Opinión
Ver día anteriorMiércoles 16 de diciembre de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Isocronías

Del tiempo como tempo

L

a prosa de la vida tiene también su mucho de poesía. Contra los que suponen, yo a veces entre ellos, que la poesía es intensidad y sólo eso, hay que apostar por el descanso, por la contemplación, por la actividad más o menos indiferente.

De pronto piensa uno que poesía es lo poco que queda de todo lo que se va. Y de pronto que todo lo que se va, aun cuando de ello nada quede, dice, es poesía.

Entre la intensidad y la exageración a veces no hay distancia. El prudente apartamiento de lo nada más intenso por higiene poética tiene que ver con el sentido del tiempo, con el tempo.

No corretear al tiempo, esperarlo. Ser sujeto de paciencia, no de urgencias, abandonarse sin desidia, más bien en fe, de que el momento, semilla de verdad a germinar, sabe lo suyo y lo de uno, llegará a tiempo.

La prisa difícilmente asimila nada, y el exagerado tiene prisa por llamar la atención. Por su parte el intenso, si lo es por programa, se desvive por y en desvivirse.

Las rápidas respuestas no siempre son respuestas: –Quiero todo ya. –No quieres nada. –Soy todo ya, ahora mismo. –No eres nada. –¿Quién como yo? –En efecto, ¿quién? Sólo nadie.

Sin proceso no hay obra, o humanización; sin proceso técnico, intelectual, sin aprendizaje en el hacer mismo, sin proceso espiritual… ¿qué de verdadero habrá de resultar? Aunque nunca he leído a Ignacio de Loyola digo que en todo proceso artístico late un ejercicio espiritual, al que tanto el artista como sus receptores se verán expuestos, siempre en pro de su propia libertad, de su propia conciencia, de su propio sentir, y de su propio entorno.

Desde mi perspectiva un buen poeta valorará la prosa de la vida, la prosa de la vida que le tocó vivir y la de los que se supone que no viven poesía (pero si viven, ¿cómo no van a vivirla?: a cuentagotas, si se quiere, pero muy menos a cuentagotas de lo que quien lejos de esa prosa habita querrá –columbro, no lo sé– aceptar). Y eso, curiosamente, no excluye a personas o personajes lejos y aun lejanísimos de nuestra simpatía.

A la poesía lleva sin empujar la prosa de la vida, que tarde que temprano nos enfrenta a la experiencia poética, de la que uno (cualquiera: uno) sale como recién bañado –o bautizado. Vivir desde esta convicción, aligerada, airosa, grácil, trae redivivo brío a lo que ahora llamaremos, sin ciertamente necesidad, prosa vital de la vida.