Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 26 de abril de 2015 Num: 1051

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Tres poetas

José Kozer:
claroscuros de
emoción e inteligencia

Jair Cortés

La pintura en la
Bolsa o el arte
como valor seguro

Vilma Fuentes

Eduardo Galeano
y los zapatistas: con
los dioses adentro

Luis Hernández Navarro

Eduardo Galeano:
escribir en el
siglo del viento

Gustavo Ogarrio

Galeano y el
oficio de narrar

Adriana Cortés Koloffon
entrevista con Eduardo Galeano

Fragmento de
una biografía

Nikos Karidis

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Jair Cortés
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Twitter: @jaircortes

Banana Yoshimoto y dos canciones
de Los Beatles

En su magnífica primera novela, Kitchen, la escritora japonesa Banana Yoshimoto (Tokio, 1964) redacta una dedicatoria a manera de epílogo en donde expresa lo siguiente: “Hace tiempo que escribo porque hay una cosa, solamente una, que quiero decir. Me gustaría seguir escribiendo, sea como sea, hasta que me canse de repetirla. Este libro es el principio de esa historia obstinada”.  Un lector atento a la obra de la joven y célebre Yoshimoto podrá identificar que esa “cosa”, ese tema de amplio espectro, es la vida más allá de la muerte que se manifiesta en esta orilla del tiempo. La declaración de Yoshimoto me recuerda que la obra de un verdadero artista casi siempre está signada por un puñado de preocupaciones temáticas que se expresan en diferentes niveles estéticos a lo largo de una vida.

La dedicatoria me remite a un par de canciones de Los Beatles:  “There’s a Place” (“Hay un lugar”) y “The Inner Ligtht” (“La luz interior”). La primera fue compuesta por John Lennon y Paul McCartney en 1963, y la segunda por George Harrison en 1968. Si atendemos a la letra de cada una nos damos cuenta que estamos frente al mismo fenómeno al que alude Yoshimoto: una obsesión temática que, en el caso de Los Beatles, corresponde al llamado “viaje interior”. En “Hay un lugar” podemos escuchar: “Hay un lugar,/ al que puedo ir/ cuando estoy deprimido/ cuando estoy triste;/ y es mi mente/ y ahí no hay tiempo/ cuando estoy solo.” Casi cinco años después y con una clara evolución formal y espiritual, en “La luz interior”, cuya estructura sonora hace evidente el crecimiento musical de los genios de Liverpool (en donde se incluyen cítaras e instrumentos orientales), leemos: “Sin salir fuera de mi puerta/ puedo conocer todas las cosas de la tierra./ Sin mirar afuera de mi ventana/ podría conocer los caminos del cielo.” Aunque la primera canción invita a la introspección para ponerse a salvo del mundo y del desamor (“Pienso en ti/ y las cosas que haces/ dan vueltas alrededor de mi cabeza,/ las cosas que dijiste/ como ‘te amo’); la segunda, “La luz interior”, ofrece una visión mucho más amplia y llena de certeza, la iluminación a la que se llega una vez que se descubre el poder de la mente: “Llega sin viajar/ mira todo sin mirar/ hazlo todo sin hacer.” El hallazgo fue el mismo pero los caminos distintos; los diferentes “viajes” que Los Beatles realizaron a través de las drogas o la meditación trascendental confluyeron en el mismo punto: un retorno al ser, el individuo que busca en sí mismo lo que afuera, muchas veces, no encuentra.

El arte, expresado en cada obra que ve la luz en este mundo, es una forma de repetir ese movimiento interno una y otra vez, ya sea desde la escritura, la música, la danza o la pintura y que nos hace vislumbrar aquello que no podíamos ver antes de iniciar nuestro camino.