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Nosotros ya no somos los mismos

El Instituto Internacional de Estudios Políticos Avanzados

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Instalaciones de la Universidad Autónoma de GuerreroFoto La Jornada
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stoy convencido: al doctor Raúl Fernández le resultó mil veces más fácil egresar de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Nacional Autónoma de México y de la Escuela de Altos Estudios en Ciencia Política de París, Francia, donde mereció su doctorado de tercer ciclo, que traspasar la mojonera que marca los límites de Petatlán, Guerrero. De hecho, a la fecha, anímicamente sigue siendo residente de ese, para él, Quartier Latin de la costa Grande.

Cuando conocí al en ese entonces Raulito era alumno de ciencias políticas y tal vez, por su aparente mansedumbre e inofensiva actitud, estaba frecuentemente rodeado de compañeritas que hacen dudar a uno de si la libertad de cátedra, la autonomía, la laicidad, serán las mejores cualidades de nuestra gran casa: Margarita Susán, Carmen –BK– Guitián, Florence Toussaint. Con ellas, bajo la tutela de Adolfo Chacón, catedrático sudamericano que además de docto o tal vez por eso tenía merecido reconocimiento, estos jóvenes fundaron el primer despacho privado de análisis de contenido cualitativo y cuantitativo de la información esencialmente política que emitían los medios escritos y electrónicos. Algunas dependencias oficiales tenían un departamento dedicado a hacer recortes de periódicos y audiocintas, en las que editaban a los comentaristas más populares. El video era entonces inexistente. Los recortadores no tenían la cultura política básica ni las técnicas elementales que les autorizaran valorar esa información y descubrir las razones reales de su producción y divulgación. Pienso que fue el exceso de análisis y fundamentación teórica de los reportes que cada madrugada entregaban a sus clientes, quienes como no los entendían se interesaban mucho más por las sospechas, las intrigas y los rumores, que por los cuadros que mostraban constantes, variables y dejaban a la luz los intereses originarios de las noticias. Esto, no entender que los contratos se ganan más con 10 por ciento de afecto contable que con 90 de eficacia profesional, los alejó de un mercado que pronto se pobló de mercachifles: profetas, zahoríes, agoreros, vaticinadores, videntes ahora llamados encuestólogos, mercadólogos, futurólogos, prospectivólogos y, por supuesto, doctores en violaciones impunes a los artículos constitucionales y leyes que rigen los procesos electorales.

Pues este grupo de estudiosos estudiantes se disolvió. Algunos se integraron a la academia y Raúl, petatlense y politólogo, trovador de veras, se jugó conmigo una aventura que le cambió la vida y hubiera cambiado la mía de no haber sido yo tan medroso y cobarde (muy equivocado quien se atreva a suponer que mis citas corresponden al Deuteronomio 20:8 de la JBS (Jubilee Bible 2000 Spanish) y no a mi siempre recordado Flaco de Oro en sus conocidos libros bíblicos, Veracruz y Hastío).

Corría el año del Señor, de 1974. Él, algún día doctor Fernández, y yo, vivíamos arrimados (se dice en mi pueblo) con unas migrantes saltillenses que mal pagaban una buhardilla ubicada en la banlieue parisina, es decir, en los barrios no bajos, sino hundidos en la miseria, la marginación, la delincuencia. De la estación terminal del Metro todavía teníamos que cruzar calles y calles, que eran una auténtica Corte de los Milagros, para llegar. Sobrevivimos porque una sobrina mía nos presentó en una taberna a los capos del barrio y éstos nos extendieron un salvoconducto. Una noche (como todas), Raúl me dijo: “Tengo una propuesta que hacerte. Volvamos a México, arreglemos nuestros papeles y nos regresamos a París a sacar un doctorado que nos abra puertas, más allá de amistades, compromisos, concesiones. No tengo renglones para describir el alegato posterior. Sólo confieso que yo, años después, estaba pior (superlativo de peor) y Raúl regresaba con su doctorado.

