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Los balazos en el cuarto donde estábamos eran disparados por otra persona, afirman

Sobrevivientes del ataque en Orlando aseguran que hubo más de un tirador

Vi caer gente herida y muerta; creí que el siguiente era yo, expresa uno de los asistentes

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Anika Cortés, de origen mexicano, expresa su sentir tras el ataque en el bar, donde perdió un amigoFoto Sanjuana Martínez
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Domingo 19 de junio de 2016, p. 10

Orlando.

El instinto de supervivencia salvó a Juan Antonetti de ser asesinado en el bar Pulse: “me metí debajo de una mesa. Estuve allí 17 minutos. Vi caer a la gente herida y muerta. Le llamé a mi amigo David y le dije ‘me iban a matar, aquí están matando a todo mundo’. Me despedí, apagué el teléfono y agaché la cabeza, pensando que el siguiente era yo, que él me iba a disparar”.

Lo que iba a ser una cita familiar con sus sobrinos, se convirtió en una noche de terror: minutos antes, salí con mi sobrina a sentarnos al patio, fui al baño y cuando salí oigo tres disparos, pero pensamos que era cosa de la música, luego apagaron la música y allí nos dimos cuenta de que estaban disparando. Entré en pánico, cuenta en entrevista con La Jornada.

Los demás corrieron, pero a Juan Antonetti le amputaron una pierna a consecuencia de un accidente y con las muletas que usa, la huida resultaba prácticamente imposible: lo único que pensaba es que mi iba a matar. Me quedé debajo de la mesa. Si yo me paraba para salir, él me iba a disparar por la espalda. Me vi en el cielo y le pedí a Dios que no me dejara morir así.

De 48 años y origen puertorriqueño, como la mayoría de las víctimas, finalmente fue rescatado por los policías: si hubiera estado adentro del bar no estaría ahorita contándolo.

Antonetti recorre ahora las inmediaciones del bar Pulse, ubicado en la avenida Orange, y muestra su tristeza por lo sucedido: muchos de mis amigos murieron, dice mientras camina con sus sobrinos, quienes también sobrevivieron a la masacre.

Desde el 11 de septiembre de 2001, éste es el peor atentado ocurrido en Estados Unidos, en el que murieron 50 personas y 53 resultaron heridas; los sobrevivientes cuentan sus historias y consideran lo sucedido como un crimen de odio contra la comunidad LGBT.

Malcolm Barraza, de 29 años, bailarín, instructor y coreógrafo, aún no puede creer todo lo que ha vivido en horas recientes. El domingo 12 de junio, salió de trabajar junto con otros cinco amigos y decidieron ir al bar Pulse, como de costumbre.

Todo era alegría, tragos y baile. Y muestra un video en el que se ve a sus amigos riendo y divirtiéndose. De pronto, dice, la noche se convirtió en una pesadilla: con el primer disparo, yo supe lo que estaba pasando. Todo mundo empezó a gritar, nos tiramos al piso. No pensé en morir, pensé en salir, quería correr. Era el horror.

Está sentado en una banca del barrio de la Orange, cerca del bar. Usa una camiseta sin mangas y pantalón de mezclilla. Lleva el cabello corto y piercings en ambas orejas. Mira al infinito y se le nubla la mirada por las lágrimas: ellos ya no están aquí, dice en referencia a quienes murieron.

Añade: tenía miedo, pero era más mi deseo de vivir que el miedo. Quería vivir, puse toda mi energía para salir de allí. Nunca vi al tirador, nos tiramos al suelo y luego empecé a correr, nunca miré para atrás.

A pesar de que hay testimonios de sobrevivientes que hablan de más de un tirador en la matanza, la policía de Orlando ha descartado esa posibilidad, pero Barraza insiste: sabíamos que había más de uno. Los balazos en el cuarto donde estábamos escondidos eran disparados por otra persona que estaba allí. Luego afuera hablé con otro chico que me dijo que él miró al tirador con el rifle caminando de un cuarto a otro y luego vio a otra persona con una pistola. Fueron varios tiradores, pero los otros seguramente escaparon.

Barraza nació en Miami, pero sus padres son cubanos. Llegó a esta ciudad a dar un curso en una escuela cercana al bar Pulse. Cuenta que es asiduo del lugar, orientado a la comunidad LGBT, fundado por Barbara Poma, luego de la muerte de su hermano, víctima de sida: “es un lugar súper, con música buena y gente bien bonita. Siempre que estoy en la ciudad trato de ir. Y esa noche era la fiesta latina. Trabajamos todo el día y al salir nos fuimos al bar a divertir un rato. Fue una noche regular, bailando y tomando con los amigos, disfrutando.

A las 2:30 de la mañana empezaron los balazos: yo sabía lo que estaba pasando, sabía que teníamos que salir, salir corriendo. Entramos a un vestidor, luego vimos un pasillo y nos fuimos al fondo. Cuando llegué atrás vi gente corriendo y todos acabamos en una especie de trampa, no había salida por la parte trasera, estaba bloqueado.

