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Más allá de Chenalhó
L

o que pasa en Chenalhó (lo digo en presente porque el fuego no se ha apagado) debe examinarse más allá de la obvia dimensión de los conflictos poselectorales o del innegable pero parcial componente de género. Pero para ir al fondo del asunto es necesario retroceder en la historia a algo que no es de este momento ni exclusivo de Chiapas, pero que, sin embargo, es la raíz profunda de lo que sucede aquí y ahora.

La gran lección del siglo pasado para la clase política mexicana fue que para mantenerse en el poder era necesario hacer concesiones al pueblo; concesiones, no aisladas y coyunturales, sino, por decirlo así, de carácter permanente y estructural. Esa fue la política social de los gobiernos emanados de la revolución que permitió al PRI mantenerse en el poder por 70 años ininterrumpidos de relativa estabilidad social. Todos sabemos por supuesto los vicios que acompañaban y corrompían esta política social: falta de democracia, paternalismo, corporativismo, clientelismo electoral, aplicación de un modelo económico que en el fondo era incompatible con esas demandas, corrupción, etcétera. El sistema tenía sus claros límites y quien intentara rebasarlo se atenía a las peores consecuencias (Tlatelolco no se olvida). Sin embargo, esa dimensión social era real y una de las pruebas de ello es el vacío que aparece ahora que se está desmantelando.

Las nuevas generaciones de la clase política, formadas en las alturas enrarecidas del neoliberalismo, no supieron o no quisieron ver la diferencia entre la política social y los vicios que la parasitaban. Metieron todo indistintamente en un mismo saco, le pusieron la ambigua etiqueta de populismo y lo tiraron a la basura. Reza el dicho que se tira al niño junto con el agua de la bañera, pero podríamos modificar la imagen diciendo que en este caso tiraron al niño y se quedaron con el agua sucia, pues las políticas sociales y nacionalistas se han ido, pero ahí siguen la corrupción, el clientelismo, la falta de democracia. Para muestra, el botón del SNTE: lo que se ha combatido es todo intento de independencia política –incluso la independencia sui géneris , ajena a la democracia, de la maestra Elba Esther– lo que se ha mantenido es la incondicionalidad política y burocrática y la manipulación electoral.

Al desconocer la gran lección del siglo XX, a la que debía su permanencia en el poder, la nueva clase política se quedó sostenida por tan sólo tres puntales, rígidos pero no sólidos: la manipulación mediática, el clientelismo descomunal pero por goteo (a final de cuentas, la compra del voto a escalas que reducen a la insignificancia la antigua práctica del la torta y el refresco) y la fuerza bruta, en última instancia, el Ejército. En lugares como Chiapas, de alta marginación social y muy incipiente conciencia política (luces que apuntan en la dirección contraria como el trabajo de la diócesis de San Cristóbal y el relámpago del zapatismo no deben impedir ver esta triste realidad generalizada), la manipulación mediática asume las características tragicómicas de la exaltación cotidiana de un gobernador en campaña permanente, el clientelismo de los apoyos y programas de gobierno tiene la sutil eficacia de una aplanadora y el Ejército y otras formas de represión están siempre a la vuelta de la esquina.

A esto hay que añadir un dato que es más específico de Chiapas. Resulta que el gobernador y un sector de la clase política que le acompaña, con una increíble ceguera producto de la ambición desmesurada de poder (esa hubris de la que tanto habla Javier Sicilia, que inevitablemente trae consigo su némesis) decidieron tirar por la borda no sólo las políticas sociales del viejo PRI, sino hasta el mismo caparazón y nombre del partido, ignorando que, si en algún lugar había echado raíces y tenían que agradecerle su propia permanencia en el poder era entre las comunidades indígenas de Chiapas. Echaron mano del Partido Verde, que nació para ser comparsa de otros, y lo convirtieron en el centro de su proyecto político. Así, nada más por sus pistolas impusieron a los candidatos del Verde en comunidades de vieja raigambre priísta. Chenalhó no es más que el último de una larga lista: Chamula, San Andrés, Oxchuc, Chanal, Altamirano y muchos más. Prácticamente todos los conflictos poselectorales que han asolado Chiapas desde las elecciones del año pasado son así, creación y responsabilidad exclusiva de los mismos que ahora padecen sus consecuencias. En el caso de Chenalhó se complica por la combinación con la sobrevivencia de los paramilitares responsables de la masacre de Acteal, pero eso ameritaría un análisis aparte.

La división en las comunidades y la destrucción del tejido social es ya, desgraciadamente, una triste y vieja historia en Chiapas, fruto en buena medida (aunque no exclusivamente) de los planes de contrainsurgencia para enfrentar la insurgencia zapatista. Pero con estas acciones, la clase política ha llevado la división al interior de sus propias bases de apoyo y ha dado un nuevo giro a la destrucción del tejido social. La confrontación en Chenalhó no tiene nada que ver con las fuerzas independientes del municipio, los zapatistas, las Abejas, ni siquiera con la relativa oposición de los partidos así llamados. Son simplemente los viejos sectores gobiernistas, arbitrariamente divididos por sus propios jefes estatales en priístas y verdes, que se disputan el botín del presupuesto municipal, punto. Pero entre las patas se están llevando a todo el municipio (para no hablar del antiguo secretario de Gobierno y hoy líder del Congreso). Ya volvieron a salir desplazados de su comunidad las Abejas de Colonia Puebla (por tercera vez desde 1997) y dos personas, incluyendo una mujer menor de edad, murieron allí por el fuego cruzado entre priístas y verdes (por cierto, ni las muertes ni los desplazados indignaron tanto a las autoridades como los maestros peluqueados). Hasta las comunidades zapatistas, claramente ajenas a toda pugna partidista, se sienten preocupadas por una violencia que en cualquier momento podría dirigirse contra ellas.

A primera vista esta situación es producto de la ceguera y de la increíble insensibilidad política de la clase gobernante, más que de un plan deliberado para crear mayor desestabilización; la suerte corrida por el líder del Congreso, parecería corroborarlo: no han sido capaces de protegerse ni a sí mismos. Pero, ¿quién sabe? Chiapas es sede y destino de importantes megaproyectos y sabemos de las presiones crecientes en toda América Latina para llevar a cabo cueste lo que cueste los proyectos trasnacionales. A río revuelto, ganancia de pescadores. ¿Y el tercer puntal? ¿Estará el Ejército como pretenden con Ayotzinapa, ahí nomás, mirando?

*Asesor de proyectos de educación alternativa en Chenalhó.