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La vida en otra parte
H

ay algo esencialmente excéntrico en la obra de Angelina Muñiz-Huberman (1936) a partir de que sucede, toda, en el país de la literatura. De creación, recreación y análisis está poblado el edificio de esta autora inclasificable. Que se le puedan endilgar clasificaciones varias es señal de que ninguna es suficiente. Hija del exilio, ya peregrina nace en Francia. Así será su España, no el país de Franco, ni la República como fue para sus padres. Sus migraciones culminarán en México, donde se hace escritora y se parapeta en la doble rama de enseñanza universitaria e investigación de la lengua hispánica originaria. Sin embargo, pudo ser de otro modo. Como pensadora y narradora, Muñiz-Huberman escribe desde una identidad judía abrazada al sueño de la Historia. Su misticismo, fincado en lo racional, encuentra fijeza en María Zambrano y alas en Teresa de Ávila. Se asume judía de México (Esther Seligson en la otra cara de la Luna) en el hilo de la incombustible lengua sefardí, la primera de Elías Canetti, en la que han inventado Juan Gelman y Miriam Moscona. Ensayista de la Cábala, cuentista, novelista y fabuladora de judíos entre gentiles, borgeanamente afín a Joseph Roth y el olvidado Lion Feuchtwanger, se prefiere paralela a Georges Perec.

En cambio su poesía, despojada del cosmopolitismo errante, sucede en el terreno de la tradición peninsular moderna. Hereda el exilio cernudiano y leonfelipesco, y se hermana con el exilio interior de dos Ángeles: Valente y González. A diferencia de su narrativa, la poesía de Muñiz-Huberman (Rompeolas, FCE, 2012; Cosas veredes, Ediciones Sin Nombre, 2016) es de pura realidad en un idioma directo que para todo tiene nombre. Poeta mexicana, sí, pero interpreta lo real sin albur y está libre de los influjos anglosajones tan dominantes aquí.

Todas estas tensiones asoman en Arritmias (Bonilla Artigas, México, 2015), libro dislocado, sorprendente incluso para la autora que lo ve como un despropósito, un borrador de la incertidumbre. Si bien es una colección de claves judías, para cimentar su propio método fragmentado y concéntrico da paso al alemán de ninguna parte W. G. Sebald: Escribía porque no le quedaba más remedio. Era su modo de ser, dice del escritor que desaparece detrás de sus páginas. No pertenecer ni a nada ni a nadie: ser un ciudadano del exilio, de idiomas entremezclados, personaje y autor uno solo, pretexto para hablar de sí y encarnar al mismo tiempo la inconstancia del siglo XX.

De tal inconstancia nace Arritmias. A Hannah Arendt, Simone Weil y María Zambrano las reúne a pensar. Sigue las rutas y aventuras de Robert Capa, Gerda Taro y David Seymour, su maleta mexicana y los infortunios de aquel trío de fotógrafos de guerra, judíos errantes, revolucionarios.

Muñiz-Huberman desentraña también memorias profundas de su propia infancia y alrededores. Interpreta con lucidez tardía las motivaciones de sus mayores en un mundo que fue. La sobrevivencia transatlántica será justo lo que no consiguió Walter Benjamin, otro paseante arrítmico en este viaje de libro, marxista de la razón poética dado a esperar hasta que una noche abdica de toda esperanza en Port Bou, a la vista del mar de la libertad al que no llegó porque no le dio la gana.

Bitácora del desconcierto, Arritmias embona en el espacio donde opera la memoria. ¿Quién que explore hoy los pasos perdidos está a salvo del destello proustiano? A los 12 años ya contaba con un amplio pasado para recordar. Muñiz-Huberman crece con la guerra pisándole los talones y experimenta el Holocausto, aunque en carne ajena. No era del lugar donde vivía, lo que la hacía imaginar cómo hubiera sido su vida en otra parte. En Madrid en 1936, si no hubiera estallado la guerra civil. En Francia en 1939, si no hubiera estallado la Segunda Guerra Mundial. Y si sí hubieran estallado las dos guerras, en Cuba en 1940. Aunque Cuba fue una realidad como lo fue después México, hubieran o no estallado las susodichas guerras. Pero la realidad real no era real, sino la otra.