Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 2 de agosto de 2015 Num: 1065

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Gabo y la sana malevolencia
Ricardo Bada

Leonardo Sciascia y
las novelas de la mafia

Marco Antonio Campos

Redes virtuales,
blogs y literatura

Fabrizio Lorusso

La Biblia en la
cultura occidental

Leopoldo Cervantes-Ortiz

Música latinoamericana
en las venas de Madrid

Alessandra Galimberti

Leer

ARTE y PENSAMIENTO:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Ricardo Yáñez
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Galería
Jaime Muñoz Vargas
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

El arma del explorador

José María Espinasa


La brújula y el laberinto.
Encuentros con Octavio Paz (1986-1996) ,

Miguel Ángel Quemain,
Instituto Literario de Veracruz,
México, 2015.

Hace unos meses, en este mismo espacio, mencioné que con el libro Octavio Paz en su siglo, de Christopher Domínguez Michael, se cerraba la serie de estudios sobre el poeta en su centenario. Me equivoqué. Recientemente dos libros, también de proporciones considerables, se dedican a estudiar al Nobel: Tránsito de Octavio Paz, de Adolfo Castañón y El río reflexivo. Poesía y ensayo en Octavio Paz (1931-1958). La cantidad de estudios con ambiciones si no totalizadoras sí ampliamente abarcadoras, exige una lectura no sólo demorada sino en un permanente juego de espejos. Entre ellos sobresale uno de ambición menor: La brújula y el laberinto (Encuentros con Octavio Paz (1986-1996).

En este libro me interesa destacar, ya desde el título mismo, la palabra brújula. El laberinto es algo que está presente, se diría que de manera omnímoda, en todo posible abordaje a la obra de Paz, pues preside esa soledad del mexicano que determina su primer gran libro reflexivo. Hace años señalé la diferencia, por ejemplo, entre el laberinto y la jaula, el término utilizado por Roger Bartra en un libro que prolonga las reflexiones sobre la esencia del mexicano. Aquí la brújula implica inevitablemente una intención de orientarse, pero eso ocurre en buena medida porque Quemain no es esencialista, ni siquiera relativista, sino que cede la palabra al otro. Es un periodista o, de forma más precisa, un entrevistador.

La entrevista es, contra lo que se piensa, un género muy difícil, bicéfalo, complejo, en donde los rostros se superponen volviendo a veces confuso el asunto de la voz que habla, pues sitúa el dilema no en el terreno de la autoridad sino de la autenticidad, es decir, la voz que no sólo habla sino que confiesa. Y es inevitable que esta palabra nos remita a la condición tanto religiosa –el confesionario– como política –la cámara de tortura. El periodista es un sacerdote laico, un torturador sin violencia.

Quemain mostró talento como periodista desde los primeros textos que publicó, no así su responsabilidad como escritor. Guardó grabaciones, casetes, videos, recortes de prensa, apuntes, y en los distintos casos fue madurando sus libros. Encuentros con Octavio Paz es el mejor ejemplo. Muchos años –más de veintitrés– toman forman en su redacción, fruto de una conversación que se aparece, así, como una, sin importar los ires y venires en el tiempo y en los temas, lo fragmentado y azaroso de los encuentros. Es fruto del trabajo sobre las entrevistas concebidas como textos, con fidelidad a la idea de escritor tanto propia como de sus entrevistados, sin importar el soporte y la circunstancia en que se hicieron.

A Paz es imposible cederle la voz, él la tiene desde antes, es no sólo el poseedor sino el propietario. Quemain trabaja sus entrevistas de una manera en que lo que sería en principio un defecto –la circunstancia– se vuelva una virtud, pues le da algo que a Paz no le sobraba: naturalidad. Y eso le da un valor documental real.

