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No sólo de pan...

De mercados, que no del Mercado

E

l mercado es un concepto que en el liberalismo clásico define la libre competencia entre agentes económicos, tanto productores como consumidores, cuya consecuencia sería equilibrar la oferta (producción) y la demanda (consumo) para evitar el incremento desorbitado de precios. Pero esta teoría nos oculta que detrás del mecanismo de supuesto equilibrio, el verdadero motor es la búsqueda de la mayor ganancia, individual o de grupo, y que es esta lógica la que ha convertido al Mercado en el dictador de todas las economías en la era de la globalización, como culminación del paso histórico del mercado al por menor a los mayoristas, de estos a las distribuidoras transnacionales y en su extremo más aberrante, a los mercados financieros donde los productos no existen más que de manera virtual y su precio obedece a la especulación (de espejo o espejismo).

En cambio, los mercados en general y en particular los nuestros, como herederos de los tianguis prehispánicos, con toques de parianes filipinos por la oferta de bienes procedentes de Oriente, que hicieron escribir a don Juan Viera (1777, cita de M. Martínez del Río en Mercados de México, de José N. Iturriaga) “los montes de hortalizas… que ni en los campos se advierte tanta abundancia como se ve junta en este teatro de maravillas”, son hasta la fecha, como los teatros populares, reductos del tejido social nacional y particularmente del capitalino.

En la capital subsisten apenas 49 mercados, algunos de antigua alcurnia, como la Merced, antigua central de abastos de todo comestible, el de Jamaica de hortalizas más baratas y el de Sonora proveedor de magias, artesanías utilitarias y animales vivos para el sacrificio, la Viga de mariscos y pescados, la Lagunilla de vestidos de novia, el de Tepito de antigüedades y objetos más o menos legítimos, el de San Cosme y el de Peralvillo, todos proveedores del diario sustento de colonias populares instaladas por generaciones en el Centro Histórico de la ciudad. Hacia el sur, el mercado de la colonia Del Valle fue el primero en abrir locales para exquisiteces destinadas a una clase media viajada, como patés y quesos franceses, y el de Portales surte a clases medias con arraigo urbano pero memoria gustativa de sus terruños de origen. Los de San Ángel, Coyoacán y Tlalpan se especializaron en productos de buena calidad relativamente caros, mientras que los de Copilco, Xochimilco y Milpa Alta quedaron como los más fieles herederos de los antiguos tianguis en tanto que teatros de maravillas, por la variedad y abundancia de insumos de nuestras cocinas ancestrales. Por su lado, los de Tacubaya, Observatorio y Mixcoac, en el poniente, siguen fieles a sus tradiciones y clientelas, así como el de San Juanico hacia el oriente, con todo y la proximidad de la moderna Central de Abastos. Confieso que no conozco los mercados del norte, salvo el de Río Blanco y que es éste, con el de Coyoacán –sin ser los únicos– los que me decidieron a escribir la presente columna.

Desde 1986, el mercado de Coyoacán no ha recibido el menor mantenimiento, ya no digamos exterior sino estructural y mientras dos tercios de los locatarios esperan que se les caiga encima un techo plagado de goteras, el de Río Blanco ya se les desprendió sin que las autoridades hayan hecho nada hasta la fecha. En el de Coyoacán, durante las lluvias, los ductos para encauzar los escurrimientos al drenaje, encerrados en columnas que soportan el techo del mercado, sin duda podridos y tapados, dejan escapar el líquido por todas partes inundando hasta una altura de dos palmas muchos puestos; al tiempo que los locatarios, enfrentados entre sí por liderazgos influyentistas que les prometen el oro y el moro a unos u otros para impedir su legítima asociación, ven partir su inversión de medio siglo de vida y de todos sus recursos comenzando a desertar de sus lugares que retoman modernos empresarios… Invito a los lectores a hacer una tournée de mercados y comparar sus impresiones con ésta: ¿no acaso pareciera que este abandono tiene como fin sustituirlos por modernas plazas Walmart o similares? Y no es que defienda un valor arquitectónico del que carece la mayoría de dichos mercados, no, lo que debemos defender es el derecho de todos a la supervivencia de estos espacios, con una normatividad de sentido común y claramente expresada.

Ojalá nuestras autoridades tengan la sensibilidad de escucharnos a los damnificados: productores rurales, pequeños comerciantes y consumidores preocupados por nuestra salud y por la justicia social (lo que suele ir unido), y que en vez de apostarle al Mercado le apuesten a los mercados mediante retos como la propuesta de desconectar los mercados locales o regionales del mercado global (Samir Amin, 1988) recuperando los propios valores y la producción y distribución de alimentos, favoreciendo la asociación libre en cooperativas de producción y de consumo, reencauzando a los comerciantes intermediarios en labores productivas socialmente útiles, todo ello por la recuperación de nuestra soberanía, y hagan suya la pregunta: ¿Qué hay de imposible en que productores y consumidores asociados trabajen juntos en planificar sus actividades respectivas relacionadas y sin los efectos debilitadores del mercado o la planificación central?, como escribe Michael Albert en su octavo ensayo de la serie Un movimiento por una economía participativa.