equipo de campaña de la señora Clinton y el liderazgo del Partido Demócrata, con todos los medios a su alcance, no pudieron detectar ese vendaval, se debió a una ingenuidad o un descuido imperdonable.

Al fin de cuentas, un cúmulo de paradojas derivaron en uno de los más sorpresivos desenlaces de cuantas elecciones se hayan celebrado en Estados Unidos. Fue paradójico que estados como Michigan, cuya industria fue salvada por una administración demócrata, haya votado en contra de la candidata de ese mismo partido. Otra paradoja es que los estados del denominado corredor industrial, que tradicionalmente han sido considerados demócratas, frustrados por el deterioro de sus condiciones de vida, hayan votado por el aspirante republicano, cuando fue precisamente su partido el que obstaculizó las medidas para lograr un mayor bienestar en esa y otras regiones.

Se dice que el racismo jugó un papel importante en el voto en favor de Trump. De ser cierto, entonces habría que explicar la paradoja de que los mismos que ocho y cuatro años antes dieron el triunfo a un presidente afroestadunidense, ahora votaran en contra de la candidata que él apoyaba. Resulta difícil de creer que en cuatro años varios millones de ciudadanos se volvieran racistas. Lo que sí es factible es que la verborrea de Trump haya despertado el instinto racista y xenófobo que anida, no en todos los que votaron por él, pero sí en muchos de ellos. Encontraron en su discurso una reivindicación a su proclividad fascistoide y una licencia para dar rienda suelta a sus manifestaciones de odio. Ejemplo de ellas fue la profusión de símbolos y consignas nazis que aparecieron a unas horas de conocerse los resultados de la elección. Miles de afroestadunidenses, latinos, árabes, judíos, musulmanes y asiáticos abrigan un explicable temor ante la inminencia de ser agredidos por esas hordas de salvajes.

Por último, pero no al último, fue evidente que en una desesperada búsqueda de cambio, y rebelión en contra las dinastías y el statu quo, muchos electores optaron por la incertidumbre que ofrecía un candidato ignorante de las artes en manejo de los asuntos del Estado que considera que los políticos, y con ellos la política, son un tumor maligno que debe ser extirpado.

En este contexto, la tragedia inmediata es la de miles de menores que se preguntan con lágrimas: ¿qué pasará con nosotros cuando se cumplan las promesas de Trump de deportar a nuestros padres?

La serpiente ha salido de su cascarón, y la noche pudiera ser larga.