Es como si en estas entrevistas viéramos el reverso de la imagen y sorprendiéramos un sesgo insospechado, el de un Paz preocupado por hacerse oír. Y por hacerse oír de una manera muy peligrosa. La televisión, sobre todo, manipula inevitablemente. No es fiable en la misma medida que, supuestamente, consigue más audiencia. Sin embargo su audiencia es efímera, no echa raíces y no crea densidad intelectual. Al trabajar las entrevistas como textos, Quemain les devuelve no sólo fiabilidad sino densidad. Así Paz pudo pensar que su claridad discursiva y su densidad intelectual impedirían que los medios lo tergiversaran. No fue siempre así. Quemain se avoca a restituir claridad y densidad a las entrevistas. Su método es de un extremo respeto con lo que su entrevistado dice y tiene una inteligencia natural en él para armar los fragmentos como si fueran frutos de un discurso continuo. El tiempo ya no es fragmentación sino continuidad.

¿Nos dice Quemain algo nuevo sobre el último Paz? Probablemente no, pero sí le da un rostro distinto, una característica humana que han buscado casi todos sus entrevistadores con desigual suerte. La brújula del título es entonces un arma de explorador, de explorador perdido… y yo creo que frente a Paz en su centenario, el medio cultural e intelectual mexicano es un explorador perdido. O confuso, que no sabe ser iconoclasta, y termina en picapedrero, que no sabe ser admirativo y termina en la hagiografía. Quemain es de los pocos que se escapan al ser menos pretencioso. Quemain, más que enseñarnos un camino, lo que hace es prestarnos la brújula para que sea el lector quien lo escoja.


Relatos de memoria y olvido

Andrea Tirado


Bajo la misma noche. Ensayos políticos
sobre literatura latinoamericana ,

Gustavo Ogarrio,
Facultad de Filosofía y Letras,
Universidad Nacional Autónoma de México,
2014.

Bajo la misma noche contiene, bajo un mismo cielo, ensayos sobre la obra de algunos escritores latinoamericanos. Gustavo Ogarrio aborda esas obras –políticas, sociales o históricas– a partir de la poética, condición básica de la literatura, y reivindica la elaboración artística que hace de ellas obras de arte.

Elige, para ello, autores canonizados o estigmatizados que comparten el arte de relatar y cuya obra ha tenido, en su mayoría, una sola lectura, condicionando así la de otros lectores y creando una exégesis limitada. Carlos Fuentes, José Carlos Becerra, Juan Carlos Onetti y José Carlos Mariátegui, son algunos de los autores que constelan la noche de Ogarrio, y es con ellos que restituye la condición artística del relato.

Inicialmente, Ogarrio hace evidente la falta de una visión más amplia al analizar la obra de escritores que han creado un diálogo entre dos formas literarias. El mejor ejemplo es la poesía narrativa de José Carlos Becerra, de quien Octavio Paz hizo una lectura un tanto condicionada al pensar que Becerra “debería haber escogido un verso más corto, menos atacado por la elocuencia, menos discursivo”. Dicha lectura no le permitió a Paz ver que la originalidad del poeta reside en el uso de los recursos de la narrativa, para incorporarlos a sus poemas; el tabasqueño crea poemas nutridos por personajes, voces, tiempo y espacio. Sólo mediante una lectura que admita una constante relación entre poesía y narrativa se puede entender al Otoño como un personaje –que poetiza y es poetizado– que recorre islas y danza en la pluma de Becerra. Lo singular de Becerra es la fusión –a modo de interdisciplinariedad–, entre dos formas literarias que resultan en la poesía narrativa, como la identifica Ogarrio.

El autor expone el caso de otro autor injustamente menospreciado durante cierto tiempo, José Carlos Mariátegui, uno de los principales exponentes del ensayo de interpretación. Sin embargo, cuando publicó Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, su recepción se centró principalmente en aspectos político-económicos, dejando de lado la relación entre política y economía con estética y literatura, así como el propio valor del ensayo. Una lectura limitada no permitió pensar el ensayo interpretativo en su condición de poética de la narración histórica. 

