Opinión
Ver día anteriorSábado 22 de agosto de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Apuntes postsoviéticos

Bomba de tiempo

P

or los riesgos que representa para Rusia, la región del Cáucaso –tanto las entidades de la Federación Rusa en el norte como Armenia, Azerbaiyán y Georgia en el sur– es una auténtica bomba de tiempo y todo indica que se está convirtiendo en una amenaza a su seguridad nacional equivalente a la que supone su creciente confrontación con Estados Unidos y la Unión Europea.

Desde que se desintegró la Unión Soviética, en el Cáucaso estallaron seis conflictos armados y todos dejaron muchas heridas abiertas, odios y resentimientos. Ahí se encuentra la mayoría de los estados de facto –Abjazia, Osetia del Sur y Nagorno-Karabaj– que existen en el espacio postsoviético, ninguno cuenta con el debido reconocimiento internacional y no se aprecian signos de que las partes implicadas –Georgia y Rusia, en los primeros dos casos; Azerbaiyán y Armenia, en el último– quieran pactar el fin de sus controversias.

Sólo en el Cáucaso, de entre los países que surgieron del colapso soviético, hay vecinos que rompieron relaciones diplomáticas: Georgia y Rusia por la guerra que mantuvieron en 2008, así como Armenia y Azerbaiyán por la disputa del enclave karabají.

La región es el ejemplo más claro de la fragmentación del espacio postsoviético, con tres vertientes que apuntan a proyectos distintos y excluyentes: Azerbaiyán tiende a estrechar nexos con su vecino Turquía y es un serio rival económico de Rusia en la búsqueda de clientes para sus hidrocarburos; Armenia depende por completo de Moscú, y Georgia aspira a incorporarse a la Unión Europea y a la Organización del Tratado del Atlántico Norte.

Esta dispersión de intereses –sin hablar ya de la pérdida definitiva de Ucrania, de los estados del Báltico y Moldavia, así como de las dudas de varios países centroasiátcos– hace muy difícil que Rusia pueda atraer a su proyecto de integración a la mayoría de repúblicas de la disuelta superpotencia.

Y a este complejo panorama hay que sumar que el norte del Cáucaso –que forma parte de Rusia y ocupa un territorio incluso más extenso que el de Armenia, Azerbaiyán y Georgia juntos– es, a pesar de la aparente mejoría de la situación ahí, la zona de mayor inestabilidad en la Federación Rusa.

Las siete repúblicas musulmanas del Cáucaso del norte, no obstante los generosos subsidios de Moscú, que derrochan a su antojo las élites que las gobiernan, tienen una situación económica deplorable, lo cual estimula las ideas islamitas radicales y secesionistas entre la población, sobre todo los jóvenes desempleados, que empezaron a nutrir las filas de los combatientes del llamado Estado Islámico.

Si para Rusia es grave que jóvenes norcaucásicos vayan a combatir bajo las órdenes de quienes pretenden establecer un califato en todo el mundo musulmán, más lo será cuando –adiestrados en lo militar y adeptos de la corriente sunita del Islam– regresen a Chechenia, Daguestán y las otras repúblicas de la región.

Neutralizar este peligro es, hoy por hoy, uno de los mayores desafíos del Kremlin.