Opinión
Ver día anteriorDomingo 22 de marzo de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
El amor en tiempos de la guerra civil
U

na renovación artística. El cine de Quebec es algo más que un puñado de nombres ilustres premiados en los festivales internacionales (Dolan, Arcand, Vallée, Lépage, etc). Es una apuesta cultural a menudo politizada y una reivindicación de la lengua francesa; el alejamiento relativo, en las formas y en los temas, de un cine anglosajón tributario del modelo hollywoodense; la búsqueda formal y la elección esporádica de un relato minimalista cercano al cine europeo de autor y al cine actual latinoamericano.

La gran aportación de las muestras de cine extranjero en la Cineteca Nacional consiste en alejar un poco a los distribuidores y a sus públicos de las rutinas de explotación y consumo comerciales, y hacerles descubrir cinematografías emergentes, propuestas novedosas, replanteamientos temáticos, y dar a conocer, de modo en ocasiones efímero, películas muy interesantes que con esta plataforma de visibilidad bien podrían encontrar una distribución más amplia. Tal es el caso de la cinta El amor en tiempos de la guerra civil (L’amour au temps de la guerre civile, 2014), del realizador franco-canadiense Rodrigue Jean.

Amor y restos humanos. La guerra civil a la que alude el título de la cinta se libra cada día en el centro mismo de Montreal, una ciudad sumida en un rudo invierno que difumina los rostros y cuerpos de sus protagonistas (drogadictos y prostitutos callejeros) en una tormenta de nieve que parece interminable. Es la guerra sorda entre seres marginales y ciudadanos en apacibles zonas de confort, capaz de exacerbarse y estallar, como durante la revuelta estudiantil de 2012, como reflejo de una acumulación de agravios sociales.

La cinta de Rodrigue Jean no se centra en esas batallas a campo abierto, que apenas vuelve explícitas en una escena clave. Su registro es, por el contrario, intimista y claustrofóbico. Es la captura de los rituales de consumo de drogas (crack fumado y sustancias inyectables) por parte de jóvenes toxicómanos que hacen de sus cuerpos una moneda de cambio para atender una adicción crecientemente demandante. La cinta, de una morosidad exasperante, adopta de modo deliberado el ritmo lento y las repeticiones propias del núcleo social que describe: jóvenes detenidos en el tiempo presente, sin biografía detectable y con un porvenir incierto. La virtual suspensión del tiempo, luego de consumir la droga, tiene un equivalente visual en las largas tomas y los acercamientos obsesivos de rostros y fragmentos de cuerpos a que se libran los cinefotógrafos Mathieu Lavardière y Étienne Roussy. Recuérdese la secuencia final de Kids: vidas perdidas (1995), de Larry Clark, y se tendrá una idea de la atmósfera que domina en esta cinta quebequense.

Al exterior de este encierro y de sus metódicas rutinas de consumo, está el campo de batalla urbano, la gélida ciudad inhóspita, con sus códigos de trueques y negociaciones entre clientes, vendedores de drogas y prostitutos en subasta. El prostituto toxicómano es alternadamente comprador de droga y vendedor de su cuerpo en un extenuante círculo vicioso, espiral del consumo y la dependencia. ¿Cómo mostrar cabalmente este universo si no a través de un catálogo de gestos repetitivos y conductas recalcitrantes?

La cinta señala la imposibilidad del amor en esta guerra civil cotidiana, pero también, entre los frenéticos acoplamientos sexuales de los protagonistas, y por encima tal vez de ellos, las posibilidades de la ternura entre semejantes. Siempre parecidos unos a otros y, al mismo tiempo, diversos: hombres y mujeres heterosexuales, transgéneros, gays. Más que identidades y géneros normativos, se trata de conductas heterodoxas e inasibles actitudes de desafío social.

En esta cinta Rodrigue Jean elabora una ficción en torno al protagonista Alex (Alexandre Landry, actuación formidable), cuya trayectoria sigue minuciosamente, consignando el tránsito de su rostro angelical, casi adolescente, a una condición de virtual desecho humano, de joven prematuramente envejecido. Sin tremendismo al calce. Esta ficción, con fuertes tintes de documental, parece emparentada, en su captura de un clima urbano, al cine de Ulrich Edel, en Yo, Cristina F (1981) y su Berlín de prostitutos, toxicómanos y estaciones de trenes, o a los relatos de soterrada ternura homoerótica de los personajes marginales de Gus Van Sant en My own private Idaho, Drugstore cowboy, o Mala noche.

De hecho, Amor en tiempos de la guerra civil es el reverso ficcional de Hombres en renta (Hommes à louer, 2008), documental del mismo director sobre la prostitución masculina en Montreal. Aun cuando pareciera abordar un asunto trillado, la cinta se sitúa, con su estilo arriesgado y su franqueza sin concesiones, en los márgenes del cine queer del que parece derivar y más lejos aún de un ya inofensivo cine gay, muy ávido de aceptación social.

Muestra de cine de Quebec. Cineteca Nacional.

Twitter: @Carlos.Bonfil1