Inquiriendo sobre la dificultad de esas lecturas, Ogarrio introduce a Juan Carlos Onetti, a quien considera uno de los más estigmatizados. La obra del uruguayo ha sido objeto, y quizás víctima, de lecturas que cultivan “estigmas e interpretaciones cristalizadas”. Una de estas interpretaciones lleva a caracterizar los textos de Onetti a partir de su fatalismo y/o pesimismo, su ausencia de esperanza, e incluso un hastío existencialista.

De nuevo, como con Mariátegui, el resultado de esa lectura desdeña el valor de la articulación artística de los relatos, así como sus estrategias de composición. Una clave de lectura más extensa advierte, por ejemplo, que Onetti introduce a un narrador innovador, el que relata desde su propia subjetividad, así como el narrador que asume, por momentos, la identidad de una comunidad con la cual el lector se confunde progresivamente hasta ser parte del relato e incluso cómplice. Esa otra lectura da cuenta de la originalidad de la composición artística de Onetti.

El ejemplo de Onetti da mayor fuerza a la tesis de Ogarrio: el dilema esencial de una mala interpretación, o la interpretación limitada de una obra, condiciona o cancela la comprensión del texto en tanto que poética, condición inherente a la literatura. Es entonces esencial comprender que una lectura no significa agotamiento de otras.

Otra perspectiva son los relatos en tanto que condición de memoria y olvido. Ogarrio lo ilustra a partir de novelas de Carlos Fuentes y, nuevamente, Juan Carlos Onetti. Ambos ficcionalizaron momentos históricos reales. En La muerte de Artemio Cruz y Para esta noche, se muestra cómo una catástrofe humana es objeto de representación narrativa. No se trata tampoco de ver ambas novelas solamente como eso: “novelas”, sino mediante la lectura más amplia que constantemente realiza Ogarrio. Se perciben entonces las huellas de testimonios verídicos y reales; las obras pueden ser entendidas también como registros artísticos. Estos testimonios, gracias a la poética de narración, devienen en una forma de memoria, contraria a las políticas de olvido de las dictaduras.

Finalmente, se invita a adoptar la postura que ha tenido el autor durante toda su obra. Viendo más allá de la tesis del ensayo, se vislumbra que Ogarrio crea su propia poética de la narración o poética del ensayo. En cierta forma ha poetizado la “historia casi invisible de los escapados y los fracasados de siempre”. Su obra es registro artístico de autores estigmatizados que, a través de él, son revalorizados y rememorados.



Opúsculos, discusiones y discursos,
Gabino Barreda,
Conaculta,
México, 2015.

Ahora que algunos historiadores mediática y excesivamente favorecidos están queriendo reivindicar a Porfirio Díaz, contradiciendo con ello las propias posturas “antimesiánicas” que un tanto esquizofrénicamente tampoco dejan de adoptar, conviene volver la vista hacia labores y figuras específicas que fueron, en tiempos del claroscuro porfiriato –con mayor carga de lo segundo que de lo primero, mal que le pese a esos historiadores que, por curiosas coincidencias, hoy empatan su discurso con el de la académicamente muy balbuciente tesis de grado del actual jefe del Poder Ejecutivo–, quienes aportaron una serie de elementos teóricos y prácticos que son los que dieron sustento a la política social, educativa, laboral, etcétera, que a su vez dieron pauta a la construcción de instituciones, algunas de las cuales obviamente perviven hasta nuestros días, si bien muchas de ellas con modificaciones que obedecen a eso que unos llaman modernización, aunque a veces dicho progreso tenga rostro de claro retroceso. Entre esa multitud de fundadores, iniciadores y pioneros está el autor de este pequeño volumen antológico de título sucintamente descriptivo. Para quien crea que Gabino Barreda sólo es el nombre de una escuela preparatoria de la UNAM, dígase que este poblano, nacido y muerto en el siglo XIX, peleó en contra de la intervención estadunidense, fue médico, químico y abogado, discípulo de Augusto Comte, y dedicó lo mejor y más amplio de sus esfuerzos intelectuales a la educación. Formó parte de la comisión elaboradora de la ley que permitió a este país contar con una educación básica laica, obligatoria y gratuita –es decir, uno de los rubros en los que, a hechos vista, incluso el porfiriato resulta más avanzado que el tiempo actual–, y fue fundador y primer director de la Escuela Nacional Preparatoria, hace poco menos de siglo y medio. Un fragmento de su fundamental De la educación moral, así como “algunas ideas respecto de la instrucción primaria” dan cuerpo a esta breve muestra de positivismo, base del pensamiento porfirista y punto de partida –superado, traicionado, reivindicado, soslayado: que lo digan otros historiadores menos enganchados al carruaje del ogro– del México moderno.



