Opinión
Ver día anteriorViernes 7 de octubre de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
No pasa nada…
L

a angustia y la incertidumbre por los desaparecidos desde el 68 hasta la actualidad. Las posibles y terribles consecuencias nos tienen pasivos, en estado de consternación, de aparente ¡no pasa nada, nada de nada! Perplejos y aturdidos ante tanto horror, los sentimientos que nos invaden apuntan hacia una espantable sensación de vulnerabilidad extrema. La depresión paraliza el alma y la desesperanza desorganiza. El desvalimiento y el dolor se entremezclan mientras las listas de muertos y desaparecidos, ésas si, ¡van al alza! Y nadie sabe…

Sin embargo, no podemos permitir que el dolor nuble nuestra capacidad de reflexión y menos aún que el rencor oscurezca nuestro entendimiento. Quizás lo más dramático y duro de aceptar es no haber aprendido de nuestra historia. Seguimos dando vueltas en la noria, instalados en la compulsión a la repetición. Nuestra gran civilización no sirvió más que para matar de manera cada vez más sofisticada.

Pero, ¿cómo transmutar en lenguaje esa compulsión a repetir a la destrucción, si no llega a la conciencia y se ve obnubilada por el odio y el rencor? ¿Cómo transmutarla en lenguaje y negociación pacífica y racional, si el instinto de muerte es un reactivo al revés, una inapropiada visión retrospectiva de lo que es y no es? El mundo se revela con ínfulas de urbanidad electrónica suprema, pero desmentida por las disonancias de la agitación estruendosa de las masacres, el hambre, las desigualdades brutales, las ejecuciones, el ecocidio, la corrupción e impunidad, que rebasan la razón. Sensación de fracaso e impotencia: en suma, repetición inelaborable de la historia que se repite sin enmienda.

Sigmund Freud escribió en 1920 Más allá del principio del placer, donde introduce la pulsión de muerte. En él se conjuntan de manera clara y original las diferentes formas de lo que suele llamarse lo negativo: odio, destrucción, agresión y sadomasoquismo. Pulsión de muerte, fuerza irrefrenable que se propone reducir en forma regresiva lo más organizado a lo menos organizado, las diferencias de nivel a la uniformidad y lo vital a lo inanimado, la muerte como fin último. Pulsión de muerte que, silenciosa emerge como energía destructiva que se vuelve sobre el otro, o sobre lo que de mí mismo proyecto en el otro.

Las naciones progresaron y su avance material sirvió para proporcionar a sus pueblos medios más poderosos de destrucción. En cambio, su avance moral y racional no le ha servido para sostener la fraternidad entre los hermanos –Colombia– y sí para confirmar que en el fondo de la persona se ocultan fuerzas irracionales que compulsivamente se repiten y tienden a la destrucción. Parece indudable que la raza humana no tiene enmienda y que el proceso de la evolución cultural es una ilusión. Los muertos –desaparecidos– aniquilan una vez más lo construido, determinando un nuevo caos acompañado de una estela de dolor que se convierte en trauma inelaborable que, en un intento fallido de elaboración de lo traumático, tenderá a repetirse una y otra vez.

Violencia engendra violencia, atacamos al supuesto enemigo porque nos refleja nuestra peor parte y al matarla en el otro creemos poder deshacernos de aquello que le proyectamos. No toleramos la imagen de nosotros mismos que el otro nos refleja. De allí nuestra intolerancia a la diferencia, al otro, a lo que el otro me dice de mí mismo.

¿Cuándo será el tiempo para reflexionar y no actuar nuestros impulsos destructivos reprimidos y desplazados en el otro? ¿Cuándo el tiempo de asumir con conciencia, y no acicateados por el odio, las fuerzas irracionales ocultas desde donde podemos actuar? ¿Cuándo el recordar, para no repetir?