Opinión
Ver día anteriorMiércoles 12 de agosto de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Norberto Rivera se aleja más de Francisco
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ientras el papa Francisco lidia con los grupos conservadores en Roma que se oponen a sus reformas, los obispos mexicanos parecen dormir el sueño de los justos. Mientras el papa argentino abre con audacia nuevas agendas en torno a la justicia social, los pobres, la ecología, los derechos humanos, los obispos mexicanos no quieren salir de su zona de confort. En un reportaje que aparece en la revista National Geographic de agosto se resume la disyuntiva del actual pontífice de la siguiente manera: ¿Cambiará el Papa al Vaticano o el Vaticano cambiará de Papa?, incluso los autores, Robert Draper y Dave Yoder, resaltan los peligros que corre la vida de Francisco al desafiar a los radicales conservadores con sus reformas. Los obispos mexicanos, en contraste, son lentos y parsimoniosos, parecen no inmutarse a los tiempos de cambio que convoca el Papa, no corren prisa, parecen resistentes a abrirse al llamado pastoral que Bergoglio aclama: los obispos deben abrirse a los reclamos, vidas concretas y expectativas que viven las personas de hoy. Siguen contentos con las inercias de la agenda moral que reivindica los valores tradicionales de la Iglesia.

Ejemplo claro de esta brecha entre el Papa y los obispos mexicanos la encontramos en el cardenal Norberto Rivera, quien acaba de cumplir 20 años al frente de la arquidiócesis más grande del mundo. Su festejo fue austero y casi inadvertido. Y no fue por modestia, sino porque había poco que celebrar, ya que su balance es muy pobre y mediocre. La caída de fieles en la zona metropolitana es el doble del promedio nacional, según el censo de 2010. Rivera no acaba de entender, sea por opción política pastoral o negligencia, las reformas y nuevas actitudes que demanda el papa Francisco. Rivera recibe una arquidiócesis en 1995 mucho más dinámica y participativa de la que es hoy. Había un esfuerzo colectivo de diagnóstico y planes de trabajo realizados en el segundo sínodo de la arquidiócesis de México que indicaba rutas e hipótesis de intervención pastoral. Por supuesto éstos fueron echados por la borda. Rivera –muy arropado por Maciel, los legionarios, el nuncio Prigione, Sodano y López Trujillo– en Roma emprende iniciativas que serán sus atracciones: el dinero y el poder. Arrebata la Basílica a Guillermo Schulenburg, caja chica; aspira a cobrar el copyright de la Virgen de Guadalupe y disputa con el nuncio Justo Mullor, para vergüenza de muchos católicos, las regalías y ganancias de la penúltima visita de Juan Pablo II a México, que Sabritas comercializó con las papas del Papa. Los 20 años del cardenal Rivera dan para escribir un libro. Sin embargo, el cardenal acaba de pronunciar una homilía que es una pieza desconcertante de anacronismo que quiere disfrazarse con un barniz de derechos humanos y una supuesta defensa de la condición de la mujer. En su homilía del pasado 2 de agosto, el cardenal sostiene que la mujer, que está llamada a ser, por dignidad y vocación natural, madre, esposa y colaboradora del desarrollo de la sociedad. Cuántas veces la sociedad se estructura de tal manera, que la mujer se ve obligada a tener que salir, contra su voluntad, a realizar trabajos que la apartan de la dedicación que debería tener hacia sus hijos. Y arremete contra las reivindicaciones feministas, diciendo: El problema principal en todo esto es que el trabajo en el hogar no goza de estima y reconocimiento, por el simple hecho de que no es pragmáticamente remunerativo o productivo para los criterios de la sociedad. En cuántas ocasiones una supuesta liberación de la mujer no hace otra cosa sino reducirla a una pieza productiva más dentro del mecanismo de desarrollo de la sociedad. Las consecuencias, por tanto, son el deterioro de la familia, la mala educación de los hijos y por ello repercusiones sociales, continúa el cardenal Rivera: Todo esto nos hace ver que los reales costos sociales del trabajo obligado de la mujer fuera del hogar, son muy altos, pues conducen a una sociedad quizá más rentable mecánicamente, pero menos productiva humanamente. La conclusión del prelado se deduce: las mujeres deben regresar al hogar para salvar la familia, los hijos y la sociedad; por tanto, es necesario respetar el papel de la mujer en su dimensión conyugal y materna, no sólo en su dimensión productiva y monetaria. Sólo así, dice Rivera, estaremos respetando lo que es la mujer en verdad, descubriendo el significado original e insustituible del trabajo de la casa y la educación de los hijos; sólo así la estaremos viendo más desde la óptica de quien hizo a la mujer, desde la óptica de Dios. Y el cardenal remata: “Ningún programa de ‘igualdad de derechos’ del hombre y la mujer es válido, si no se tiene en cuenta la realidad más profunda de lo que significa ser madre en la mujer. Cuántas veces una supuesta liberación de la mujer no hace otra cosa sino reducirla a una pieza productiva más”.

Como era de esperarse, la postura de Norberto Rivera ha propiciado muchas reacciones adversas entre las mujeres y colectivos feministas. Para la diputada federal Lilia Aguilar Gil, la postura de Rivera tiende a alterar la igualdad entre las personas, viola el respeto a los derechos de la mujer y dificulta su participación en la sociedad, por lo que presentó un punto de acuerdo para que la Comisión Permanente exhorte al Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación a investigar las afirmaciones del clérigo y determine si las declaraciones vertidas por el cardenal constituyen actos discriminatorios y las medidas correspondientes en caso de hallar un acto discriminatorio.

Mientras Bergoglio en Roma pugna por una Iglesia más compasiva y flexible ante el próximo Sínodo para la Familia, Norberto Rivera endurece su postura sobre el rol tradicional de la mujer. El cardenal no es el único, muchos obispos mexicanos están a años luz de las reformas insinuadas por Francisco. Caray: qué lejos estamos de Dios y qué cerca tenemos a los obispos mexicanos.