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A la mitad del foro

Abandonad toda esperanza...

A

las puertas del infierno vio Dante la ominosa advertencia: Abandonad toda esperanza... Pero entró y recorrió los siete infernales círculos, guiado por Virgilio. Por el gran poeta romano, nada menos. No llegó a divina comedia la respuesta de Enrique Peña Nieto a la tormenta de las redes sociales y las expresiones de sospechas confirmadas entre los de la clase parlanchina y los inconcebibles Catones engendrados en la embriaguez de la democracia del dinero, criatura del vicio y la virtud apareados en el jardín de las delicias de la desigualdad: el conflicto de intereses era cosa juzgada.

Virgilio Andrade no es poeta. Y el coro de condena de la pluralidad incluyó a los que pactaron con él, a los del PAN que no se come; a los del PRD autodeclarado izquierda moderna, inmune a los acuerdos y complicidades como la de Iguala; la de los normalistas rurales de Ayotzinapa y las muy urbanas propiedades de los delincuentes adueñados de las puertas del corredor criminal del estado de Guerrero. La Secretaría de la Función Pública tuvo y tiene funciones definidas. Los que gritan su alarma ante la pastorela del investigador al que su jefe encomienda que averigüe y resuelva si hay conflictos de interés en las compras de casas del Presidente, de su señora esposa y su secretario de Hacienda, el que tiene a su cargo los ingresos y gastos de la República. Nadie trae a cuento la separación de poderes y la virtud republicana de los pesos y contrapesos que la hacen posible.

La presentación de Virgilio Andrade como versión contemporánea de Fouché produjo el regocijo generalizado ante la confirmación de los peores prejuicios, de la suspicacia traducida al bárbaro sospechosismo, puesto en boga por Santiago Creel. ¿Lo recordarán los de la red electrónica de incontinencia verbal, de absoluta impunidad para condenar y maldecir la impunidad que aqueja al mundo real? Estamos ante la confirmación de la frase proverbial: en política, todos los errores son consecuencia del error original. Un notable operador político tropieza una y otra vez con la misma piedra. En Guerrero habían desaparecido los poderes mucho antes de que Ángel Aguirre escapara por la puerta falsa de la licencia y de que los radicales de veras incendiaran el palacio de gobierno de Chilpancingo. La opinión pública se anticipó a la que la ceguera oficial dio en despreciar para distinguirla de la llamada opinión publicada: cosa juzgada.

El Congreso, contrapeso del Ejecutivo, finge no recordar el accionar del Capitolio en Washington para poner un velo pudoroso a la locura violatoria de la constitución de Richard Nixon: aprobaron la norma que les permitía designar un fiscal especial para investigar y resolver, así fuera a toro pasado, el asunto del Watergate, que obligó a la renuncia de Richard Nixon. Facultad expresa, así dependa el Departamento de Justicia del Poder Ejecutivo; así sirviera más tarde para llevar a juicio a Bill Clinton por cuestiones de alcoba: después de todo, la norma aprobada obligaba a atender posibles violaciones a la ética. Aquí, Marcelo Ebrard organiza una farsa en San Lázaro porque, dice, no se respetó el proceso debido ni la presunción de inocencia.

No es tribunal la comisión que investiga lo sucedido en la línea 12 del Metro. Informa al pleno y éste aprobará que se solicite la intervención de las procuradurías del Distrito Federal y la General de la República, que sí tienen facultades para investigar posibles delitos penales y llevar ante un juez a quien fue jefe de Gobierno del Distrito Federal y aspirante a candidato del PRD a la Presidencia de la República. A quien se hizo a un lado para dejar vía franca a Andrés Manuel López Obrador. Al tribuno de Nacajuca, quien hoy lo defiende y no le reprocha ni aferrarse al PRD de los chuchos, que pactó con la mafia del poder y con el crimen organizado. Será porque apenas libró López Obrador la condena de las incrédulas redes sociales, al deshacerse del ejemplar doctor Mazón y suplirlo con Sofío Ramírez como candidato de Morena a gobernador de Guerrero.

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La presentación de Virgilio Andrade como titular de la Secretaría de la Función Pública produjo el regocijo generalizado ante la confirmación de los peores prejuiciosFoto Francisco Olvera

Marcelo Ebrard tuvo su derecho de réplica. Y sin necesidad de ingresar a San Lázaro en la cajuela de un automóvil, pregonó su eficiencia y la portentosa vigilancia a la que se sometió a funcionarios y contratistas de la obra que costó miles de millones de pesos y no trasporta un solo pasajero porque suspendieron el servicio funcionarios al mando de Miguel Ángel Mancera, el no militante a quien Ebrard dejó como sucesor. Los diputados no son ministerio público. Ni los periodistas. Precisó: La libertad de expresión es un derecho; los hechos son sagrados. Y por encima de los retos a distancia, resonaría lo dicho por el diputado Isidro Moreno:

No seremos nosotros quienes juzguemos, será ante la procuraduría donde deberá confrontar sus dichos con las pruebas documentales para fincar las responsabilidades a quienes correspondan (...) a fin de cuentas el responsable de la administración era usted, señor Marcelo. (Nota de Roberto Garduño en La Jornada de ayer sábado). Y Abel Guerra, también del PRI (ni modo ni manera... Ebrard también fue priísta) concluyó con un asomo notable de lógica parlamentaria: El material rodante no es compatible con la vía, derivando en esfuerzos excesivos que generan desgaste y riesgo de descarrilamiento. Las evidencias señalan falta de coordinación, aunque usted no lo quiera reconocer así. Dice usted, licenciado, que el problema político lo hicimos aquí. Fíjese que si no le hubieran suspendido la obra y si estuviera bien, no estaríamos aquí.

Y mientras la prensa internacional que anunciaba el momento mexicano caricaturizara a quien llamara estadista notable, a Enrique Peña Nieto: No entiende que no entiende, el impacto del reto griego a la austeridad impuesta a los pobres y la oferta de más deuda del pueblo para salvar a los grandes banqueros, Luis Videgaray, en entredicho por presunto conflicto de intereses y por el marasmo de la economía que vuelve al ciclo de crisis recurrentes, anuncia recortes al gasto público, para preservar la estabilidad. En estos días vino Bill Clinton a México. Bienvenido el sincero reconocimiento de que la infernal explosión de la violencia criminal se lo debemos al logro de Estados Unidos, que selló vías marítimas y aéreas al narcotráfico y obligó al tránsito por tierra firme.

Inolvidable el acierto de Bill Clinton en su campaña de 1992: Es la economía, estúpido. Y cierto, pero la crisis global del estancamiento que padecemos hoy es resultado de política y políticas que ahogan la demanda, y sin demanda, la inversión y los empleos no se materializan: ¡Son las políticas, estúpido! y Demanda, demanda, demanda, nos dice John Stiglitz.

Este 5 de febrero, el diputado y aspirante a candidato a gobernador de Michoacán, dizque de izquierda, diría que se necesita otra Constitución. Como preámbulo al centenario de la de 1917, Rodolfo Echeverría cita a los constituyentes Juan de Dios Bojórquez e Ignacio Ramos Praslow: “Toda ley fundamental que cambia las estructuras sociales anquilosadas o modifica las que tienen gruesos sedimentos de feudalismo colonial, para que dure y tenga validez histórica, debe tener como antecedente una lucha sangrienta y larga; no concibo una redención sin sangre ni sacrificios, heroísmos y renunciaciones. De este aserto tienes en México –le dice Ramos Praslow a Bojórquez– la Constitución de Apatzingán, la de 1857 y la de 1917, que tú y yo tuvimos el honor de firmar”.