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 Portada 
Presentación 
Bazar de asombros 
      Hugo Gutiérrez Vega 
Campbell y La era 
  de la criminalidad 
  José María Espinasa 
El quehacer editorial: adrenalina pura 
  Edgar Aguilar entrevista 
  con Noemí Luna García   
  
Batis para neófitos 
  Fernando Curiel 
En el Sábado de 
  Huberto Batis 
  Marco Antonio Campos 
Recuerdo, Huberto 
  Bernardo Ruiz 
  
El multifacético 
  Huberto Batis 
  Luis Chumacero 
Batis y el amor 
  a la palabra 
  Mariana Domínguez  
Leer 
Columnas: 
        Bitácora bifronte 
        Ricardo Venegas 
        Monólogos compartidos 
        Francisco Torres Córdova 
        Mentiras Transparentes 
		Felipe Garrido 
        De Paso 
		Ricardo Yáñez 
        La Otra Escena 
		Miguel Ángel Quemain 
        Bemol Sostenido 
		Alonso Arreola 
        Las Rayas de la Cebra 
		Verónica Murguía 
        Cabezalcubo 
		Jorge Moch 
        Perfiles 
		Ricardo Guzmán Wolffer 
        Cinexcusas 
		Luis Tovar 
 
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     Núm. anteriores 
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	Alonso Arreola 
	 Twitter: @LabAlonso 
     
     
     
     
     Cerati  + Blur + Vinyl = Marvin 
    
     
     Como dice Paul Medrano en el prólogo del libro Cerati, siempre seremos prófugos, los puentes entre el pentagrama y las palabras son muy viejos.  No obstante, también es cierto que muchos de  los más jóvenes músicos del rock y pop de habla castellana actuales  exhiben debilidades líricas por la simple falta de lecturas y, dentro de ellas,  de lecturas profundas. Algo que no le sucedía  a Gustavo Cerati, un tipo interesado en pulir versos tanto como en  perfeccionar ejecuciones guitarrísticas o interpretaciones vocales. Fue por ese  compromiso con la calidad que su muerte generó un temblor que no acaba de pasar. (No se preocupe la lectora,  el lector, que no hablaremos de nuevo del astro argentino; él es sólo un  pretexto.) 
     Como a muchos colegas, a nosotros  también nos invitaron a participar en distintas emisiones editoriales,  radiofónicas y televisivas a propósito de su fallecimiento. La mayoría de los  entrevistadores que nos interpelaron, sin embargo, exigían sentencias breves y  cómodas para “entender” su relevancia en la música latinoamericana. Pensando  precisamente en esos días, y preparando las palabras con que recientemente  participamos en la presentación del mentado volumen (editado por la revista Marvin en su  colección Rock para Leer), fue como distinguimos  tres rutas básicas para relacionarse con  un artista.  
     La primera: la tipo periodista.  Revisando su vida, leyendo biografías, visitando sitios con datos específicos  sobre sus esfuerzos, proyectos, triunfos y fracasos. Data fría de obituario. La  segunda: la tipo colega o investigador. O sea, estudiando su obra, analizando  las armonías de sus composiciones, sus preferencias rítmicas, su lírica y  desarrollos melódicos, la manera como ha transformado sus influencias y el tipo  de evolución que presenta en cada disco. Costumbre poco desarrollada en músicas  populares no tradicionales y que deberíamos  trabajar más quienes entendemos de teoría. La tercera: la que más nos  gusta, la tipo corazón. La que hace que el oficio de un músico nos acompañe en  la vida diaria, sencilla y naturalmente, impregnando con su sonido nuestros  amores, alegrías, sufrimientos y más variopintas situaciones imaginativas.  
     
     De allí nuestro entusiasmo de que  los veinte textos ilustrados de Cerati, siempre seremos  prófugos propongan  una banda sonora que abandona el ruido de fondo para tomar  el proscenio, para ser personaje central,  clave y guiño en prosas de muy diversa estirpe. Un recordatorio de la  valía de algunas canciones, pero sobre todo de ese mantra de los melómanos de  cepa: la vida no es necesariamente mejor con música, pero sí es más  significativa.  
     Y es que la música puede, por  ejemplo, salvarnos literalmente el pellejo con su presencia inesperada, como  apunta René Lopez Villamar en “Diagrama de flujo para reconstruir a Gustavo Cerati a partir de objetos  inanimados de fácil acceso”, texto inaugural del libro. Igualmente puede  ser un empujón hacia el abismo, como señala Gabriel Bauducco en “El mareo”; o  el escenario de recuerdos dolorosos en las plumas de Gabriela Conde y Marc  Dorian; o la radiografía de una voz de barrio  que le habla al artista en ciernes, según la imaginación de Juan Carlos  Hidalgo; o la visita a Buenos Aires en que Paola Tinoco metió la pata dos veces  frente a seguidores del ídolo; o el detonador químico que pueden ocasionar 120 beats por  minuto en una ama de casa que se cambia las bragas en su automóvil, como acusa  Enrique Blanc desde Guadalajara… 
     Es imposible comentar aquí todos los  textos e ilustraciones de Cerati, siempre seremos  prófugos, pero  créalo, vale la pena obsequiar su poder conjurador a  algún melómano naciente de la familia. Editado con sencillez (según parece  gracias al patrocinio de una marca de papas fritas), está claro que es hijo del  periodismo por encargo más que del Monte Parnaso. Aun así, su aparición  coyuntural y la honesta liviandad que contiene le otorgan eficacia divulgativa  para la obra de un cantautor notable cuya locura extrañaremos, y también para nuevas plumas interesadas en aumentar su  inspiración. Creemos que los jóvenes que lo lean estarán listos frente a retos  más profundos. Eso es de suyo bueno. 
     Y cabe añadir algo: ya antes, a  inicios del año pasado, los de la revista Marvin habían dado un paso en el mismo  sentido con el título Blur, amor¶noia en los 90. Además  editaron –simultáneamente al  libro de Cerati– otro llamado Casi todo lo que sé acerca del vinyl, de  Mauricio Esparza Oteo de  Icaza. Ambos lucen pertinentes hoy que la  música ha ido transformando sus  valores; cuando adquiere nuevos significados en nuestra existencia. Esperamos que su esfuerzo continúe. Buen domingo. Buena semana. Buenos  sonidos. 
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