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A la mitad del foro

Las cuentas y el silencio

E

n Paraíso, Tabasco, la conmemoración de la efeméride del porvenir; la clase obrera enviada al este del Edén, y la Expropiación Petrolera elogiada y congelada en las páginas de la nostalgia. Recibió al presidente Peña Nieto Arturo Núñez, gobernador de Tabasco, perredista que antaño participó activamente en la cimentación de la reforma política que se estancaría en electoral. Asistió y habló Carlos Romero Deschamps, prueba viviente de que al menos los dirigentes de la clase obrera van al Paraíso. Y desaparecen.

Hubo aviso privado previo del acto público por excelencia: convocatoria de la familia a hacerse presentes en el festejo del día en que Lázaro Cárdenas del Río informó al pueblo de México que su gobierno había expropiado el petróleo y los bienes de las empresas extranjeras que aquí explotaban las riquezas del oro negro y a los trabajadores mexicanos, con desprecio y agravio para las leyes y autoridades de la nación. Cuauhtémoc Cárdenas invitó a participar en el acto, en la capital de la República. Y nada más se supo. Salvo que no hubo noticias de la asistencia del Jefe de Gobierno del Distrito Federal, de Miguel Ángel Mancera, apartidista y apolítico que llegó al cargo como candidato del PRD y los restos de los partidos que se decían y se dicen de izquierda. Ya ninguno de los que alguna vez fueron líderes del PRD milita en el partido del sol eclipsado por las componendas y las complicidades con el crimen organizado y el del poder constituido.

18 de marzo y la primavera se anticipó para los banqueros que aseguran estar en la mejor de sus épocas: la clase bancaria en el paraíso. Y los guardianes del capital ajeno hicieron gala de las utilidades propias, de la crisis interna y la externa que no los afecta, sino todo lo contrario. Si acaso, dejaron que el rotundo gobernador de la banca central asegurará que de los miles de millones de dólares que vinieron del norte, donde las rentas equivalían prácticamente al cero por ciento de interés o casi, todavía no emigraban en espera del aviso de la Fed, de posibilidad alguna, por distante que fuera, de aumentar las tasas del dólar allá de aquel lado. De todos modos, como para que los de las impactantes reformas no olviden a quién deben servir, los directivos bancarios leyeron la cartilla al secretario de Hacienda y al mismísimo presidente de la República.

Pero en Acapulco había dicho Enrique Peña Nieto que en México imperaba la desconfianza y nadie creía, nadie quería creer lo que dijera su gobierno, lo que tuviera fuente y origen oficial. Imposible desmentirlo. Ya había expresado en la Corte de Saint James el alcance del dramático desencuentro de pueblo y gobierno. No hubo sorpresa ni disgusto visibles en el gesto mayestático de la reina Isabel II. Del primer ministro, lo opuesto, elogios y recomposición del mágico mexican moment. Con los banqueros, Peña Nieto habló, expuso logros y confianza en el porvenir inmediato. Las únicas nubes tormentosas asomaron al defender Luis Videgaray la legalidad y legitimidad de la casa comprada al contratista de la cercanía que da influencia.

¿Pero cómo ajustar las cuentas de la casa de campo con el optimismo del financiero que aseguró que no nos afectaría el desplome del precio del barril de crudo? En Texas, al otro lado del río Bravo, los petroleros de insultante riqueza buscan dónde refugiarse: la caída del precio del petróleo va a producir la pérdida de 100 mil empleos directos. En Estados Unidos, cuna de Rockefeller y la Standard Oil, se prohíbe la exportación de crudo. Lisa y llanamente, así crezcan sin límite alguno las reservas, algunas bajo inmensos domos de sal natural. Sueñan los magnates del mejor negocio del mundo con un vuelco en Washington que les permita exportar. Pero no a tan bajo precio, como el que les va a costar 100 mil empleos. Y a México, según Videgaray, nada.

Hay que revalorar las palabras y encontrar la forma de comunicarlas al pueblo, a la ilusoria clase media emergente, a los mexicanos del común y hasta a los del 0.1 por ciento de la población, dueños de la inmensa mayoría del capital. Comunicar y convencer. Algo se quebró en Ayotzinapa. Y la lentitud para asumir la responsabilidad silenció amargamente el discurso de la concertación política y el acuerdo colectivo para resolver los angustiosos problemas del país. Un gobernante no tiene problemas, dicen que dijo el Meme Garza González: tiene asuntos que resolver. Ángel Aguirre, Carlos Navarrete y Jesús Zambrano defendieron al sátrapa de Iguala y desapreciaron de la escena sangrienta donde las víctimas de siempre señalaron al culpable de siempre: ¡Fue el Estado!

Y el ogro filantrópico cedió el paso al Leviatán de Hobbes. En política, como en el Génesis, en principio era el verbo. La opinión es un derecho; los hechos son sagrados. Exponerlos y convencer, en eso consiste la comunicación social: el valor de la palabra. Cómo explicar el contraste entre el flujo desbordado en Paraíso, Tabasco, las frases de indeleble optimismo en Acapulco, y el discreto silencio del 21 de marzo de 2011 en la conmemoración del natalicio de Benito Juárez García. No se puede creer que se rindió el sobrio homenaje del silencio al indio de Guelatao. A quien nos legara la convicción: El triunfo de la reacción es moralmente imposible.

Desquiciante contraste de oratoria desbordada y ensordecedor silencio en el breve lapso del 18 al 21 de marzo. El intermedio del informe a los banqueros es tan viejo como el rápido paso del alemanismo al grito de alarma de López Portillo. En las alturas, donde se impuso el pluralismo, diputados y senadores recuperaron los pasos perdidos en la disputa por las prebendas y el reparto de candidaturas. Asomo de voluntad política para superar el envilecimiento de la palabra y ponerla al servicio del pueblo. La iniciativa de combate a la corrupción se aprobó en San Lázaro y ya está en el Senado.

Hay que volver la mirada al Brasil de Lula y los millones liberados del yugo de la pobreza. La corrupción en Petrobras ha desatado manifestaciones multitudinarias. Y la notable respuesta de Dilma Rousseff: Es obligación del gobierno escuchar a la calle. El crimen brutal de Guerrero tiene alcances mediáticos universales, pero la dispersión de poderes es mucho más que un vuelco del poder constituido. Los antiguos despojos, la explotación bestial de los jornaleros agrícolas, resurgieron con el llano en llamas.

En Los Cabos de Baja California Sur se desnudó la esclavitud moderna: el tráfico de indios rarámuris reclutados en la sierra de Chihuahua para laborar en las cosechas de empresas agrícolas con salarios de hambre; hombres, mujeres y niños hacinados en miserables casuchas insalubres, sin seguridad social, sin derecho alguno. Por algún extraño designio, ahí estuvo el secretario del Trabajo. Y ya hay demandas contra los patrones que viven en Guanajuato y sus capataces de Baja Sur.

La transición quedó en reforma electoral recurrente. Todo cambió y todo sigue igual. O peor. En Baja California han sido explotados durante décadas jornaleros agrícolas mixtecos. En el tercer milenio alzaron sus voces, exigieron la presencia del gobernador y bloquearon la carretera transpeninsular. Los oyeron en el ágora y las redes electrónicas; su protesta se hizo palabra impresa. Y el señorito panista dejó el Palacio de Gobierno para ir a San Quintín, al Valle de Ensenada.

Es obligación del gobierno escuchar la voz de la calle, y la del campo, donde impera la explotación inhumana de los jornaleros agrícolas nómadas y hambrientos.