Opinión
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Infancia y sociedad

La Quejosa

L

a vida es breve. La muerte es eterna. Quien logre asumirlo plenamente tendrá una feliz vida al despojarse de ambiciones y vanidades innecesarias. Si los poderosos entendieran que el dinero, el poder, la salud y la juventud son pasajeros y que sólo la muerte es para siempre, tal vez harían menos daño a la gente y al planeta.

La vida es una enfermedad mortal, escribió el biólogo y filósofo Jean Rostand (1894-1977), quien ocupó la silla número ocho de la Academia Francesa.

Por fortuna, en México sabemos reír ante la fatalidad de la muerte. El sentido del humor ayuda a la salud mental, pero ha de ser crítico y no excesivo, para que no se pierda la indignación al negar la realidad.

Como quiera que sea, en este Día de Muertos me sumo a la fiesta tradicional con una calaverita que dedico –no con cariño, pero sí con mucha fe– a los personajes a los que alude.

La Quejosa

(¡Ahí les hablan muchachos!): En el país de las mentiras más caras del mundo, La Parca muy justiciera a los corruptos se llevó. En grupitos y a montones, con singular alegría, en su coche los cargó.

A San Lázaro después la Tilica fue a cantar: Diputados, diputados, vergüenza de la nación, piensen un poco en los niños, no vendan el corazón.

De reformas traicioneras se llenaron los panteones hueseros y copetones se los llevó la Calaca ¡ Stop, muchachos!, les dijo, por el bien de este país y quedaron enterrados de los pies a la nariz.

Ya de gala la Catrina al Zócalo fue a festejar sin que le dieran permiso se pudo manifestar: No le busquen, chaparritos, que conmigo no se juega, dejen en paz a la escuela, al petróleo y los impuestos o me los llevo de un viaje hasta el fondo del infierno…

(Va mi ofrenda de amor para los normalistas de Ayotzinapa, los pequeños de la guardería ABC y para los muchos miles de muertos, torturados, desaparecidos y huérfanos de los gobiernos neoliberales en México).