Opinión
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Jazz

Heberto Castillo: Vivencias del 68

U

na de las grandes bondades del jazz es su inagotable poder de improvisación y asombro, mientras uno de sus grandes retos está en el ingenio para coexistir con el resto de las artes, para armar contubernios que te sacudan o que te conmuevan hasta quitarte el aliento.

El pasado 24 de octubre, el cuarteto de Heberto Castillo presentó Vivencias del 68, un ejercicio multimedia basado en el libro Si te agarran te van a matar, del ingeniero Heberto Castillo, padre del pianista y personaje central, fundamental en la historia contemporánea de nuestro país.

Un grupo de jazz, un actor, una secuencia de fotografías y varios fragmentos de películas de Óscar Menéndez (que debe andar por los 80 años) iban a girar alrededor de un testimonio de vida. Poco antes de iniciar, y dado que el tiempo total del montaje no era muy extenso, el cuarteto decidió invocar a Dizzy Gillespie con dos temas: A night in Tunisia y Birks’ works.

Enrique Valadez está en el contrabajo, Jorge Fernández en la batería, Rubén Chong pulsa un sax alto (un poco más de soltura le vendría bien) y Heberto se encarga del piano, la dirección y los conceptos. El grupo en su conjunto (sic) suena sólido, fluye con naturalidad de un compás a otro, los diálogos son breves y sustanciosos.

En medio de Birks’ works, Ofelia Ugalde, mi subconsciente y yo coincidimos en que este blues evocaba a la perfección las atmósferas sesenteras, a pesar de que Gillespie lo había compuesto a mediados de los años cincuenta (adelantado como de costumbre).

Inicia entonces Vivencias del 68. Un actor sale a escena. Música incidental en pequeñas dosis. Una pantalla en el centro del escenario empieza a arrojar, uno tras otro, retazos de la infamia nacional y de la nunca ausente y bendita resistencia. El buen sabor de Dizzy se hiela ante la realidad indígena, la ferrocarrilera, la estudiantil, la mía, la de todos nosotros.

El ingeniero Castillo habla en la voz de Juan Acosta (el actor) y platica con Genaro Vázquez, con Lázaro Cárdenas, consigo mismo, con la historia. Nos enfrentamos a la marcha silenciosa, al grito de independencia en CU, al bazucazo en San Ildefonso, a la masacre del 2 de octubre. En ese momento, en medio de la gente que corre aterrorizada y cae y muere en Tlatelolco, el cuarteto de jazz toca frenéticamente, la música estalla una y otra vez, hasta que Jorge Fernández queda solo en el tiempo; los tambores y los platillos y las baquetas se hacen astillas en un solo de batería que duele, que hipnotiza con una belleza sombría y absoluta.

Poco antes, después del mitin de las campanas en el Zócalo, el gobierno había tratado de arrestar al ingeniero; golpeado, se refugia en Ciudad Universitaria y ahí lo operan de sus heridas. Responde al Informe de Gustavo Díaz Ordaz desde la revista Siempre. El 18 de septiembre el Ejército entra a CU y Heberto Castillo logra escapar. Estaba en casa de Emilio Krieger cuando me enteré de la matanza en Tlatelolco.

El ex presidente Lázaro Cárdenas lo busca y le dice: Te tienen coraje por tus artículos picudos, porque eres independiente. Te tienen mucho coraje. Si te agarran te van a matar. Trataré de que no me agarren, responde.

El ejercicio multidisciplinario y el jazz y los recuerdos continúan. Llega la cárcel de Lecumberri, el halconazo del 10 de junio en San Cosme. Música y texto se siguen alternando. Las atmósferas logradas por cada uno de los temas musicales (todas composiciones de Castillo) son verdaderos hallazgos, de una extraña belleza.

Al momento, están programadas dos nuevas fechas para Vivencias del 68, para el 10 y el 17 de diciembre de este año, a las nueve de la noche, pero ahora la sede será El Hijo del Cuervo.

Éste no es sólo un retrato de la dignidad humana en pie de lucha, es también un recuento de las bajezas y ruindades de un sistema en un tiempo específico, bajezas que parecieran estarse delineando de nueva cuenta en el horizonte. Y aunque nosotros ya no somos los mismos, el peligro es latente. Habrá que seguir trabajando.