Opinión
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Nueva mediocridad
E

n resumidas cuentas el estado de la economía puede expresarse en la noción que utiliza la más reciente minuta sobre la política monetaria del Banco de México: la holgura. El documento se refiere de modo insistente a este rasgo que indica, literalmente, que le sobra. Y lo que le sobra es gente, puesto que muchos están desempleados o subocupados; le sobra capacidad instalada para producir, le sobran recursos financieros pues no aumenta el crédito.

Estos sobrantes surgen por la contracción del gasto total en el mercado interno –en consumo e inversión, ya sea privado o público– y a la que se añade la del consumo externo, que se expresa en el menor ritmo de las exportaciones. La cuestión, así planteada, se ubica del lado de la demanda, aunque también abarca la oferta, debido a que la productividad general prácticamente no crece.

Sobrantes los hay, de ahí la holgura y se manifiestan, de otra parte en faltantes. Además esta combinación se da en el marco de grandes distorsiones en la asignación y la apropiación de los recursos que, también, de modo resumido, puede verse en la concentración del ingreso y la riqueza. Mientras no se genere más ingreso entre aquellos que lo ven reducirse, no podrá salirse de esta especie de marasmo en el que está no sólo la economía, sino también el discurso oficial del gobierno, los bancos y los organismos empresariales. Este asunto de la precariedad del empleo y del ingreso no puede soslayarse y no lo hace el informe del banco central.

Seguiremos pues en esta especie de obsesión inútil de discutir sobre las décimas de punto porcentual que puede caer o subir el PIB en un cierto periodo. Esto sólo desvía la atención. Es una ocupación inútil. De eso no se puede desprender ninguna línea de pensamiento acerca de cómo cambiar la situación. Lo mismo pasa en el resto de las conversaciones sobre el persistente lento crecimiento de la actividad económica.

La impresión es que se espera que algo ocurra, desprendido de las reformas, o de un acomodo favorable de las condiciones que no se sabe bien de dónde puede venir. Medidas más allá de las que ya se han tomado y que habrían de realizar sus objetivos, otra vez el caso de las reformas, no las hay pues se han atado las manos. Hoy existen más objetivos que instrumentos para alcanzarlos y de ahí esta especie de parálisis. Súmese a eso la decisión de recortar el gasto y el efecto de la caída del precio y del volumen de producción de petróleo y entonces no queda más que esperar, ¿pero a qué?

La discusión económica está en el mismo callejón sin salida en el que se encuentra la dinámica productiva, la expansión del crédito o la creación de empleos bien remunerados. En Gran Bretaña, por ejemplo, se discute el hecho de que la economía ha crecido más que la de sus socios del Grupo de los Siete, pero sólo a costa de la austeridad y los bajos salarios. Pero este es realmente el modelo seguido en todos esos países. Alemania hace una cosa similar, Francia también y fuera de ese club selecto puede señalarse igualmente a España. Aquí, en cambio no hay expansión productiva ni mayores salarios y ahora, encima, la austeridad.

Se publicó hace un par de días una entrevista larga en el diario El País con la directora del FMI, la señora Lagarde. Lo primero que se advierte es la frivolidad con la que el entrevistador acomete la conversación. Pero dejando eso de lado, aunque no es un asunto trivial, la directora considera que el capitalismo deja margen suficiente para la renovación. Es interesante el planteamiento pues quiere decir que ha considerado el que pueda no tener ya ese margen. Una discusión sobre este tema fue central en el pensamiento contestatario de principios del siglo XX.

Es muy posible que ese margen exista y lo que habría que discutir es bajo qué condiciones puede realizarse, dadas las pautas de la gestión de la crisis actual. Esa gestión afecta no sólo al circuito de la producción y el financiamiento, sino especialmente, en el campo de las condiciones sociales –de nueva cuenta el asunto del desempleo, la desocupación y la caída de los ingresos.

Desde hace un tiempo se ha propuesto la idea de que el capitalismo habría entrado en una fase de estancamiento secular, debido precisamente al comportamiento de la demanda agregada que ha obligado a mantener muy bajas las tasas de interés, sin que la expansión monetaria genere una nueva ronda de crecimiento. A esto se le puede añadir el menor ritmo de innovación tecnológica asociada con la producción, asunto que ha sido clave en toda consideración sobre el crecimiento de largo plazo desde Adam Smith y reforzado después por Schumpeter.

Frente al estancamiento secular, otros piensan que se trata de que la crisis ha producido un viento en contra frente al que es difícil navegar, pero al que pueden sortear las políticas monetarias y fiscales y el funcionamiento de unos mercados restablecidos. Esta es la posición de los principales bancos centrales como la Fed y el BCE. Y al parecer lo que esperan encontrarse luego del viento en contra en una situación en esencia similar a la de antes de la crisis. Es difícil que así sea. Así planteado es una verdadera ingenuidad teórica, política e histórica. La señora Lagarde, tal vez con origen en su inconsciente, dijo en la entrevista citada que más que un estancamiento secular como se discute en el campo de los economistas, ella usa el término nueva mediocridad. Así queda dicho.