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Los secretos de Marfa, Texas
¿Q

ue puede haber en Marfa, Texas, que artistas y creadores van por esas partes de desierto dejadas de la mano de Dios a experimentar alguna clase de visión para enriquecer la historia o el cantar en que andan? El escenario del nuevo libro de Coral Bracho, titulado con el nombre de la localidad (Ediciones Era, 2015) es también el de Marfa Girl (2012), película de Larry Clark. En principio, las dos obras poco tienen en común; si acaso el paisaje desnudo, un cielo gigantesco, sombras largas y el suspiro de los trenes. Ya las fotografías que tomara allí Wim Wenders cuando rodó París, Texas (1983-1984) revelan la misma Marfa en medio de nada, al suroeste de Texas, con un no sé qué de México que se manifiesta en su desolación inmóvil entre ruinas de una modernidad que no llegó: letreros olvidados, calles polvorientas, un drive-inn vacío. Panoramas muy de Wenders, como los que también retrató en Australia, y recuerdan a los que encontrara Bruce Chatwin en Patagonia.

También existen las luces de Marfa, extraño fenómeno lumínico-atmosférico que da pie a fantasías tipo La dimensión desconocida, y no falta quien aviste ovnis, extraterrestres o fenómenos paranormales en las inmediaciones. La ciencia explica que se trata de reflejos nocturnos contra la densidad del aire producidos por hogueras y luces de automóviles, pero muchos no lo creen. El poblado no pasa de 2 mil habitantes, en la llamada Gran Orilla al norte del Bravo. Hoy se ha convertido en un centro del arte minimalista, y por extensión en un destino cultural interesante. Acoge un pequeño pero prestigioso festival de cine desde 2007, y un Programa de Escritores en Residencia. Acá ya lo hubieran designado Pueblo Mágico.

Se da por hecho que Marfa (Marta en ruso), fundado en 1882, procede de Los hermanos Karamazov. La cuidadora de los cuatro hermanos así se llama. Los marfeños sostienen que Hanna Maria Strobridge, mujer del ingeniero en jefe del ferrocarril, venía leyendo entonces la novela. El historiador Thomas Wilson se permite dudarlo. Razona que ésta se publicó en diciembre de 1880 (Dostoievski murió al mes siguiente). Parece improbable y heroico que un año después, en pleno desierto de Texas, Hanna Maria tuviese el libro a su alcance, a menos que fuera en ruso. A Wilson le parece improbable. Mas no descarta la estirpe dostoievskiana del nombre; aparecen Marfas en libros anteriores a los Karamazov, como Crimen y castigo, El idiota, El jugador y Los poseídos. Otro poblado sobre la ruta del Southern Pacific se llama Feodora, que también pudo ser bautizado por Hanna Maria en honor al gran Fiódor (Journal of Big Bend Studies, 2001, Universidad Estatal Sul Ross).

Ahí ubica Coral Bracho los poemas de Marfa, Texas. Extravagante como suena el título, y peculiar como es la escritura de Bracho, Marfa da lugar a su admirable poesía de instantes luminosos y fugacidades luminiscentes. Ávido de nada, el desierto devora todo. Como tiburones a través de una playa tranquila/pasan los camiones de carga/y dan la vuelta/antes de que termine el jardín. Uno de los pocos humanos en un libro más atento a las aves, los pocos árboles y las manifestaciones de la luz, surge como un personaje de Edward Hopper que enciende el cuadro y desaparece por una carretera que no se ve. Los versos de Bracho dan en el blanco allí donde el cielo, el techo de la casa y el margen/de las puertas son todos de una misma materia.

Tanto los poemas de Bracho como el filme de Clark constatan que ya no se detiene el tren en estos pueblos, ese desbocado animal/que huye sin tregua con su temor cansado. La inquietante película Marfa Girl transcurre ahí precisamente. Un drama de adolescentes postmexicanos sin más horizonte que la patineta, el sexo, algo de escuela, rocanrol y mariguana continua sobre un horizonte vasto y aún así opresivo.

A diferencia de otras obras de Clark (Kids, 1995; Al final del Edén, 1998, y Ken Park, 2002), ésta fue maltratada por la crítica, aunque resulta no menos transgresora y sintoniza con el pathos juvenil con la misma lucidez de sus trabajos anteriores. Aquí retrata con todavía mayor soltura la belleza trágica de los personajes. La trama representa la lucha del bien y el mal, encarnado este último en un sicópata agente de la Border Patrol que hostiga, invade y casi destruye las vidas de los chicos y las chicas, y hasta de la comprensiva madre de Adam, el protagonista de 16 años. La muchacha del título es una artista visitante de ventitantos que ejerce un radical amor libre, defiende la prevalencia del placer y dibuja desnudos a sus amantes, a las mujeres, a sí misma, y cataliza las demás historias. Una suerte de edén pobre donde todos cogen: una mamá chavita y sola, la maestra, las chicas de la escuela, los amigos de Adam. Y él. Drogas hay, sin aspavientos; el desenlace lo dispara un alucinógeno. Violencia del mal, justa venganza del bien y reparación colectiva de las heridas, con (joven) curandera apache y todo.