Opinión
Ver día anteriorDomingo 24 de enero de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Mar de Historias

Sin salida

T

iene por delante todas las horas de este día y sólo un lugar adónde ir: su casa. En este momento no hay nadie. Rodrigo podrá sentarse ante la computadora sin que le pregunten qué está haciendo cuando les escriba correos a sus amigos pidiéndoles consejo. Tal vez uno de ellos pueda recomendarle un sitio dónde conseguir un nuevo trabajo, ya que se encuentra desempleado.

Apenas puede creer que en tan pocos minutos otra vez haya ingresado a ese nivel. No lo esperaba, y mucho menos hoy. Para este martes tenía prevista una serie de situaciones desagradables, pero no que Daniela, la jefa de personal, le dijera: Estás despedido. Rodrigo pensó que era una broma o que había escuchado mal, hasta que volvió a oír la sentencia.

Rodrigo sacudió la cabeza. No entendía lo que estaba sucediendo, sobre todo porque en la junta de evaluación del viernes anterior Daniela lo había felicitado por su buen desempeño en el restaurante. Cómo interpretar que su jefa hubiera cambiado su actitud hacia él en apenas unas cuantas horas. Sólo podía saberlo preguntándole: Pero, ¿por qué? ¿Hice algo mal? Daniela se limitó a señalar el reloj de pared que marcaba las 9:15 de la mañana.

Consciente de su falta, Rodrigo intentó justificarla: Si llego tarde no es por mi culpa. Salí temprano de mi casa, pero la micro no pudo pasar porque en la carretera había un bloqueo. Esperaba comprensión y sólo recibió indiferencia, pero no se dio por vencido. En su defensa, expuso otro argumento: Sabes que vivo muy lejos.

Daniela reaccionó con más severidad: Ese no es mi problema. Desde el primer día te dije lo mismo que a los demás empleados: a mí no me importa de dónde vengan o cómo le hagan para llegar a tiempo. La entrada es a las ocho. El que no se presente a esa hora que se atenga a las consecuencias. Rodrigo sintió que estaba a punto de llorar, pero logró controlarse: Te juro que no volverá a suceder. Dame chance. Por la forma en que Daniela lo miraba comprendió que sus palabras habían sido inútiles. No iba a humillarse más. Dio media vuelta, pero su jefa lo detuvo: Entrégame el gafete. Saca lo que tengas en el locker y me devuelves la llave.

Al atravesar el restaurante Rodrigo sintió las miradas condolidas de sus compañeros, pero ninguno suspendió su actividad para saludarlo entrechocando las palmas de las manos como hacían cada mañana, lamentar su situación o desearle buena suerte: temían que Daniela viera en sus expresiones amistosas un reproche hacia ella y muestras de solidaridad con Rodrigo.

II

Camino de su casa procura ordenar sus pensamientos. Lo primero es decidir cómo o cuándo darle la mala noticia a su familia. Imaginarse el gesto contrito de su madre y los reproches de su hermana Celia lo agobia menos que pensar en la reacción de su padre. De seguro lo llamará irresponsable. Si sabía que la hora de entrada al restaurante era a las ocho, ¿por qué llegó tarde?

Rodrigo conoce a su padre. Es duro, autoritario. Si le explica que su retraso se debió al bloqueo de la carretera, ni siquiera intentará comprender la situación; le dirá que en vez de quedarse como un estúpido, esperando, debió bajarse de la micro, abrirse paso entre los manifestantes, correr, pedir aventón; lo que fuera con tal de conservar el trabajo en el restorán. Que se acordara: había tardado más de dos años en conseguirlo. Ahora, por como están las cosas, de seguro tardaría mucho más tiempo encontrar otro empleo.

Ante las perspectivas, Rodrigo decide ocultar su situación. Seguirá saliendo de su casa a las cuatro y media de la mañana y volverá a las nueve de la noche, como siempre. Entre una cosa y otra recorrerá las calles en busca de trabajo. Está seguro de que en dos o tres semanas podrá ocuparse en algún restorán, y si no, en uno de los puestos de ropa sobre el Eje Dos, o en algún taller mecánico o como sacaborrachos en El Bucanero o La Cotorra. En caso de no conseguir nada podría hacer malabares en un crucero. Bien maquillado nadie lo reconocerá.

Esta posibilidad lo hace reír y sentirse ligero. La sensación desaparece cuando lo asalta otro problema: ¿qué hará en el momento en que sus padres le pidan el dinero que aporta todos los sábados para los gastos de la casa? La respuesta le llega en automático: les dirá que lo asaltaron en la micro. Como les ha sucedido lo mismo a casi todos sus vecinos, le creerán. ¿Y al siguiente sábado, y al otro..? Tendrá que buscar nuevas excusas durante el tiempo que permanezca desempleado. Sus experiencias le recuerdan que ese infierno puede prolongarse meses, años.

Aunque pretenda ignorarlo, Rodrigo sabe que tarde o temprano tendrá que decir la verdad. Eso significa que volverá a depender de sus padres, a pedirles dinero, a sentirse avergonzado a la hora de la comida, a no atreverse a protestar, a fingirse dormido para no oír los consejos que su hermana Gloria les dará a sus padres: No le den ni un centavo. Si mi hermano necesita dinero, que busque trabajo. No es justo que otra vez vayamos a mantenerlo. Pienso decírselo aunque se enoje y amenace con irse de la casa, Por mí, ¡ojalá y se largara!

IV

Rodrigo atraviesa por un jardín solitario. Le parece un sitio adecuado para detenerse a pensar en la manera de conseguir dinero para el sábado. Sus amigos no están en condiciones de facilitárselo y no tiene nada que vender: la computadora es de Celia. Cuando sepa que está desempleado, de muy mala gana le permitirá usarla, si no es que antes la guarda bajo llave. Esta posibilidad colma su fatiga. Necesita descanso. Se tiende en el prado, hunde la cara en el césped, percibe olor a tierra mojada y trata de imaginarse qué se sentirá estar debajo. Sin poder evitarlo empieza a gemir.

Un niño que cruza frente a él le pregunta a la mujer que lo lleva de la mano: ¿Por qué llora ese señor? Seguro está borracho. Apúrale. Tenemos que llevar el dinero de la renta a Faustino, porque si no... Rodrigo espera unos segundos, se levanta y empieza a caminar con pasos sigilosos de ladrón.