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Su cuerpo lleva tatuada la biografía de la enfermedad, que comenzó a los 17 años

Guajardo, dos veces competidor de crossfit y sobreviviente de cáncer

Se identificó con la terquedad del salmón para encontrar fortaleza y sobreponerse al padecimiento

Las muletas mentales son las que nos ponen límites sin permitirnos realizarnos, dice el regio

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Kike Guajardo, durante una competencia. Ahora da pláticas motivacionalesFoto cortesía Enrique Guajardo
 
Periódico La Jornada
Martes 15 de marzo de 2016, p. 9

Los tatuajes cuentan una historia paralela a la que vociferan las cicatrices en el cuerpo de Enrique Guajardo. El brazo izquierdo narra una biografía de tinta que comienza con un salmón en pleno vuelo para remontar la corriente y que culmina con un mapa que va de México a la Patagonia.

En ese collage destaca un reloj que marca las 11:25. También una brújula y un retrato de su madre, para no perder ni origen ni rumbo. Trazos que son el relato paralelo a las huellas estriadas que le dejaron 36 cirugías durante sus dos batallas contra el cáncer.

Kike descubrió que hay una enfermedad que ocurre en el cuerpo y destroza células, huesos y órganos, que produce dolor inexpresable y mata, pero que ese mismo padecimiento arrastra una forma de vivirla e imaginarla.

Las metáforas de la enfermedad de las que escribió la estadunidense Susan Sontag, estereotipos y fantasías contra los que también tuvo que rebelarse Guajardo en los recientes 13 años desde que le detectaron el mal, un 25 de noviembre que quedó simbolizado en la hora 11:25 de un reloj tatuado sobre la piel.

El diagnóstico y su medicación tuvieron ecos de sentencia de muerte en la imaginación de aquel joven que entonces tenía 17 años.

Todo fue porcentajes

Todo fue porcentajes. Uno para las probabilidades de vida, otro para los riesgos en el tratamiento, uno más para explicar lo que podría ocurrirme durante la cirugía, entrar en coma o morir, y otro sobre las posibilidades de que tuvieran que amputarme la pierna. Pero uno no piensa su vida en porcentajes, dice Kike, nacido en Monterrey en 1986.

Esa lista macabra lo puso de frente a la idea de la muerte a unos días de que cumpliera la mayoría de edad. Se sintió como un niño, vulnerable, que tenía que asumir una elección profunda.

Sólo tienes dos opciones: o te rindes o luchas. No hay más. Por eso me identifiqué con la imagen del salmón. La terquedad es lo que lo lleva a remontar la corriente. Yo también me sobrepuse con terquedad, refirió.

Revertir el avance del cáncer significó un proceso agresivo con su cuerpo y doloroso de recuperación después de haber perdido 25 kilogramos.

No nos gusta recordar el dolor, dijo Kike sobre ese mecanismo humano que pretende conjurar las crisis con sólo negarlas. Como tampoco nos gusta pensar que en algún momento todos podemos caer enfermos.

La elección fue enfrentar el dolor, inmenso. Ni siquiera es capaz de describirlo, aunque lo recuerda, pero no salió intacto.

Además de las cicatrices que le dejaron las cirugías, Guajardo quedó hundido en una depresión que a veces trastocaba en un rencor profundo hacia quienes no habían padecido nunca una enfermedad grave.

Me daba rabia que me pidiera que le echara ganas, gente que sólo había padecido una gripe. Por qué decían que me entendían, cuando no tenían idea del dolor y el sufrimiento por el que había pasado, relató.

El cáncer detuvo su curso, pero reapareció tres años más tarde. Kike no sólo encontró en el salmón una figura de identificación. Suele mirarse como un boxeador que cae a la lona y se levanta con la dignidad y el coraje de quien quiere terminar en pie.

Después de tantas cirugías y quimioterapia, de terminar sin pelvis –porque la que provenía de un cadáver y la de titanio las rechazó su cuerpo–, de perder músculos necesarios para mover una pierna, el camino de Kike volvió a replicar al salmón.

Todo lo que le anticiparon que no podría volver a hacer en esas condiciones lo transformó en un reto para salir adelante.

Me dijeron que no podría ni ponerme los calcetines. Tenía que usar un aparato para colocármelos, pero decidí que encontraría el modo y así lo hice, recordó.

Nada le resulta más insoportable a este regiomontano, a punto de cumplir 30 años, que la mirada compasiva que se le dedica a las personas que tienen alguna enfermedad o quienes viven con una discapacidad. Por eso necesitó eludir las formas sentimentales con las que se percibe la enfermedad y sus secuelas.

Un recurso para sacudirse de ese estigma fue intentar hacer todo aquello que le dijeron que estaba fuera de sus posibilidades. El crossfit resultó una prueba ideal. Una disciplina que exige una capacidad del cuerpo para realizar pruebas de fuerza y resistencia parecía el camino indicado.

Busqué cómo adaptar el entrenamiento, encontrar cuáles podía realizar. Y así empecé a competir, pero lo hice no como atleta adaptado sino contra otros deportistas sin discapacidad, explicó Kike.

En 2013 participó en una competencia en Ciudad Victoria y logró el puesto 18 entre 34 competidores.

Me tuve que quitar la muleta mental para conseguirlo. Por eso cuando alguien me dice que le duele un músculo y quiere abandonar la competencia, sólo le digo: yo no tengo músculo, indicó.

Kike encontró entonces que hacía falta propagar esa actitud. No sólo entre aquellos que viven o padecen alguna enfermedad como el cáncer o que tienen alguna discapacidad. La noción que desarrolló fue que las limitaciones empiezan en los esquemas mentales que nos generamos para autocompadecernos.

Las muletas mentales son las que no nos permiten realizarnos, explicó, y mostró el logotipo de la fundación con la que propaga estas ideas en conferencias.

Cuando me dijeron que no podía hacer un montón de cosas, lo primero que hice fue tomar una mochila y viajar a Latinoamérica para dar conferencias, indicó.

El recorrido fue improvisado y durante la travesía encontró públicos y auditorios a quienes transmitir sus experiencias. Viajó desde México a la Patagonia, contando la historia, que empezó un 25 de noviembre, como registra esa biografía tatuada en la piel.