Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 5 de abril de 2015 Num: 1048

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Philippe Jaccottet:
la hora de un poeta

José María Espinasa

Transiciones: del
papel a la red

Juan Carlos Miranda

Knausgard: escribir
para matar al padre

Carlos Miguélez Monroy

Tortuga
Luis Girarte Martínez

La espiral oceánica
Norma Ávila Jiménez

Arte para la gente
Blanca Villeda entrevista
con Elizabeth Catlett

La miseria de
Stephen King

Edgar Aguilar

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Columnas:
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La miseria de
Stephen King

 

 

Edgar Aguilar

Sstephen King (Maine 1947 es autor de bestsellers. Ha sido por varias décadas un escritor sobresaliente y a menudo un extraordinario narrador. Debo confesar que su lectura me llegó tarde. Recientemente la editorial Penguin Random House y la revista Proceso lanzaron la colección Stephen King. Rey del terror, con algunos de sus títulos más emblemáticos.

Como la colección se pudo adquirir a través de puestos de periódicos, esto me facilitó su conocimiento. (Gracias al cielo, aún existen puestos de periódicos, en los que uno puede encontrar de cuando en cuando cosas maravillosas a precios mucho más accesibles que en ferias o librerías).

Ahora bien, como soy aficionado al cuento y particularmente al relato fantástico y de terror, me llamó poderosamente la atención un título en especial: Relatos fantásticos, de Stephen King. Lo compré, lo leí ese mismo día, y me llevé una grata sorpresa.

Luego fueron apareciendo otros títulos del “Rey del terror” pero por ninguno me decidí. Como también quien esto escribe es aficionado a las road movies, hubo un título que sí me interesó: Carretera maldita.

El título es pretencioso, y no existiría en realidad una traducción literal en español, ya que el título original es un término propiamente inglés, roadwork, que se refiere a las señalizaciones viales que se colocan en las carreteras donde se realiza un proceso constructivo o de reparación en algún tramo carretero, como medida de precaución al automovilista.

Anteriormente las portadas solían decir mucho de la obra. Las ediciones estadunidenses de buena parte del siglo xx siempre se caracterizaron por contar con estupendas portadas. La portada actualizada de esta novela (y de toda la colección) es horrible. Muestra de espaldas a un hombre con abrigo en lo que parece un bosque; al fondo, en un extraño efecto visual, los faros encendidos de un auto en la noche. La anterior edición mostraba a un hombre con gorra y chamarra de cazador apuntando con un rifle de asalto al posible lector...

Así las cosas, inicié con cierta suspicacia la lectura de Carretera maldita. Según la escueta cuarta de forros, se contaba la historia de un tal Barton Daves (Dawes), quien “es un hombre dispuesto a no dejarse avasallar por las atrocidades del progreso urbano, y menos si éste se materializa en forma de una carretera que pasará por delante de su casa y trastocará su apacible existencia”.

Concluye la cuarta de forros: “Así pues, Barton se arma con una Magnum 44, un fusil de alta precisión y una provisión de explosivos, decidido a detener la construcción de la nueva carretera a cualquier precio.” Por lo tanto, no se trataba de literatura fantástica o de terror, tampoco del género road movie.

Como no es mi propósito hacer una reseña de la obra, sólo diré que no necesaria o precisamente la trama se centra en lo que la cuarta de forros advierte. En realidad, la sinopsis se queda corta, muy corta, además de ser engañosa. La novela es mucho más ambiciosa y de alguna forma rompe con el esquema o la idea que tenemos de Stephen King.

Roadwork fue publicada en 1981 por el aclamado escritor bajo el seudónimo de Richard Bachman, un nombre incluso poco llamativo. Stephen King escribió una serie de novelas como Richard Bachman, y debió utilizar dicho seudónimo por diferentes razones, como suele ocurrir cuando un autor decide firmar algunas de sus obras con seudónimo. Mencionaré una: “En primer lugar, porque los cuatro libros iniciales estaban dedicados a personas muy próximas a mí”, de acuerdo con el propio King.

Quiero creer que en esta especie de confesión hay algo más que un simple guiño emotivo por parte del autor. Se trata, pues, de libros personalísimos, escritos desde otra esfera referencial y emocionalmente creativa, radicalmente distinta a la de otros de sus libros. En otras palabras, se trata de obras escritas a partir de una necesidad interior como exploración individual y no de una exigencia más bien lucrativa de lo que dicta el mercado.

Quizás por ello Roadwork no sea en la actualidad una de las novelas más conocidas de Stephen King, aunque al momento de ser publicada rápidamente, mas no inevitablemente, puesto que no era Stephen King quien la escribió, se convirtió en una de las obras más vendidas de ese año en Estados Unidos. La posible razón: por ser una historia, como parece permear toda la escritura de King, típicamente estadunidense, con una expectante carga explosiva como añadidura, cierto, pero en la que se confrontan y se evidencian distintas y complejas problemáticas de la sociedad capitalista.

Contra lo que se pudiera pensar o hemos venido pensando muchos lectores, Stephen King no es un escritor convencional en su significación más amplia, es decir artística, sino un autor dueño de una capacidad narrativa verdaderamente admirable, aunado al hecho de una producción literaria sorprendente.

Volvamos a Roadwork. Barton George Dawes, su protagonista es, a mi modo de ver, uno de los personajes más interesantes de la literatura estadunidense de la segunda mitad del siglo pasado. Un hombre maduro que, al representar al ciudadano estadunidense promedio que paga puntualmente sus impuestos, goza de un buen empleo, está casado y vive en una bonita y acogedora casa, es al mismo tiempo un ser destrozado por dentro que irá generando una creciente repulsión de todo cuanto le rodea. Salvo por sus recuerdos, conformados por su hijo muerto, Charlie, su trabajo como supervisor en una lavandería y lo que queda de su maltrecha familia, su existencia estará marcada por un anómalo (donde subyace una inquietante perturbación mental agudizada por el alcohol y la persistente caída de nieve) sentido autodestructivo.

¿Dónde está entonces el terrorífico Stephen King? Me parece que en esa cruenta develación de la miseria humana. Esa miseria humana que ha sabido mostrar fantásticamente valiéndose de la cultura popular estadunidense como arma letal de sus más retorcidos sueños.