Opinión
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México SA

Pemex: deceso moderno

Partidos sumisos, cómplices

Qué horror: ¿Slim pobre?

E

n su feroz cuan desenfrenada batalla cotidiana por demostrar públicamente cuál de ellos es el más oportunista y tiene la cara más dura, las empresas privadas conocidas como partidos políticos ahora se rasgan las vestiduras, ponen el grito en el cielo y exigen que rueden cabezas, al tiempo que utilizan a sus borregos en San Lázaro para demandar que alguien les explique por qué Petróleos Mexicanos se fue por el caño.

Lo mejor del caso es que entre las urgencias de los partidos políticos y sus borregos en San Lázaro destaca la de citar urgentemente a… Emilio Lozoya, es decir a quien ya no es director general de Petróleos Mexicanos, y que cuando ocupó la oficina principal de la torre de Marina Nacional gozó de todas las atenciones, cordialidades, servilismos y aprobaciones de esas mismas empresas privadas y sus acólitos en el Legislativo, quienes evitaron hasta la ignominia rozar con el pétalo de una rosa la comparecencia al personaje que hoy defenestran.

Lozoya debe estar muerto de la risa. Sin hueso, sí, pero con gruesa liquidación monetaria en el bolsillo y liberado de toda responsabilidad por el brutal infarto financiero y productivo que provocó a Pemex. Todavía a finales de 2015 y principios de 2016, cuando era ya imposible de ocultar la delicadísima situación de la ex paraestatal, los señoritos de San Lázaro hacían circo, maroma y teatro para posponer, una y otra vez, la comparecencia de dicho personaje y evitar a toda costa la del ministro del (d) año, Luis Videgaray, corresponsable del hundimiento de Petróleos Mexicanos.

Y ahora que ya se fue es cuando exigen la comparecencia de Lozoya, su otrora intocable. Parece que empresas y acólitos no se enteraron (tal vez por andar en los moches) de que tres semanas atrás se dio el relevo en la oficina principal de la empresa productiva del Estado. A José Antonio González Anaya le encargaron la complicadísima tarea de ejercer como una suerte de doctor Frankenstein, con la idea de reunir la pedacería que dejó Lozoya, rearmar al cadáver y retornarlo a la vida, en la medida de lo posible.

Pero partidos y borregos –que aprobaron todas las leyes, modificaciones y modernizaciones que condujeron a la muerte inducida de Pemex– creen que con una simple comparecencia –la de quien sea, finalmente– el asunto se arregló y la ex paraestatal, después del infarto múltiple, se curará, total y rápidamente, con una simple aspirina.

En el recuento de daños no sólo Lozoya, el ministro y el inquilino de Los Pinos son culpables. Allí están los del Pacto por México y sus legisladores, quienes a cambio de favores, posiciones, huesos, moches, impunidad y conexos se abrieron de par en par para que la reforma energética saliera adelante con celeridad y, desde luego, por consenso.

A ellos súmense los cinco inquilinos de Los Pinos previos a Peña Nieto, todos ellos, como éste, totalmente neoliberales. De Miguel de la Madrid a Calderón descuartizaron a la ex paraestatal y el actual dio la puntilla, siempre con la modernidad como pretexto, mientras la inversión productiva decrecía y el saqueo y la corrupción alcanzaban proporciones terroríficas.

Como se ha comentado en este espacio, la creciente dependencia de las finanzas públicas del ingreso petrolero comenzó con el cambio de modelo económico, con la llegada a Los Pinos de Miguel de la Madrid y la tecnocracia.

La Auditoría Superior de la Federación lo ha documentado a detalle: de 1938 (año de la expropiación cardenista) a 1984, el importe total anual de los impuestos, derechos y aprovechamientos pagados por Pemex y sus organismos subsidiarios no tuvo representatividad en relación con el producto interno bruto. A partir de 1985 (con Miguel de la Madrid) comenzó a incrementarse la carga tributaria (a la paraestatal) al igual que la proporción respecto del PIB, al pasar de 0.1 por ciento ese último año a 7.6 por ciento en 2012, con Felipe Calderón, de tal suerte que Pemex fue utilizado como caja grande para tapar los agujeros fiscales abiertos por el gran capital.

Todos los cambios, decían, son para bien de Pemex y del país. No hubo inquilino de Los Pinos ni tecnócrata de medio pelo que no repitiera como perico aquello de “estamos empeñados en hacer de las entidades del sector energético un ejemplo de eficiencia y de productividad para beneficio del pueblo de México, que es su dueño… Es firme el propósito del gobierno federal de apoyar el fortalecimiento de Petróleos Mexicanos… Pemex logró consolidarse como la gran empresa nacional de todos los mexicanos. Los cambios en Pemex han sido para su fortaleza, para hacer de ella una industria eficiente y competitiva que sirva mejor a los mexicanos”. Y de allí al no se privatizará ni un tornillo de la ex paraestatal.

Y como todo por servir se acaba y acaba por no servir, fue tal el saqueo a Pemex durante más de tres décadas que a la ex paraestatal no le dejaron otro camino que el endeudamiento, y sus distintos directores llevaron la deuda al infinito y más allá, sin considerar la posibilidad de que el festín de los precios elevados llegaría a su fin, a la par de la capacidad financiera de la empresa para atender a sus dos amos: la Secretaría de Hacienda y la banca acreedora. Mataron, pues, al único consorcio público capaz de financiar el desarrollo nacional.

Todo ello con la venia (léase la complicidad) de partidos políticos y acólitos en San Lázaro, que hoy exigen la comparecencia del fulano, hoy desempleado, que se negaron a citar para los mismos efectos cuando estaba en funciones.

En fin, habrá que ver si el doctor Frankenstein corona y si Pemex soporta la política de los electroshocks. Ojalá que así sea, porque el país, ahora más que nunca, necesita a Petróleos Mexicanos. Empresas como esta no nacen en maceta, pero sí los politiquillos, legisladoretes, corifeos, modernizadores y demás fauna que han llevado a la ruina al país.

Las rebanadas del pastel

Pobre hombre: dice Forbes que Carlos Slim cayó hasta el cuarto lugar en la lista anual de ricos entre los ricos, pues perdió 27 mil millones de dólares en 2015. Qué lástima, un quebranto más para el país, pero ¿realmente perdió el titipuchal de dinero que dice Forbes, o simplemente el magnate lo retiró del alcance de los mirones, es decir, lo sacó del mercado bursátil, donde por ley debe hacer pública su tenencia accionaria? ¿No será en realidad que esa lana perdida está en otro lado, justo donde el magnate no está obligado a reportarla ni tienen derecho los fisgones de meter las narices?

Twitter: @cafe-vega