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Acuerdos de San Andrés: significado y trascendencia
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ste 16 de febrero se cumplen 19 años de que se firmaron los Acuerdos sobre Derechos y Cultura Indígena entre el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y el gobierno federal, también conocidos como Acuerdos de San Andrés. Después de cinco meses de negociaciones, en un proceso inédito en la historia de México, en donde participaron cientos de autoridades indígenas, intelectuales de ellos mismos y académicos que han dedicado su trabajo profesional al estudio de los pueblos indígenas; después de que la comandancia del EZLN consultó a sus bases y el movimiento indígena, a las suyas, se firmaron dichos documentos, en los que el gobierno mexicano reconocía el yerro histórico de excluir a los pueblos indígenas y se comprometía a reformar el Estado para incluirlos dentro la sociedad nacional, reconociendo sus derechos. Como se sabe, al final el gobierno desconoció esos acuerdos mientras los pueblos, fieles al valor de la palabra, los convirtieron en su constitución política y base para su reconstitución.

A 19 años de aquella histórica firma es importante recordarla porque tiene varias implicaciones. Una de ellas es que al transcurso de dos décadas han quedado claros los motivos de la resistencia de los representantes del gobierno federal a incluir a los pueblos indígenas como sujetos de derecho público y reconocer su derecho al territorio, que son los mismos por los que después se negaron a cumplirlos: sus reformas legales y sus políticas apuntan a despojarlos de ellas. Ellos ya lo sabían y algunas muestras habían dado de sus intenciones, aunque todavía no sacaban todas sus cartas. Las reforma del año pasado para privatizar el aprovechamiento de los hidrocarburos, la producción de energía eléctrica y de gas es la culminación de ello; pero antes reformaron las leyes para apoderarse de los minerales, el agua y la biodiversidad, todos elementos naturales muy codiciados por las empresas trasnacionales.

El incumplimiento de los acuerdos dejó el campo libre para que las empresas mineras despojen a los pueblos, nahuas, wixaritari, ñuú savi, zapotecos y totonacos, como sucede en los estados de Jalisco, Guerrero, Colima y Puebla; para que el gobierno despoje de su agua a los yaquis, guarijios, mixtecos, zapotecos, chatinos, coras y wixaritari, que luchan por mantener vivos sus ríos y contra el Acueducto Independencia y las presas Pilares, Paso de la Reina, Las Cruces la Parota y El Zapotillo. Otras luchas importantes son las que libran los binizaá e ikoots del istmo oaxaqueño, los mayas peninsulares y los kiliwa bajacalifornianos contra las empresas eólicas; la defensa del maíz nativo contra la invasión del transgénico, que se desarrolla en varias comunidades de Jalisco, Oaxaca, Tlaxcala, Chiapas y Guerrero; o la comercialización de la biodiversidad; o la obra privada, presentada como pública o comunitaria, como la construcción de carreteras o proyectos turísticos. Son la expresión de la nueva colonización y para llevarla a cabo, los acuerdos les estorbaban.

Los acuerdos tienen otra significación muy importante para los tiempos que corren. Por primera vez en la historia de México, los pueblos indígenas, a través de sus propias autoridades, pudieron sentarse en igualdad de circunstancias con las autoridades del gobierno para plantear sus demandas. Y aunque al final el gobierno desconoció los acuerdos que se tomaron, tiene importancia porque expresa la manera en que deberían tratarse los asuntos públicos: abiertamente, de cara a los interesados y no por cúpulas políticas que solo representan sus intereses de grupo. Es importante tenerlo presente ahora que un sector del movimiento social propone un constituyente para refundar el país. Razones le sobran a los promoventes, pero para que prospere habría que cuidar las formas y los tiempos de todos los sectores sociales para asegurar su participación, como hace 19 años lo hizo el Ejército Zapatista de Liberación Nacional con los pueblos indígenas de México.

A 19 años de la firma de los acuerdos sobre derechos y cultura indígena. los pueblos siguen en lucha por hacerlos realidad. Pese a que muchos digan que no hay movimiento indígena porque no protesta en las calles o llena plazas públicas, el movimiento indígena está tan movido como en sus mejores tiempos y quienes participan dan la batalla por sus derechos. Lo hacen a su manera y sus tiempos, echando mano de sus recursos y aprovechando los que otros sectores solidarios les aportan, siempre que respeten sus decisiones. Por eso no se les ve en las calles. Esa es otra enseñanza, que aunque no sean visibles ahí están presentes, enseñando el camino que ofrecen para superar nuestra situación y construir otro mundo. Porque como hace 19 años dijeron: otro mundo es posible.