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El planeta de los drones (II Y ÚLTIMA)
Combate o cacería
El drone es una arma muy controvertida, ya que “puede proyectar poder sin proyectar vulnerabilidad”, como señaló el oficial de la Fuerza Aérea David Deptula. La estrategia tradicional de proyección de poder de los imperios consistía en enviar tropas, a pesar del riesgo humano que eso representaba aun en los conflictos más desiguales. El drone puede ser vigilante y represor de poblaciones distantes a un bajo costo. Una máquina semejante tiene la característica de poder convertir el combate en cacería. Equipos de operadores (cuesta trabajo llamarles pilotos) trabajan, a menudo en el estado de Nevada, en turnos de ocho horas frente a los monitores que ofrecen la transmisión en vivo de las cámaras del drone desde Afganistán, Siria o cualquier lugar del mundo. Estos técnicos van recolectando información, llevando bitácoras y creando modelos de lo que supuestamente es normal y rutinario. Y cuando algo no parece normal, de acuerdo con su visión, el o los sujetos observados se convierten en sospechosos y en candidatos a recibir un misil. Además, la vigilancia da lugar a la creación de gigantescos archivos que sirven como referencia, y que serán analizados en un futuro con software aún en desarrollo para detectar patrones de comportamiento, identificar amenazas y proveer claves para anticipar ataques del enemigo. La guerra asimétrica en que un ejército formal confronta guerrillas es convertida de esta manera en matanza unilateral, como explica Georges Chamayou, en su formidable libro Drone Theory (2015).
Armas humanitarias de destrucción limitada
No son pocos lo que aseguran que el drone es el arma más humanitaria que ha existido, debido a la capacidad de enfocar sus ataques en un blanco y no en una población. Pero hay que considerar que los drones se emplean principalmente en dos tipos de ataques: “personales”, cuando se ha identificado a un terrorista que se desea eliminar, y de signature o “características distintivas”, que se realiza contra desconocidos que tienen un comportamiento que sugiere que pertenecen a alguna organización terrorista. De acuerdo con varias fuentes, este tipo de ataques es el más común. El Bureau of Investigative Journalism estima que, a partir de 2001, la fuerza aérea, el ejército estadunidense y la cia han matado a alrededor de 4 mil 700 personas en zonas de guerra y en países en paz. Sólo en 2015 (hasta el 10 de marzo), han asesinado a alrededor de cien personas en Afganistán; veintiocho en Yemen y cuarenta y ocho en Paquistán. Podríamos imaginar que esas cifras no son demasiado altas si las comparamos con otros conflictos recientes, como podría ser la guerra civil en Siria o la lucha por el poder en Libia. Sin embargo, debemos considerar que estas muertes no corresponden a cifras de combate, sino a operaciones de “asesinato en vez de captura”, algo que se usa con el fin de eliminar riesgos potenciales, para supuestamente sustituir la estrategia de secuestrar, arrestar y enviar sospechosos para ser interrogados y torturados en Guantánamo o en las docenas de cárceles clandestinas que la cia ha repartido por el mundo.
Armas limitadas de destrucción humanitaria
La impotencia de las víctimas, de sus vecinos y familiares, indudablemente se recicla y alimenta nuevas e ingeniosas venganzas. Hemos aprendido a ver con repugnancia y rabia los videos donde los militantes suicidas reivindican sus acciones. Independientemente de lo que podamos pensar de sus motivaciones y causas, en cierta forma están actuando de acuerdo con las virtudes de los guerreros que por milenios han peleado en esta tierra: valor, coraje, sacrificio y heroísmo. Esos valores, los aprobemos o no, tienen la finalidad de hacer aceptable el horror y la carnicería del combate, de construir el mito de la guerra. Estos combatientes suicidas buscan la gloria al convertir su cuerpo en arma y entregarse a una muerte usualmente espantosa. En cambio, el operador del drone, lejos de cualquier peligro, aparte del estrés y el aburrimiento, presiona un botón y elimina a un supuesto enemigo o a una procesión nupcial de manera maquinal e impersonal y, por lo tanto, limpia y aceptable en Occidente.
Newspeak orwelliano
La única manera en que semejante tipo de operaciones pueden parecer dignas y justas es afirmando que el fin justifica los medios y reinventando la ética del guerrero como una labor de autopreservación y de prevención del mal. Lo que antes era cobardía hoy es valor: el valor de matar sin arriesgar nada, de cumplir obedientemente las órdenes de un superior, de llevar a cabo el trabajo sucio, de convertirse en verdugos de condenas que se aplican de manera ambigua, expedita y vana, de jalar el gatillo y tener fe en que se ha hecho el bien.
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