Hugo Gutiérrez Vega 
  
    Una  ricotta manierista 
    
    
    Para Annunziata Rossi 
   
    Con  frecuencia me encuentro con las palabras y las imágenes de Pier Paolo Pasolini.  La semana pasada lo hice en un excelente ensayo de la maestra Rossi titulado “El primer manierismo toscano y Pier Paolo  Pasolini”, publicado por el INBA en el catálogo de la exposición Manierismo, el arte  después de la  perfección.  
    En la  primera parte de este ensayo, nos habla del alto Renacimiento y de la  perfección inalcanzable de las obras de Leonardo, Rafael y Miguel Ángel;  después de ellos viene el manierismo, que recorre los años del siglo XVI y cubre la  transición entre el Renacimineto y el barroco. Los manieristas hacían arte a su  manera y, por lo tanto, mantenían una rigurosa voluntad de estilo. Andrea del  Sarto, Jiacopo da Pontormo, Bronzino, Rosso Fiorentino y Giorgio Vasari, pintor  y teórico aretino, son los principales representantes de esa manera de acercarse al fenómeno artístico. Todos ellos nacieron en la Toscana, bajo el poder de la  dinastía Medici. La maestra Rossi recuerda el levantamiento organizado por un grupo de intelectuales en  contra de Lorenzo el Magnífico. Mientras ellos gritaban; “¡Viva la libertad!”,  el pueblo contestaba: “¡Viva Lorenzo, que nos da el pan!”Por eso el episodio  fue conocido con el nombre de la “Conspiración de los locos”. 
    La segunda parte del ensayo se  dedica fundamentalmente a recordar y analizar un trabajo cinematográfico de  Pasolini, que la autora considera inspirado en buena medida en el proyecto  manierista. Se trata del episodio titulado “La ricotta”,dirigido por él en la  película RoGoPaG, (Son los apellidos de Rossellini, Godard, Pasolini y  Gregoretti).  
    “La  Ricotta” (que es un requesón romano), fue filmado con técnicas rudimentarias en  recuerdo del cine mudo. El tema central es la Pasión de Cristo, pero en torno a  él giran las preocupaciones socioeconómicas del director y se mezclan los  elementos trágicos con los cómicos. Es inolvidable el personaje llamado Stracci  (Harapos); extra de cine, hambriento y desasosegado, que hace el papel de  Dimas, el buen ladrón. Permítanme hacer un paréntesis para rendir homenaje a  una lavoratrice ejemplar: nuestra empleada doméstica  romana, Acenza, cuando terminaba su trabajo en nuestra casa salía a la calle con  un carrito con ropa usada y se convertía en straccivendola.  
    El rasgo esencial de Stracci es su  hambre constante. Vive en espera de la paga del sábado para poder comprarse un panino, o un  plato de pasta asciutta. Un día le obsequian una gran porción de ricotta, que  devora fuera de la cueva donde se reúne con sus compañeros de trabajo. El  director de la película, interpretado por un divertido y locuaz Orson Wells,  llama a filmar la parte final. Stracci es amarrado a la Cruz, dirige la vista  hacia un Cristo excesivamente maquillado, se encoge víctima de un retortijón y  muere a causa del hambre saciada. 
    En  Stracci están todos los personajes del hambre y la picaresca del dopoguerra romano: Accattone, los ragazzi de vita, los pajaritos y los pajarracos, el  monstruoso ser humano de Il porcile, quien declara: “He matado a mi padre, he comido  carne humana, tiemblo de alegría”; y tantos otros de la imaginería del poeta de  Casarsa. Todo este universo concentracionario está presente en su poema “El  llanto de la excavadora”: 
    
    Aquel barrio  desnudo bajo el viento, 
      no romano,  no meridional, 
      no de  trabajadores, era la vida 
    bajo su luz  más actual; 
      vida, y luz  de la vida, plena 
      en el caos  subproletario 
    descrito en  el burdo periódico  
      de nuestra  célula; era 
      la nota roja  del vespertino, el hueso 
    de la pura  existencia cotidiana 
      real por ser  tan cercana, 
      absoluta por  ser 
      al fin tan  miserablemente humana. 
       
    Hace  muchos años, en un aniversario de su muerte, escribí un poema en el que hablo  de los alimentos terrenales que constituyeron gran parte de la vida de  Pasolini, y hago un recuerdo de Stracci:“ y tu hambriento de ricotta, muerto junto al Cristo maquillado”. 
    Ahora sabemos que su muerte,  fraguada por los poderes fácticos que tanto odiaban y temían la actitud crítica  del poeta, obedeció a razones políticas. 
    El director grita: “¡Corten!”, y  los ayudantes bajan a los crucificados. Entonces se dan cuenta de que Stracci,  el pueblo hambriento, está muerto, y tiene pedacitos de ricotta seca en las manos. 
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