Bitácora pública,
pulso de la cultura, núm. 4,
Cuernavaca, Morelos, México,
julio-agosto 2015.

En esta edición el lector encontrará una entrevista con Daniel Galindo y su participación en la Cumbre Mundial de Comunicación Política en República Dominicana 2015, la cual aporta datos importantes de nuestra actualidad en materia electoral y comunicación política. En un diálogo póstumo con el gran antropólogo Santiago Genovés, las palabras del sabio avecindado en Cuernavaca durante muchos años son una guía por los derroteros de la violencia y muestran las luces para alcanzar la paz. En una charla con Carlos Campos Campos, el artista plástico despliega su capacidad de aportar una nueva técnica a las artes visuales: el Papusetichi. De igual forma, se ofrece un balance de la gestión de la Secretaría de Cultura morelense, a tres años de distancia; hablan los ciudadanos y los artistas. Se incluyen también poemas de Jair Cortés y José Ángel Leyva, dos poetas consolidados en la lírica nacional y, desde Argentina, Esteban Moore aborda la poesía de Víctor Toledo. Por su parte, Evodio Escalante reseña la antología poética La sed del polvo, de Ricardo Venegas; Rocío Barrionuevo habla de la importancia del pelo a través de la historia del erotismo; y Edna Galindo aborda desde la ciencia el fenómeno de las supernovas, verdaderos laboratorios cósmicos.



Por qué algunas cosas no deberían estar en venta.
Los límites morales del mercado,

Debra Satz,
Siglo XXI Editores,
Argentina, 2015.

Catedrática en filosofía social y política, en ética y estudios sociales en la Universidad de Stanford, doctorada en el célebre MIT estadunidense, la autora lo tiene tan claro como el propio título de este ensayo: es perfectamente falso el axioma neoliberal que sostiene la infalibilidad del concepto de mercado para solucionar todos y cada uno de los problemas de la vida colectiva, comenzando por supuesto con los de carácter económico. Lúcida y clara, Satz demuestra aquí lo pernicioso que ha sido y sigue siendo, para la sociedad mundial en su conjunto, el despropósito de manejar del mismo modo mercancías de consumo que servicios de salud, por ejemplo, o recursos energéticos de similar manera que fuerzas laborales, es decir seres humanos. Desde el corazón mismo del universo capitalista –la autora nació en pleno Bronx neoyorquino–, Satz postula y hace evidente la conveniencia de cesar ya de ponerlo absolutamente todo –productos, servicios, educación, sexo, más un interminable etcétera– bajo el criterio limitadísimo y muy interesado de la oferta y la demanda, pero no para ahí: como afirma el editor del libro, Satz “ofrece criterios para pensar con mayores matices la compleja relación entre mercados e igualdad social”. Ojalá leyeran este libro, entre otros contumaces afiliados a la Escuela de Chicago, los Videgaray, los Carstens y similares bestias de tiro que siguen llevando la carreta nacional derecho al despeñadero.