Opinión
Ver día anteriorLunes 23 de noviembre de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Aprender a morir

…aunque te quites

L

a muerte puede ser incomprensible, cruel, inesperada, perversa, bienvenida, absurda, lógica, injusta, apacible, sanguinaria, lenta, repentina, temprana, tardía, dolorosa, voluntaria, impuesta, estorbada, pertinente, indeseada, inoportuna, más todos los adjetivos aplicables a la interrupción de la vida de todo ser que ha logrado nacer. Sin embargo, una palabra casi despiadada prevalece sobre las anteriores: la muerte es siempre puntual. No en el sentido de conveniente o adecuada, sino de exactitud inalterable, de rigurosa precisión del momento en que se presenta, independientemente del cómo o las circunstancias.

De ahí expresiones populares como nadie se muere la víspera o te puedes salvar del rayo, pero no de la raya, que reflejan el carácter preciso e inevitable, incierto e ineludible de la muerte, culturalmente temida –castigo, interrupción, misterio– y económicamente fomentada –poder, explotación, codicia–. Existe además una aguda frase que en su ironía resume la índole aparentemente azarosa, casi antojadiza de todo fallecimiento, decidido o predestinado, que para el caso es lo mismo: cuando te toca, aunque te quites; cuando no te toca, aunque te pongas, en esa perturbadora indiferencia de la puntual ante nuestros melindres.

Nadie sabe por qué y para qué los metidos a profetas se dedicaron a predicar su verdad eterna, pero esa vanidad bondadosa se tradujo en creencias que muy pronto pasaron de preceptos de amor a guerras santas en defensa del dios verdadero de cada contendiente, luego de confundir sometimiento con reflexión y fanatismo con conciencia. Todos los credos por igual señalaron al cuerpo como obstáculo a la salvación excepto para preservar la especie, único mandato religioso que la humanidad cumple al pie de la letra en ancestral despliegue de irresponsabilidad.

Así, mientras unos comían, bailaban, bebían o ansiaban un gol, otros cumplían con sumisión su misión por mandato divino, según las interpretaciones del profeta en turno, de vengar añejas ofensas y recientes ataques mediante explosiones y tiroteos a indefensos civiles en París, exactamente como los sufridos por la población civil de distintos países árabes, africanos, asiáticos o latinoamericanos, que la ambición de poder y la acumulación idiota de algunos no conoce límites, si bien muy en el fondo de su obsesionada mentecita saben que también a ellos les va a tocar, aunque pretendan quitarse.