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¿La Fiesta en Paz?

Santa Fe del Campo o la convicción de la bravura

U

n entusiasta ganadero, fallecido hace años, tuvo la gentileza de invitarme una ocasión a presenciar la corrida que le toreaban dos temerarios matadores y un diestro refinado, cuando todavía en las empresas se manejaba un sentido de equilibrio en la combinación de reses y coletas. Cuál no sería mi sorpresa que apenas saltó a la arena el primero de la tarde mi anfitrión empezó a morderse las uñas como si de la madre de los alternantes se tratara. ¿Qué pasa, ganadero?, pregunté intrigado. Es que me preocupa que los muchachos puedan salir lastimados, respondió sin recato.

¿Usted cría toros para su satisfacción como ganadero de bravo o para lucimiento de los toreros?, inquirí. Por ambos motivos, por ambos, respondió apurado, mientras el matador en turno iniciaba su faena de hinojos. Entonces no se preocupe. Si la corrida o algunos de sus toros salen bravos estará usted satisfecho, y si además les cortan las orejas pues tanto mejor. Pero si por una u otra causa uno o dos o los tres alternantes resultan heridos, esa ya no es su responsabilidad, sino la de ellos, traté de tranquilizarlo cuando de su dedo anular izquierdo ya asomaba un hilillo de sangre. Los temerarios cortaron sendas orejas y el refinado logró los momentos más bellos de la función aunque sin redondear. Pero el ganadero aquel me dejó una paradoja imborrable: la auténtica bravura, esa maravilla de la naturaleza y de la inteligencia, suele incomodar y preocupar, no sólo poner explicablemente nerviosos antes de lidiar, incluso a quienes logran conservarla en sus hatos.

Como ya no se valora ni premia la bravura sino la docilidad pasadora y de preferencia con la cara a media altura luego de que la fiera recibió un pujal o puyazo fugaz en forma de ojal; como los toreros que figuran, con una ceguera vergonzosa, a más fama exigen aquí más ventajas optando por las reses mansas, y como los veedores de empresas y figuras no salen de los de la Mora, Teofilitos, Bernaldos, Hamdam, Marrones y similares, es obligado mencionar en este espacio la excepcional bravura de las reses recientemente lidiadas de la ganadería de Santa Fe del Campo.

En la corrida nocturna celebrada en la plaza El Relicario-Joselito Huerta, de Puebla, el viernes 12 de febrero, en un cartel conformado por Uriel Moreno El Zapata y Diego Silveti y a caballo Pablo Hermoso de Mendoza, éste, claro, con dos de Teófilo Gómez, El Zapata resultó herido por el abreplaza de Santa Fe del Campo, encierro con mucho peligro, dijeron los crónicos, como si pudiera haber bravura sin riesgo real, que en el primer par de banderillas se llevó por delante a Uriel, campaneándolo con el pitón derecho e infiriéndole una cornada grande en la ingle, quedándose con la corrida el esforzado Diego Silveti, quien para no variar dejó ir al bravo sexto. Toda la noche las cuadrillas anduvieron apuradas y otro de los toros desprendió un burladero durante el puyazo al recargar con fuerza en el peto. No, no hubo apoteosis, sólo la emoción incomparable de la bravura.

Y el domingo pasado, en la plaza Vicente Segura, de Pachuca, en interesante pero desairada corrida en beneficio de los Comedores Santa María –www.comedorsantamaria.org.mx – abrió plaza el bravo Coquito, emotivo, alegre y con son de Santa Fe del Campo, con el que el rejoneador mexicano Emiliano Gamero estuvo extraordinario en los tres tercios, cortándole las orejas tras certero rejonazo. ¡Enhorabuena a quienes crían bravura y a cuantos saben crear delante de ella!