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Andanzas

Cómo se forma una compañía de ballet, 50 años de la CND/ II

E

n la columna anterior se aclaró que la formación de una compañía de ballet requiere de una multitud de factores y personajes en los que la danza, habitante del cuerpo humano, es el punto nodal.

Asimismo, se aclaró que el corazón de un arte viviente, pasión por la divina locura, la danza, como yo la nombro, posee sus afiliados y seguidores de por vida en la práctica o deleite, pues ella, la divina Terpsícore (diosa de la danza en la mitología griega), no admite entregas a medias tintas o probaditas de puntada. Ella es todo y requiere todo si se desean resultados excelentes: el milagro del punto exacto del movimiento.

Sin embargo, en la danza profesional, de lo que estamos hablando, es absorbente, devoradora de vocaciones e insatisfecha; siempre hay más, y se puede más, pero es egoísta, ingrata e insegura. Es tal su exigencia, su sello, que hay quien dice que la gente se divide en personas y bailarines, lo demás es público... no hay más tiempo que no sea para ella o relacionado con ella, ni familia, amistades, comida a sus horas. Para la gente de danza, todo desemboca en en ese arte.

Vivirla, llevarla al cabo y desarrollarla con alma, corazón y piernas apenas admite lo que se llama una vida paralela, porque primero están las clases, ensayos, montajes, entrenamiento, giras, funciones, pruebas de vestuario y qué sé yo que más. Novios, amigos y parientes, si no comprenden todo esto y se suman, se quedan fuera, porque el tiempo libre apenas alcanza para cultivarse, leer, mirar, escuchar; aunque el llamado de la vida, cuando se escucha, apenas brinda un pequeño respiro y enriquecimiento cultural: el arte, la vida, las emociones siempre ligadas a la danza.

Así, los bailarines, creadores, coreógrafos, maestros o dirigentes, conscientes del fenómeno creativo de la danza y su relación con la realidad circundante, aún ubicada artísticamente en otro siglo, época, situación o contexto, saben asimilar el pasado y acomodarlo al presente, una nueva mentalidad y una nueva expresión, cargada de tiempo eterno, conflicto ancestral o emoción viviente, y traducirlo a la danza.

Los bailarines, expresión física del artificio, por lo general, reciben, absorben e interpretan las ideas, el pensamiento, sentimiento del tema de los creadores y dan cuerpo y espíritu a esta prodigiosa cadena ancestral de la creación, para convertirse auténticamente en lo que esperan entregar al público, y todo eso, créanme, cuesta muchísimo trabajo y tiempo.

No todos los coreógrafos son bailarines ni estos últimos son todos coreógrafos. El fluir humano entre creadores e intérpretes es primordial, esencial e indispensable; no pueden subsistir unos sin los otros. Sin embargo, esto es un terreno en el que no pocas veces en la historia se revelan los milagros, donde se resume la técnica y la expresión a través del tiempo, y se descubren nuevas rutas y avances o transformaciones de un lenguaje, pasos y caminos hacia adelante, cambiando, renovando realidades detenidos por siglos; pero existen bailarines solistas que resumen toda la condición de la expresión danzaria, únicos e irrepetibles al expresar la verdad en el arte de bailar.

Es por eso que bailarines y coreógrafos apenas pueden atreverse a darse una siestecita en sus laureles: hay que batallar mucho para descubrir una sola de esas verdades o realidades que hacen época, lo cual no deja de ser una meta interesante y gratificante, única en la historia de los tiempos.

Así, de esta manera se comprende lo poco fácil que es el círculo perfecto de la creación danzaria genuina y auténtica, desterrando las obras contadas o platicadas, en las que entre la imaginación y un montaje real hay un abismo, una lastimosa quimera que comen sólo los bobos, pues existe tantas fantasía e invenciones, mentiras y tomadas de pelo que no deja de ser, además de triste y lastimoso, cómico y lamentable.

Ya lo dijo Marthita Graham, el cuerpo no miente, y el espacio, el escenario, muestra la verdad abrumadoramente desnuda.

De todos modos, la vida de los bailarines y miembros de un grupo como la Compañía Nacional de Danza de este país en 50 años han avanzado en su lucha, con sudor y esfuerzo, por un refinamiento y capacidad cada vez mejores, inseparablemente enganchados al conjuro irresistible de la danza, trabajo duro, constante y lleno de amor y pasión en el impulso vital y creador del equipo.

Así ahora, Laura Morelos, directora de la CND, del Instituto Nacional de Bellas Artes, y cada persona, perteneciente a este conglomerado de valientes y gentes hermosas, debe sentirse orgullosa y feliz de ser parte de estos primeros 50 años del grupo, y de frente a los próximos 50 en este lado del mundo, porque sólo así, con ese tesón y entrega, es como se forma una compañía de ballet. ¡Viva!