Opinión
Ver día anteriorLunes 31 de agosto de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Aprender a morir

¿Llamada de ultratumba?

E

l hombre aquel lo decidió sin más presión que seis dolorosos años padeciendo lo que le fue diagnosticado como esclerosis lateral amiotrófica (ELA) –enfermedad degenerativa más bien rara, caracterizada por la afectación de la neurona motora espinal que ocasiona atrofia muscular o parálisis progresiva–, al grado de que se volvió paciente dependiente casi por completo. A su deterioro físico, provocado también por la cantidad de medicamentos y analgésicos ingeridos a diario, se sumó una creciente depresión. Huérfano de madre, vivía en un departamento con su progenitor.

Harto de la escasa calidad de su vida, de los infructuosos tratamientos médicos y de las deterioradas relaciones –quienes cuidan a un enfermo, sea desahuciado o terminal, inconsciente o abiertamente acaban deseando que aquello ya termine para bien de todos, así carezcan de información útil para una ayuda eficaz–, el hombre externó a su padre el deseo de liberarse.

Ambos lo plantearon a algunos médicos que conocían el caso, pero ellos rechazaron toda posibilidad de ayudarlo, por lo que, desesperados, recurrieron al consejo de un vecino que les recomendó un método letal infalible: triturar 150 pastillas de un barbitúrico, mezclarlas con yogur líquido y beberlas antes de acostarse; sólo que irse voluntariamente también exige datos confiables, asesoramiento profesional y dejar transcurrir entre ocho y 12 horas para evitar posibilidades de reanimación.

El paciente, sereno y convencido, remató u obsequió las pocas pertenencias que le quedaban, se despidió por teléfono de dos amistades que ocasionalmente lo visitaban, firmó un breve mensaje donde eximía a su familia de su muerte, junto con el padre hizo lo indicado por el vecino, y… tres días después de la fecha elegida llamó a uno de sus íntimos para decirle que la operación había fallado.

¿De dónde llamas?, preguntó erizado el amigo. De la casa, contestó con dificultad. A la mañana siguiente, al ver mi padre que seguía respirando, por culpa o por compasión sólo se le ocurrió llamar una ambulancia que me llevó a urgencias, donde me reanimaron, me lavaron el estómago y me regresaron. Para colmo, ayer me caí de la cama y me descalabré. Estoy más jodido que nunca.

¿No era su hora? ¿Tomó la cantidad recomendada? ¿Se adelantó el padre? ¿Resentimientos o perdones pendientes le impidieron irse? A saber. El destino nos alcanza cada día, pero la sugerente película desapareció.