Pero lo que Petatlán no da, La Sorbona non presta. Raúl, en lugar de buscar acomodo en su facultad o en las universidades metropolitanas, merced a su rimbombante grado académico, tiró al monte y se fue a Guerrero. Allí dirige ahora el (échese el tropical nombrecito) Instituto Internacional de Estudios Políticos Avanzados Ignacio Manuel Altamirano. Seguramente porque a última hora le falló un expositor, me invitó a participar en un seminario sobre propaganda política. Acepté. Obviamente, al compañero de crujía (expresión obviamente retórica) nada se le puede negar. Aquí entro en la duda semanal: ¿les platico lo que es el Instituto Internacional de Estudios Políticos Avanzados o les relato la experiencia de docencia agitadora más acojonante que he experimentado en mis últimos tiempos? La relación causa-efecto es evidente, pero ¿por dónde empiezo? El instituto es la respuesta a la estúpida política calderonista de enfrentar la violencia redoblando la violencia y, sin posibilidad alguna de éxito, o el seminario en que participé, que es una propuesta concreta, inmediata, para que los ciudadanos pensantes, civilizados, responsables y comprometidos se organicen y puedan ser la opción a la barbarie impulsada no pocas veces por el Estado.

Doy un adelanto: El Instituto Internacional de Estudios Políticos Avanzados Ignacio Manuel Altamirano, de la Universidad Autónoma de Guerrero, nació de una iniciativa de dos estudiantes de la UAGro, quienes fueron a cursar sus estudios de doctorado en ciencia política a la Universidad Complutense de Madrid: Rogelio Ortega Martínez y Rosa Icela Ojeda Rivera. Durante sus estudios establecieron una cercana relación con quien fue asignado su director de tesis: el doctor Secundino González Marrero.

En algún momento de su estancia y, seguramente del mucho pensar en lo que la ciencia política podría aportar al desarrollo político del estado de Guerrero, fueron madurando la idea de crear una facultad o instituto donde se impartieran esos conocimientos.

El propósito fue formar profesionistas con especialidad en teorías, metodología y modelos de análisis que contribuyeran a la mejor comprensión de los procesos políticos para aportar al diseño y mejoramiento de las instituciones públicas haciéndolas más abiertas, incluyentes y eficientes.

Los universitarios guerrerenses que impulsaban ese proyecto venían de la militancia crítica que, en el extremo, había llevado a varios compañeros a su encarcelamiento y muerte. Cancelada la vía violenta como acción para el cambio político, la misión de la universidad era abonar a la modelación de una cultura política y una práctica democrática para crear condiciones favorables para la solución de demandas y problemas ancestrales de miseria, explotación y marginación de gran parte de los guerrerenses. Construir una conciencia que privilegiara el debate con argumentos, respeto a quien opinara en sentido contrario y acuerdos y consensos, frente a una tradición de confrontación y violencia.

Cuando descuidadamente acepté el compromiso no imaginaba a lo que me iba a enfrentar: 50 guerrerenses, mujeres y hombres, que iban a exponer y discutir con o sin razón sus ideas y experiencias. Durante horas no me valieron citas de autoridad. Frente a lo que yo teorizaba, los ejemplos en contrario, acaecidos a unos metros o unos días, resultaban grotescos. Definitivamente, los baños de pueblo y cotidianidad son imprescindibles.

Al final del segundo día, más allá de elucubraciones teóricas que jamás desprecio, me decidí a proponer un ejercicio muy práctico, concreto y del momento: una campaña para elegir gobernador de Guerrero. Aquí sí, déjenme guardar la trama completa. El grupo se dividió en dos partidos que disputaban la gubernatura del estado. En 24 horas las campañas y hasta las razones justificatorias de los partidos estaban establecidas. La propaganda y el debate, ya los quisieran los recipiendarios del erario.

Ya les contaré de la otra cara de Guerrero, la que a nadie importa dar a conocer. ¿Qué no resulta más fácil y lucrativo concesionar?

Twitter: @ortiztejeda