Opinión
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La noche se hizo día
G

abriel García Márquez publico un cuento: ¿16 de agosto o Nos vemos en agosto, o El último eclipse?” al que musicalizó magistralmente a ritmo de los Valses del emperador, publicado en el periódico El País (25/5/03) y otros en Sudamérica. Cuento en que el escritor colombiano rescata el papel libidinal de la mujer.

La mujer sola y libre en la isla caribeña se acelera al galope de sus arterias como que sí, como que no, en el encuentro cuerpo a cuerpo enlazada al hombre que acaba de conocer. La pareja preludia recia sinfonía. Pasos de danza. El herraje choca en la pista de un horizonte infinito. Delirante fantasía de solución a la relación hombre-mujer: sólo fugacidad del instante.

Ella echaba humo por los senos agitados como alas. El instinto lo sentía, la cadera trepidaba, ensanchada crujía al fondo del fuego que avivaba la marca territorial de él sobre sus muslos. El hierro caliente rozaba y golpeaba un canto a ritmo de vals, y desdibujaba el martillo del choque golpes de yunque en la fragua.

El férreo crujido parece nota confundida. Ella ida, danza y danza, como pluma despidiendo perfume de mujer de senos, muslos, donde se forjan la vida y la muerte. Ella paría hogueras y crepitaba ritmos, y él conquistador iluso, era conquistado, a pesar del asombro que le provocaba su maestría de mago de salón al desnudarla pieza por pieza, hilo por hilo, punta de dedos, sin tocarla apenas, como deshollejando una cebolla. A la primera embestida del minotauro, ella sintió morir por el dolor, humillación atroz de gallina descuartizada. Placer inconmensurable de fuerza bruta subyugada por ternura.

Tres años después de aquella noche inolvidable. Ella no lo volvió a ver –generoso le dejó 20 dólares en el buró, mientras dormía–, lo reconoció en la televisión, solicitado por servicios policiacos por estafador y proxeneta de viudas alegres, solitarias, probablemente asesino de dos de ellas.

Así el amor engendra un pensamiento de amor, y éste arde y tiembla, como todo aquello que se devela ante el desasosiego que produce la revelación. Y en este arder del pensamiento hay una aproximación al origen, a lo interior, hacia la profundidad; y los ojos del poeta no preguntan, mas buscan el ver, es decir, el ver de la mirada del otro. Luego el perderse implica una búsqueda, ir en pos de un hallazgo cuyo secreto sólo el otro pareciera conocer, búsqueda del misterio del otro, de la locura del otro, de lo desconocido que por ello nos subyuga.

“Y en la cosa nunca vista
de tus ojos me he buscado
en el ver con que me miras”

Antonio Machado

“¡Ay, el amor no temblaría!
Haría arder y ardería
inextinguiblemente”

María Zambrano