Añade: “nos tiramos al piso, las luces se apagaron. Luego vimos una salida tapada con madera y un muchacho se subió a un refrigerador y le empecé a gritar ‘dale duro, pégale, dale’. Le dio unas cuantas patadas y se abrió por la parte de arriba y él salió, enseguida pude salir, pero otras personas no cabían y las ayudé”.

Finalmente logró salir a la calle: corrí y corrí y encontré a mis amigos afuera, todos menos a uno que en ese momento me estaba llamando por teléfono y estaba escondido porque tenía miedo, luego lo encontré. Después nos fuimos caminando por la calle y vimos personas heridas, sangrando y pidiendo ayuda.

Auxiliar a los demás

Malcolm cuenta que fue a su coche, en el que tenía unas banderas que usa para un espectáculo, las cuales utilizó para hacer torniquetes a los heridos: “empecé a amarrar los brazos, las piernas de las personas para ayudar; también a cargar a los heridos. Una chica lloraba diciendo que no podía, estaba desesperada y dejó caer a uno de los heridos y yo le dije: ‘vamos, ayúdame, respira, empuja, si puedes’. Lo cargamos y lo llevamos al camión”.

Durante varias horas, Malcolm se dedicó a auxiliar a los demás: “encontré a otra que no podía caminar porque tenía los pies heridos, luego la puse en el camión, allí había dos cuerpos boca abajo y sabía que ellos estaban muertos. La miré a la cara y le dije que necesitaba ser fuerte; ‘aguanta, vas a estar bien’. De allí encontré a dos chicas más que no traían teléfono y las llevé a un restaurante cerca para que su familia viniera a recogerlas”.

Eran las 4:30 de la mañana cuando decidió retirarse con sus amigos porque tenían que empezar a trabajar a las ocho de la mañana: al día siguiente salió la lista de los muertos y empecé a llorar. No lo puedo creer. Ellos no tienen voz, por eso estoy aquí. Sé el terror que sentí en el bar y pienso que esa sensación de terror fue lo último que sintieron esas personas que ahora están muertas.

Dice que no tienen ninguna duda de que el responsable de la matanza Omar Mateen actuó por odio contra la comunidad gay: son personas que no tienen amor en su vida, ni amigos, personas que su mente vive en la oscuridad y necesitan más amor que nunca. No pienso en él, lo que me importa es saber que necesitamos amar más y estar más unidos. No podemos pensar en el asesino, eso es lo que él quería. Nos urge abrir las mentes de todo mundo. Necesitamos amar, amar y amar.

Añade: necesitamos hablar, alzar la voz, decirles que no tenemos miedo, que no vamos a dar marcha atrás. No podemos darles el beneficio del miedo, ahora tenemos que estar más fuertes que nunca, necesitamos estar unidos y dar amor a todo el mundo, porque sin el amor y sin luz, cosas así pasan.

Alrededor del bar Pulse la comunidad del barrio se ha solidarizado, entregando agua y comida. Malcolm camina por la calle Orange y reflexiona sobre su opción sexual: ¿quién me puede decir a mí como vivir mi vida? Nadie.

Comunidad latina

En la matanza del bar Pulse murieron cuatro mexicanos. Las manifestaciones y vigilias en protesta se han realizado durante toda la semana en distintos lugares de Orlando y el resto del país.

Más de mil personas se concentraron en el parque del Dr. Phillips Center, en el centro de esta ciudad, donde líderes de la comunidad LGBT expresaron su indignación, como Anika Cortés, de origen mexicano, cuyos padres son de Guadalajara y Zacatecas y lleva una bandera del arcoíris, combinada con el escudo nacional mexicano.

En entrevista, cuenta que a las 3 de la mañana la despertó un fuerte ruido de sirenas: escuché las ambulancias, las patrullas y los helicópteros. No sabía qué estaba pasando. Mis amigos me empezaron a llamar preguntándome si estaba bien.

Su casa está ubicada cerca del bar Pulse y es asidua del lugar. Su amigo Stanley Almodóvar murió: estoy muy triste. Una amiga que sobrevivió me contó que Stanley salvó a varias personas, pero él no logró salir con vida. No es justo.

La puertorriqueña Wanda Soto, madre de dos sobrevivientes, no puede contener el llanto. Su mejor amigo, Franky Jimmy Dejesus Velázquez, fue una de las víctimas: él no se lo merecía. Vine porque quería estar cerca. No puedo creer que ya no esté con nosotros. Es duro saber que ya no está, fui a su cuarto y no puedo aceptar que se ha ido.

Desconcertada por la falta de información oficial sobre los detalles de la matanza, dice: todos estamos esperando saber qué fue lo que realmente ocurrió. Queremos saber por qué esta persona loca hizo esto, por qué quería arrancar la vida de tanta gente, tal vez no tenía alma. No está claro lo que hizo. No hay una explicación para esta masacre. Si ellos quieren ser gays que sean. ¿Quién los va a juzgar? No son Dios para hacerlo.