Opinión
Ver día anteriorJueves 19 de noviembre de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El odio
N

o tengo palabras para calificar el acto de barbarie cometido por el Estado Islámico en París. Si escribo sobre esos crímenes es para solidarizarme con las víctimas y su gente, para decir ya basta a una sociedad cuya crisis moral, lejos de amainar, se profundiza en forma incontenible.

En medio de la tragedia, una vez más, Occidente vela sus armas para aplastar al terrorismo, esa pesadilla alumbrada por el fuego de la violencia y el odio que desde el mundo del radicalismo islámico se imagina como el medio, la yihad, para hacer el gran ajuste de cuentas religioso que la humanidad habría dejado inconcluso. Minuto a minuto nos enteramos de los detalles que tejen la tragedia, y conocemos los pasos que a toda marcha emprende el gobierno de Francia para darle materialidad a su primera declaración de guerra al Estado Islámico, un ubicuo y cruel adversario al que ya combaten las principales potencias en una guerra global cuyos derroteros aún resultan difíciles de anticipar.

Establecer cuáles son las relaciones entre ese escenario y los acontecimientos parisinos se ha convertido así en una de las claves del viernes 13, mostrando un aspecto del problema que involucra por partida doble al país que ha sufrido la agresión terrorista, pues entre los autores directos de los atentados están, describe el investigador Fernando Reinares ( El País, 14/11/15) jóvenes, descendientes de inmigrantes musulmanes, afectados por una explosiva combinación de insatisfacción existencial, privación relativa, odio inducido y crisis de identidad. Algunos son ciudadanos franceses o nacidos en Europa, educados en las escuelas públicas que, inesperadamente, rechazan como parte del mundo cultural y moral que en nombre de Alá repudian.

¿Qué piensa hacer François Hollande con ellos? Vienen de esas capas de jóvenes de las barriadas cuyos padres han padecido discriminación o pertenecen a una segunda clase de ciudadanía a causa de los prejuicios predominantes. Y aunque la mayoría de los jóvenes viva sin escapar a su normalidad, muchos de ellos aceptan el radicalismo como forma de existencia superior bajo el magisterio de algunas mezquitas que los ponen al día. Viajar a Siria y otros lugares calientes es parte de su entrenamiento vital, cultural, un modo de ser que los distingue de los demás, pues consagra sus vidas a un proyecto arcaico, no civilizatorio. Algunos de esos jóvenes actuaron en principio contra los regímenes autoritarios del Medio Oriente, siguiendo la cadencia de la primavera árabe, pero la protesta original pronto se radicalizó (Siria, Irak), al convertirse en un desafío religioso bajo la influencia y los recursos de los sauditas, inspiradores de la yihad que alumbra a grupos como Al Qaeda o el califato en pugna histórica con Occidente, pero antes con la rama chiíta.

Con la vista puesta en los aborrecibles e injustificables actos de violencia de los terroristas en las calles parisinas, también suele olvidarse que la relación de Occidente con el mundo musulmán está marcada por una larga historia de anomalías y desencuentros, que hay demasiados conflictos sin resolver, que involucran la religiosidad, dada la complicidad y la complacencia de los países más poderosos de la Tierra, abriendo heridas que no cierran jamás. La tragedia de los refugiados sirios, por sólo mencionar el caso, con más de 4 millones dispersos en muy pocos países, ilustra muy bien este callejón sin salida. A pesar de los discursos, Europa ha hecho menos de lo que estaba a su alcance.

No imagino, pues, cómo se compaginarán en Francia el respeto a los derechos humanos de todos los inmigrantes musulmanes y sus hijos, con el previsible aumento de la xenofobia y el racismo, que ganan adeptos aun desde antes de los atentados, ni se entiende cómo hará el Estado para librar la guerra más despiadada contra los yihadistas respetando las libertades públicas de los ciudadanos, sin repetir en la Francia republicana el modelo de Bush y Cheney, al que aspiran, es verdad, amplios sectores de la derecha y las capas conservadoras que hoy se sienten amenazadas. El gran pueblo francés sabrá conservar las libertades republicanas y nos dará una muestra más de su grandeza.