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No sólo de pan...

Y de la FAO, ¿qué?

E

l hambre, no la de los estómagos acostumbrados a llenarse a sus horas cuando se les ha pasado el tiempo, sino la de quienes no disponen del mínimo necesario para comprar los alimentos cotidianos del cuerpo, no es consecuencia de la voluntad consciente de nadie en particular, sino resultado de la indiferencia y el autoengaño, vagamente conscientes, de la mayoría bien alimentada que quiere ver en este fenómeno las implacables leyes naturales de las diferencias humanas, contra las que nada puede hacerse, o acaso un gesto de misericordia poniendo cinco pesos (ya subieron también las limosnas) en la mano infantil tendida o en la alcancía aferrada por una mano oscura y arrugada.

¿Qué quieren decir los programas titulados hambre cero, lucha contra el hambre, cruzada contra el hambre, etcétera? Nada. Pues, por una parte, nadie ha visto reducción del hambre, sino aumento, en México y en el mundo, incluida en los países desarrollados y, por otra parte, si se cumplieran en cualquier medida estos programas, las clases medias divididas en varios partidos y la derecha apartidista fascista los tacharían de populistas e inventarían cualquier cosa para desprestigiar el logro de la más modesta meta en asuntos como dar apoyos a la producción campesina para la autosuficiencia alimentaria (no así en distribuir despensas que crean dependencia servil). Es como si las clases medias temieran que si los pobres comen, nos van a quitar parte de nuestros alimentos, tal como una ama de casa pretende que si diera de comer a los empleados domésticos lo mismo que consume la familia, no alcanzaría el gasto.

Y como hoy día la mayoría de los jóvenes, estudiantes o no, y de adultos trabajadores o funcionarios, han oído hablar del neoliberalismo como algo que suena a libertad, no pueden identificarlo como causa del hambre, pues, ¿quién puede sospechar de la libertad? Desde luego, no los jóvenes de ambos sexos, ni las mujeres oprimidas por sus maridos, ni los trabajadores explotados por sus empleadores. De tal modo que una gruesa capa, formada por diversos estratos de la población, sufre el neoliberalismo creyendo vivir en el mejor de los mundos posibles actuales, pues, para ellos, ninguno de los desastres sociales en que estamos inmersos tiene que ver con este acusado.

Esto viene al caso por la relación del neoliberalismo con la creación y funcionamiento de la FAO (Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, por sus siglas en inglés), que actualmente realiza una cumbre regional en nuestra capital. Este organismo internacional fue gestado en 1943 por el presidente de Estados Unidos Franklin D. Roosevelt, y lanzado a la vida activa en 1948 en Roma, para sustituir los sistemas agrícolas tradicionales cerealeros por sistemas de producción capitalista con jugosas ganancias para trasnacionales. Bajo la convicción de que los nuevos sistemas serían más productivos y se recuperaría la oferta alimentaria anterior a la Segunda Guerra Mundial, la mayoría de los países se sometieron a la política agraria de monocultivos llamada Revolución Verde en los años 60 a 80, con la que se desplazó a millones de campesinos, desertificó inconmensurables superficies del globo, antes productivas, debido al uso de agroquímicos nocivos, y empobreció a los pocos cultivadores recalcitrantes que, atados a sus tierras, sustituyeron sus semillas por otras supuestamente mejoradas, y se volvieron dependientes de fertilizantes químicos cuando las semillas perdieron sus propiedades reproductivas. Baste ver cómo, en los casi 70 años de la FAO, sus directores y subdirectores, mayoritariamente originarios de Estados Unidos y del Reino Unido (salvo otros tres de India, Senegal y Brasil), han sido criticados, si no es que condenados, por facilitar un hambre sin precedente en el mundo a lo largo del siglo XX, hasta la presente crisis alimentaria.

Pero no contentos con esto, los dirigentes de la FAO intentan introducir los transgénicos desde hace más de 20 años, a lo que se oponen cerca de 700 organizaciones ciudadanas del mundo, con figuras como, entre otros, Vandana Shiva y Miguel Altieri (The Ecologist número 21, marzo-abril 1991, La FAO, promoción del hambre en el mundo) o Maryam Rahmanian (Sistemas Alimentarios frente al Cambio Climático: la agro-ecología provee la respuesta) del Centro Iraní para el Desarrollo Sostenible, quien acusa a las pretendidas medidas para combatir el hambre de ser las mismas que han llevado a la crisis alimentaria. En México tenemos a la organización no gubernamental Sin Maíz no Hay País, entre otras voces que, insistimos, necesitamos se unan en un mismo foro nacional para hacer crecer el número de ciudadanos mexicanos conscientes e informados, sobre todo entre las clases medias indiferentes en este tema. Porque, si afortunadamente contamos cada vez con más movimientos de campesinos e indígenas, ambientalistas e intelectuales en contra de la transformación del campo en botín del neoliberalismo y por la recuperación de la agricultura familiar y cooperativa para la autosuficiencia alimentaria, necesitamos ser una aplastante mayoría para defendernos de las cumbres de la FAO y sus mentirosos paleros. Y necesitamos hacer votar, por la presente legislatura, la Ley General del Derecho a la Alimentación (con algunas precisiones) que se quedó en el cajón hace un año.