Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 26 de abril de 2015 Num: 1051

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Tres poetas

José Kozer:
claroscuros de
emoción e inteligencia

Jair Cortés

La pintura en la
Bolsa o el arte
como valor seguro

Vilma Fuentes

Eduardo Galeano
y los zapatistas: con
los dioses adentro

Luis Hernández Navarro

Eduardo Galeano:
escribir en el
siglo del viento

Gustavo Ogarrio

Galeano y el
oficio de narrar

Adriana Cortés Koloffon
entrevista con Eduardo Galeano

Fragmento de
una biografía

Nikos Karidis

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Vilma Fuentes

Invertir en obra es seguro en tiempos o no de crisis,
y una manera de lavar dinero

El Palais Brongniart se sitúa en el centro del barrio de la capital francesa reservado a los asuntos públicos. No a los asuntos políticos, a menudo escandalosos, sino a los asuntos financieros, a menudo aún más escandalosos. Este palacio es conocido bajo el nombre de Palacio de la Bolsa. Uno de los centros mundiales de las finanzas. La literatura, la de Balzac por ejemplo, el genial novelista de la Comedia humana, no dejó de describir este lugar infernal, la Bolsa, donde todo el dinero del mundo pasa de una mano a otra, de un imperio a otro, en unos cuantos segundos. El enriquecimiento para unos, la ruina, y una bala en la cabeza, para otros. Dumas narra en El conde de Montecristo la agitación de los agentes de cambio, en la gran sala de la Bolsa, cuando las acciones de Danglars se vuelven humo y su fortuna se esfuma.

Esto se jugaba, y aquí el verbo jugar es justo pues se juega a la Bolsa como a las carreras de caballo o a la ruleta, en la corbeille (canasto situado en el centro de la planta baja a donde sólo tenían acceso los agentes de cambio titulados). La famosa corbeille, a propósito de la cual Charles de Gaulle, entonces presidente de la República francesa, dijo un día: “¡El porvenir de Francia no se juega en la corbeille!”

Aquí vale la pena un breve vistazo histórico de la creación y transformaciones de la Bolsa. Luis VII, en 1141, instala un lugar de cambio único en el hoy llamado Pont au Change, y no será sino en 1540 cuando se cree la primera Bolsa financiera en Lyon. Dos siglos después, John Law –quien funda un primer banco privado en París, el cual, aunado a la Compañía de Occidente deviene Banco de Estado– sufre una bancarrota en 1720. Para salir de la crisis económica, consecuencia de la quiebra de Law, Luis XV funda la Bolsa de París en 1724. Sin embargo, todas las operaciones bursátiles y de cambio se llevaban en lugares dispersos, e incluso en la calle sobre las bancas –de donde proviene la denominación de “banco”. Al fin, en 1808, Napoleón encarga al arquitecto Brongniart el proyecto de un edificio para acoger la Bolsa.


Palacio Brongniart, presente y pasado

El 20 de junio de 1815, al día siguiente de la batalla de Waterloo, se lleva a cabo otra batalla en la Bolsa. Un hombre, enterado de la derrota de Napoleón antes del anuncio oficial, pone en venta todos sus títulos. Los otros siguen su ejemplo. Las acciones caen a una velocidad espectacular. El hombre espera hasta el último minuto para comprar al más vil precio. Esa mañana, Nathan Rothschil asegura la fortuna de su familia.

Durante casi dos siglos, la canasta de la Bolsa fue el centro de operaciones, obligatoriamente gritadas, de los agentes de cambio, quienes compraban y vendían acciones de empresas según el precio de su cotización, la cual cambia a cada segundo. Sube y baja permanente. Más vale jugar en el momento preciso, ni antes ni después.

En mayo de 1968, los jóvenes revolucionarios del movimiento llevaron su audacia hasta querer incendiar la Bolsa de París. Si se trata de terminar con el capitalismo, comencemos por destruir su templo. El fuego no cambió nada.

La técnica llegará sin problemas a ese resultado: hoy, la Bolsa mundial se juega en silencio por internet. Fin de la corbeille. El juego financiero mundial comunica a través de la tela y con la rapidez de la web.

Un año antes, en 1967, las puertas de la Bolsa se habían abierto, al fin, al género femenino. Así, poco después de mi llegada a París, durante uno de mis recorridos por el laberinto de esta ciudad cargada de tiempo y secretos, entré al Palacio Brongniart. Pasé con rapidez el vestíbulo de entrada, pues desde él podía verse el interior de los mingitorios, desde luego para el género masculino, los cuales aún no se ocultaban tras discretas puertas.

El griterío era fenomenal, tal como lo describe Balzac, y puede escucharse en las películas de los años cuarenta o cincuenta. El ambiente era festivo, vivaz, grito victorioso del capitalismo, El gran Gatsby, la depresión del ’29, los suicidios por el honor y la fortuna perdidos, el oro a flotes y a cataratas, las quiebras y la carrera despiadada tras el dólar.

Hoy, el Palacio Brongniart, sin haber sido incendiado, se ha convertido en un lugar de exposiciones. Lo que no pudieron las llamas, lo pudo internet al volver a los traders personajes del mundo digital.

Así, cada año tiene lugar una exposición monumental. Todas las galerías de Europa se unen para exponer sus tesoros. Este año fue el “Salón del dibujo”.

De galerías en galerías, el visitante descubre los tesoros de las colecciones que se enorgullecen en exponer. Es una verdadera dicha descubrir una civilización o los restos de épocas terminadas. Un poema, una pintura, una obra que nos murmure que el ser existe y no la nada, que nos devuelva el asombro primigenio.

El visitante descubre, por ejemplo, un dibujo de Géricault que representa a un hombre, si no moribundo, al menos muy disminuido. Se comprende que el mismo dibujante haya pintado el cuadro tan célebre de La balsa de la medusa. A Géricault le fascinaba dibujar o pintar a un hombre justo en el momento en que iba a volverse cadáver. ¿Pensaba, tal vez, que es el momento cuando, cualquier comedia siendo imposible, una imagen, menos falsa que aquélla que nos creemos obligados de presentar a los otros, vale la pena de asirse con la crayola o el pincel del artista?

Otra galería se presenta bajo el nombre “Dada-surrealismo”. Tuve el gusto de encontrar ahí, con Thessa Hérold, directora de la galería, obras de Max Ernst o de Victor Brauner, y de ver el libro de nuestro amigo Georges Sebag –actual experto mayor del surrealismo–, expuesto en medio de los cuadros.

La paradoja, si acaso la hubiese, sería que ese mismo palacio Brongniart, el cual acogió durante dos siglos los intercambios financieros, para no decir sus guerras, acoja ahora obras de arte. No es ningún secreto que la pintura es una inversión segura en tiempos o no de crisis, una especulación para quien juega a la bolsa del arte, un refugio para capitales tránsfugas y, por qué no decirlo, una manera de lavar el dinero purificado por el arte de la obra.