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 Portada 
Presentación 
Ángel Pahuamba, testigo 
  de nuestro tiempo 
  Gaspar Aguilera Díaz 
Roa Bárcena y los 
  cuentos de aparecidos 
  Edgar Aguilar   
  
La hermosa 
  monstruosidad 
  de los insectos 
  Armando Alanís Pulido 
Santa Muerte, 
  blanca Niña Bonita 
  Fabrizio Lorusso 
Un viajante llamado 
  Arthur Miller 
  Ricardo Bada 
  
La reserva ecológica del 
  Pedregal de la UNAM  
  Norma Ávila Jiménez 
Leer 
ARTE y PENSAMIENTO: 
        Tomar la Palabra 
        Agustín Ramos 
        Jornada Virtual 
		Naief Yehya 
        Artes Visuales 
		Germaine Gómez Haro 
        Bemol Sostenido 
		Alonso Arreola 
        Paso a Retirarme 
        Ana García Bergua 
        Cabezalcubo 
		Jorge Moch 
        Jornada de Poesía 
        Juan Domingo Argüelles 
        Cinexcusas 
		Luis Tovar 
        
		  
   Directorio 
     Núm. anteriores 
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          @JornadaSemanal 
          La Jornada Semanal  | 
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	 Fuente: academia.org.mx 
	    
	  Se  le considera el iniciador del cuento moderno en México. 
	  Es  autor de “Lanchitas”, cuento fantástico “entrañablemente concebido”, 
	  habla  sobre un muerto con apariencia de vivo. 
    
	
	Para dejar  consignada tal anécdota, trazo estas líneas, sin meterme a calificarla. 
	  Al cabo, si es absurda, vivimos bajo el  pleno reinado del absurdo. 
	  José María Roa Bárcena,  “Lanchitas” 
	La  obra de José María Roa Bárcena (Xalapa, 1827-Ciudad de México, 1908) se nos  presenta como una pieza única en la historia de la literatura nacional. Se le  ha considerado, insistente y unánimemente, por los estudiosos en la materia,  como el iniciador del cuento moderno en México. Esto bastaría para otorgarle el  lugar prominente que le corresponde en nuestras letras. ¿Qué otro escritor de  su generación goza en la actualidad de tan grande epíteto? 
	“Roa Bárcena”  es también el nombre de un callejón (bautizado en la época colonial con el enigmático nombre de  “Callejón del Aire”) ubicado en el centro de Xalapa, en honor de aquél. Aunque, probablemente,  no le haga mucho honor. O a lo mejor sí: una callejuela empedrada y sórdida,  parcamente iluminada por las noches, que se quiebra  hacia cuatro de los puntos principales y de los más antiguos de la ciudad.  Bardas y paredes con grafitti, “negocios” con las cortinas echadas abajo de manera permanente, olor –también permanente– a orines,  añadiendo al singular cuadro una hermosa y solitaria casa de rasgos  porfirianos –que, por lo que se ve, funciona  como “notaría pública”– en una de las esquinas. 
	Roa Bárcena es el autor de uno de los  cuentos más extrañamente concebidos de la  literatura mexicana: “Lanchitas”. Esta extraordinaria narración, que aparece en  las mejores antologías de cuento fantástico moderno en lengua española,  nos introduce en el tema siempre insaciable de la muerte, tan caro a nuestra  cultura, pero con especial particularidad en aquello que da cabida al  territorio desconocido mas harto atrayente de lo sobrenatural. 
	En “Lanchitas”  se da un fenómeno que rompe con lo ordinario, cuando un joven sacerdote se ve  orillado a brindar la última absolución a un moribundo. Afectará de tal modo  esta circunstancia nada fortuita al padre Lanzas, que así se le llama, pues su  apellido es Lanzas, que su ulterior transformación en “Lanchitas” nos afectará  de igual forma por el carácter de ultratumba que  tiene el decisivo encuentro de éste –aunque él no lo sepa– con el personaje del  moribundo, que no es otra cosa que un muerto “vuelto a la vida”. Un difunto,  por otra parte, fallecido “muchos años atrás”.   
	Este elemento  fantástico, el del encuentro de un hombre vivo con  otro en apariencia vivo, pero que en realidad está muerto, es una constante en  la tradición oral a lo largo del siglo XIX  y aún en las postrimerías del siglo XX. Es lo que la  gente, tanto del campo como de la ciudad,  conocía al referirse a ellos como relatos o historias de “aparecidos”.  Muertos –en calidad de vivos– que se presentan ante los vivos por una razón en particular. “Lanchitas”, sin embargo, es un cuento aterrador no por la simple develación de ese muerto casi en estado  putrefacto que ansía desesperadamente  confesar su vida llena de vicios, sino por el efecto estremecedor que  provoca dicha “aparición”, en un ambiente completamente lóbrego y en presencia  de una vieja miserable (otra suerte de “aparecido”), en la mente y el espíritu  del protagonista. Es decir, en la profunda transgresión interna, que se  manifestará exteriormente, en la actitud y comportamiento posteriores –que sólo  conocemos de “oídas”– del padre Lanzas.   
	
  
      
      Tumba de la Llorona, panteón de Jerez, Zacatecas | 
   
 
    A tal grado  que, en lugar de horrorizarnos termine por conmovernos, como al personaje que  narra la historia: “¿Quién no ha oído alguno de tantos cuentos, más o menos  salados, en que Lanchitas funge de protagonista y que la tradición oral va  trasmitiendo a la nueva generación? Algunos me hicieron reír más de veinte años  ha, cuando acaso aún vivía el personaje […], se me ha presentado en la especie  de linterna mágica de la imaginación, Lanchitas, tal como me lo describieron sus  coetáneos, limpio, manso y sencillo de corazón, envuelto en sus hábitos  clericales, avanzando por esas calles de Dios con la cabeza siempre descubierta  y los ojos en el suelo.” 
	Por lo demás,  el estilo brillante y resuelto a la vez, en forma y contenido, en que Roa  Bárcena describe magistralmente la “anécdota”, nos remite sin duda a las  narraciones de terror de los grandes maestros europeos del siglo XIX, en las que un  personaje cuenta la historia que asimismo a él le fue contada. Una experiencia  doblemente gozosa para el lector-oyente –recibe lo que el narrador recibió a su  vez de otro narrador–, en donde lo narrado adquiere un inequívoco y sugerente  tono de verosimilitud: “No  recuerdo el día, el mes, ni el año del suceso, ni si mi interlocutor lo señaló; sólo entiendo  que se refería a la  época de 1820 a 30; y en lo que no me cabe duda es en que se trataba del principio de una  noche oscura, fría y lluviosa, como suelen serlo las de invierno”. 
	Qué  fortuna leer “Lanchitas”, el “primer cuento moderno” escrito en México, como un  extraño relato acaecido hace casi dos siglos, en el que un “aparecido” trastoca  no sólo el mundo ordinario y lógico, sino la mente cultivada, lúcida y racional  de un hombre “superior en conocimientos a la mayor parte de los clérigos de su  tiempo”, el cual sencillamente cumplía, por otro lado, con su noble y humilde  ministerio. Si sucedió verdaderamente, como todo lo que nos cuentan hasta  calarnos los huesos debido a esa remotísima sensación de miedo en una noche  oscura, fría y lluviosa (la tradición oral es las más de las veces cíclica), es  lo que menos debe importar. 
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