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El titular del Ejecutivo estuvo en el cuartel del 27 batallón

Salva de cañonazos en una ciudad que no ha olvidado la noche del terror
Enviado
Periódico La Jornada
Jueves 25 de febrero de 2016, p. 6

Iguala, Gro.

Parecería una ironía, pero en realidad son cosas del protocolo castrense cuando de ceremonias patrias se trata: en su visita a esta ciudad, conocida ahora mundialmente por la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, el presidente Enrique Peña Nieto fue recibido por las fuerzas armadas con una salva de cañonazos disparados en su honor en el cerro del Tehuehue, a manera de saludo militar.

Las circunstancias se entretejen y borran su larga ausencia en esta ciudad, pero así lo ordena la parafernalia militar en ocasión de una efeméride de la Patria: el Día de la Bandera.

Apenas se había disipado la humareda causada por el tronido de los cañones en honor a su presencia, el mandatario abordó el helicóptero que lo llevaría de este cerro –donde izó la bandera monumental desde la que se divisa la ciudad– para volar al lugar donde encabezaría la ceremonia central.

Y sí, la logística militar para garantizar la seguridad propia de su investidura motiva que su aeronave y el puñado de helicópteros que trasladan a medio gabinete presidencial y altos mandos militares aterricen en la sede del, ahora también, mundialmente conocido cuartel del 27 batallón de infantería, de tan enigmático papel aquella noche del 26 de septiembre de 2014.

El mismo cuartel al que nunca han entrado los padres y madres de los 43 normalistas desaparecidos para disipar sus sospechas de la participación castrense en aquella infausta madrugada, cuando Iguala se convirtió en un infierno para los estudiantes.

Desde el aire se aprecia un gran despliegue de unidades militares en torno al cuartel. Son los vehículos utilizados para el traslado de la tropa que luego desfilará, antes de la ceremonia encabezada por el Presidente.

Un apresurado descenso del helicóptero y sin mayor trámite a las camionetas, que formarán un convoy rumbo al estadio Ambrosio Figueroa, donde se tiene programada la magna ceremonia conmemorativa del lábaro patrio.

A las puertas del cuartel del 27 batallón, una leyenda a manera de despedida: ‘‘Estás a punto de abandonar las instalaciones de uno de los mejores batallones...’’

De nuevo la historia reciente se atraviesa en la celebración. Sobre el campo de juego, ahora repleto de militares y estudiantes que han esperado horas la llegada del Presidente que los habrá de abanderar, se efectuó aquel 25 de septiembre de 2014 el juego entre los Tamarinderos de Iguala y los Avispones de Chilpancingo.

Ese juego sería el último para David Evangelista, antes de tomar el autobús que lo regresaría a la capital guerrerense. Confundido con normalista, moriría junto con el chofer en aquella noche y madrugada de balazos y violencia en Iguala.

Las remembranzas presidenciales se concentran, principalmente en la herencia del siglo XIX, cuando nació en esta ciudad la Bandera Nacional, aunque es inevitable aludir a la Iguala actual, aunque sea sólo con eufemismos:

‘‘Los lamentables hechos ocurridos aquí en Iguala, en septiembre de 2014’’, resume genéricamente el mandatario en su discurso, aunque no supera los malabares verbales del senador Roberto Gil (PAN), quien es más abstracto:

‘‘Aquí, en este lugar, nos dimos cuenta de la fragilidad de nuestra convivencia. Advertimos que en algunos lugares del país los lazos de humanidad y de solidaridad están rotos. Y justo ahí, en las comunidades de la desesperanza, los criminales nos llevan ventaja’’, antes de recriminar que se siga con la ‘‘politiquería’’ que se aprovecha del dolor.

Sólo el gobernador Hector Astudillo tiene el prurito de llamar a las cosas como son: ‘‘La tragedia de Iguala’’; ‘‘la desaparición de 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa’’, dice el día en que el Presidente regresó a Iguala.