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Quién vive
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Pete Townshend en el Palacio de los DeportesFoto Fernando Aceves
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or esta ocasión no escribiré de cine, sino de rock. Del mejor rock que se puede escuchar, por cierto. Sin duda, fue un acontecimiento histórico el concierto de los Who el pasado jueves en el Palacio de los Deportes. El fundamental grupo británico nunca había tocado antes en nuestro país, una deuda que quedó saldada con creces.

Para mí, debo confesar, era un pendiente existencial. He sido un devoto de los Who desde mi adolescencia, a partir de que escuché en la radio la canción I Can See For Miles, esa rabiosa invectiva de celos, puntuada por las percusiones propulsivas de Keith Moon y la guitarra amenazante de Pete Townshend. Fue mi Camino a Damasco. Puede decirse que los Beatles nutrieron el soundtrack de mi infancia, pero los Who enardecieron mi sique adolescente.

Otro momento definitivo fue cuando me regalaron el disco Live at Leeds, la primera grabación (legal) de los conciertos del cuarteto londinense, hecha en el momento en que los Who ostentaban la fama de ser la mejor banda en vivo del mundo. El disco lo atestiguaba con pasión. Desde entonces, mi fantasía rockera primordial era ver al grupo en vivo y dejar que me apabullara esa mezcla de talento puro y criminales decibeles. Pero el rock estaba prohibido en México. Para mayor decepción, la muerte de Moon en 1978 parecía reforzar la imposibilidad.

Luego vino la apertura. Desde los 80 dejó de ser un sueño guajiro que algún grupo de rock importante tocara en el Valle de Anáhuac. Sin embargo, los Who no vinieron. Se murió también su singular bajista, John Entwistle, y las esperanzas de que el grupo subsistiera parecían desvanecerse.

Sin embargo, Townshend y el enérgico cantante Roger Daltrey no se dieron por vencidos. Decidieron juntarse con nuevos músicos de potencia –entre ellos Zak Starkey, el hijo de Ringo, en la batería– y siguieron haciendo giras mundiales, que excluían a México. En 2007 parecía que se daba el milagro. Ocesa anunció un concierto de los Who… que fue cancelado cruelmente por problemas de salud de Daltrey. Puro coitus interruptus.

Para no hacer el cuento más largo, saltemos al 12 de octubre pasado. Con un retraso de cuatro décadas, por lo menos, los Who –ya convertido en octeto– más que compensaron su ausencia con sus seguidores nacionales. Que no son muchos, si se les compara con los que acudieron en masa a ver al demagogo Roger Waters hace un par de semanas. Pero me sorprendió encontrarme con chavos veinteañeros que se sabían las letras hasta de las canciones no tan conocidas del repertorio.

Hasta un cínico certificado como Townshend se vio conmovido con el entusiasmo desbordado del respetable. En las pocas palabras que dirigió al público, en inglés, lamentó no haberse presentado previamente en México. Nosotros también, Pete. Tanto él como Daltrey desmintieron su calidad de septuagenarios con una energía y un profesionalismo típicos de s-s-s-u generación. Fueron dos horas de nirvana para el ansioso quiénfilo nacional. Veintidós canciones que recorrieron las diversas etapas del grupo, concentrándose en sus discos más emblemáticos: Tommy, Who’s Next y Quadrophenia. Aunque también hurgaron en sus inicios, tocando canciones clave como I Can’t Explain, The Kids Are Alright, My Generation y, para mi beneplácito, I Can See For Miles.

Hace años, un ignorante que se dice conocedor cuestionaba mi admiración por los Who, diciendo que le asombraba cómo solo cuatro individuos podían hacer tanto ruido. Ese ruido glorioso se llama rocanrol. Peor para quien no lo entienda así. Y el miércoles disfrutamos una dosis portentosa como para durarnos una vida.

Twitter: @walyde