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Luis Tovar
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Guadalajara 30 (II DE III)
Dieciséis fueron los filmes que conformaron la sección de largometraje iberoamericano del FICG30, tres de los cuales mexicanos: El Jeremías (Anwar Safa), La delgada línea amarilla (Celso García) y Cuando den las tres (Jonathan Sarmiento); dos argentinos: El patrón, radiografía de un crimen (Sebastián Schindel y Choele (Juan Sasiaín); dos colombianos: Las tetas de mi madre (Carlos Zapata) y ¡Que viva la música! (Carlos Moreno); dos españoles: La isla mínima (Alberto Rodríguez) y Loreak (Jon Garaño y Jose Mari Goenaga); dos peruanos: Sebastián (Carlos Siurlizza) y NN (Héctor Gálvez), así como uno brasileño: Al otro lado del paraíso (André Ristum); uno chileno: Aurora (Rodrigo Sepúlveda); uno cubano: Venecia (Kiki Álvarez); uno dominicano: María Montez (Vicente Peñarrocha), y uno guatemalteco: Ixcanul (Jayro Bustamante).
De datos y temas
Salvo los dos primeros de la lista, que datan de este mismo año, el resto de los filmes fueron registrados en 2014, y a excepción de El Jeremías, María Montez, Venecia y Al otro lado del paraíso, los otros doce parten de guiones escritos –en algún caso coescrito– por el propio realizador, lo cual habla con elocuencia de un cine de autor sobre todo, o de una crónicamente escasa profesionalización iberoamericana del oficio de guionista, según se mire. Por otro lado, como puede constatarse, sólo una de estas películas es codirigida, y ni una sola fue dirigida por una mujer –situación inédita, hasta donde este juntapalabras puede recordar, en el FICG desde que se volvió certamen iberoamericano.
Ixcanul |
Desde una perspectiva temática, son tres los filmes que abordan fundamentalmente asuntos que tienen que ver con la política y el ejercicio del poder, así como sus derivaciones de disidencia, represión y/o criminalidad: el mexicano Cuando den las tres, el peruano NN y el brasileño Al otro lado del paraíso. Acerca del universo infantil o adolescente, que en anteriores ediciones ha sido preponderante, en esta ocasión no lo fue menos, pues sumaron seis las cintas que se hicieron eco: por la fuerza de su trama y la espléndida realización de la que goza en todos los aspectos, destaca la guatemalteca Ixcanul –previamente ganadora del Oso de Plata berlinés, así como triunfadora en este FICG–, la argentina Choele, las colombianas Las tetas de mi madre y ¡Que viva la música!, de nuevo Al otro lado del paraíso y finalmente El Jeremías –aunque éste, dada la historia que cuenta, con una intención por completo divergente y mucho muy pobre, respecto de los anteriores.
Dos caen redondas en el género policíaco: la argentina El patrón y la ibérica La isla mínima –a propósito, vaya a saber por qué recientemente nominada a montones de premios Goya, considerando su medianía rayana en la mediocridad, por no mencionar su inocultable deuda con la lyncheana Twin Peaks, de la cual quedó irremediablemente lejos. Cuatro de las restantes refieren dramas personales enmarcados en el mundo adulto: la española Loreak, la chilena Aurora, la peruana Sebastián –con la variante, de relevancia innegable, de centrar su trama en la intolerancia homofóbica, por más que los resultados sean cualquier cosa menos encomiables–, así como la mexicana La delgada línea amarilla –a su vez, con el extra de incluir una mirada a la adolescencia. Finalmente está la dominicana María Montez, clarísimo ejemplo de acartonada y hecha como en molde biopic hollywoodense, perpetrada fuera de Hollywood pero con evidentes deseos de parecerse a eso tanto como sea posible, en la que se cuenta la vida y trayectoria de la actriz dominicana homónima que alguna vez “triunfó”, adivine usted en dónde.
De géneros y avances
Descontado el hecho feliz de que ninguna de las dieciséis producciones cinematográficas arriba mencionadas adolece de las otrora frecuentes o recurrentes deficiencias de producción, de carácter técnico, o bien por lo que hace a decisiones de realización, que le daban al cine latinoamericano –fuerza es excluir al español en este sentido– un aire a veces artesanal, si no decididamente bisoño, conviene destacar dos aspectos: primero, la pluralidad temática y de enfoques, y segundo, la diversificación genérica, todavía incipiente pero promisoria –por más que en el reaprendizaje se incurra en deplorabilidades como el filme dominicano–, y eso sí, absolutamente necesaria, sobre todo si se toma en cuenta que a ninguna cinematografía puede venirle bien que se le considere como si en su nacionalidad, o en este caso su regionalidad, consistiera un género.
Continuará
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