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Del ingreso a la universidad
E

l Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) y los organismos de instrucción media superior y superior de nuevo ponen la evaluación en el centro del debate. El primero, cuando señala que no son aptos para la enseñanza más de la mitad de los normalistas que presentan el examen para obtener una plaza de maestros. Se trata, como es sabido, de la magia del examen. Si el maestro pregunta quién fue el padre de la patria, sus estudiantes resultarán de excelencia pues en coro dirán Miguel Hidalgo y Costilla. Pero si el mismo maestro, a los mismos estudiantes, el mismo día les pregunta quién fue la madre del padre de la patria, la respuesta será un profundo silencio sólo roto por aquella perspicaz estudiante –que nunca falta– que dirá: la señora Costilla. Como todo examen, el del INEE expresa lo que ese instituto piensa que debe ser un buen profesor. Si ese examen se hiciera público después de su aplicación, podríamos conocer con precisión cuál es el perfil de maestro y de educación que contiene. Pero además, se dice, apto para la enseñanza, usando este término decimonónico cercano a la verticalidad y el autoritarismo en proceso educativo: el maestro sabe, el alumno escucha. Se olvida que educar es un proceso colectivo de formación, con la contribución y coordinación profesional del docente. En ese sentido, bien se ha dicho que una propuesta de evaluación encierra todo un proyecto educativo.

Lo segundo, porque en la educación media superior y superior ocurre algo semejante: para el ingreso, lo importante no es lo que el aspirante ha hecho y aprendido en años pasados, sino, en muchos casos, qué piensa el Centro Nacional de Evaluación para la Educación Superior (Ceneval) que deben saber. Sin embargo, hay buenas noticias. Poco a poco van apareciendo cambios en el procedimiento de ingreso que reflejan la insatisfacción con el uso de los exámenes estandarizados de opción múltiple. Se busca tener en cuenta, en mayor o menor grado, qué es lo que ha hecho el estudiante en años anteriores. En ese sentido, no es suficiente, pero es un importante avance que se considere el promedio escolar anterior como criterio de acceso. Por ejemplo, hace apenas unos días ( La Jornada, 6/4/15, página 16), se informaba que en el estado de México todos aquellos que logren un promedio alto en la educación de nivel medio entrarán directamente a la educación superior; sin examen, sin pago. Y con esto, el Edomex se inserta en la corriente que desde hace tiempo está buscando alternativas de evaluación más objetivas que los llamados exámenes de confusión múltiple. En la Universidad Autónoma Metropolitana, desde hace siete años, el promedio se considera una variable adicional a la prueba para decidir el ingreso de un aspirante. En la práctica y en estudios detallados, el promedio se ha mostrado como un instrumento de selección mucho más amplio e integral, y bastante menos dependiente del género y posición socioeconómica del aspirante (al contrario de lo que ocurre con la evaluación estandarizada). Hay, además, experiencias donde el criterio ya no es siquiera un promedio alto, sino el simple hecho de aprobar o no el bachillerato.

En esta situación están universidades muy distintas. Por un lado, la UNAM, que desde hace décadas cada año admite a la licenciatura a decenas de miles de egresados de sus bachilleratos, sin examen, sin cobros y sin requisito de un promedio alto. La Secretaría de Educación Pública misma ha adoptado semejante criterio de admisión libre en el caso de universidades interculturales. Y el ejemplo de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) es aún más interesante, porque al criterio de libre acceso (igualdad de derecho para todos) añade el de equidad, que se materializa en la admisión preferente para ciertos grupos sociales: 1) los egresados de los planteles del Instituto de Educación Media Superior (institución hermana y de proyecto educativo afín); 2) los trabajadores de la UACM y sus hijos; 3) los internos de los reclusorios del Distrito Federal a quienes se ofrecen estudios profesionales (derecho, creación literaria y ciencia política y administración urbana y, finalmente, los rechazados de otras instituciones de educación superior que cada año demuestran su compromiso con la educación y se organizan para luchar por ese derecho.

Lo más importante, sin embargo, está en el trasfondo, en el hecho dramáticamente paradójico de que en pleno siglo del discurso y legislación sobre derechos humanos el de la educación se siga considerando un derecho básicamente individual que prácticamente nunca se desdobla en una política social amplia que lo materialice. Y seguimos señalando estos pequeñísimos avances, ante el escándalo de no pocos que los consideran signo de una verdadera depravación y atentado contra la moral casi religiosa de la calidad. Sin embargo y sobre todo en un tiempo de crisis social es indispensable buscar formas más humanas y civilizadas de dar paso a los jóvenes que buscan educación. Si los admitimos a una formación de amplios horizontes, los estaremos incorporando a una manera también distinta de verse a sí mismos y a su nación. Algo urgente, porque, como tal vez podría decir el recordado maestro Galeano, en los jóvenes y en los pobres se desangra el país.

*Rector de la UACM