jornada


letraese

Número 223
Jueves 5 de Febrero del 2015



Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER

Directora general
CARMEN LIRA SAADE

Director:
Alejandro Brito Lemus

pruebate



editorial

Joaquín hurtado

Mercadito

El corazón del mercadito es el lunes de sol y gritos que anuncian un kilo de tomate por cinco pesos. Los tenderetes vienen aleteando desde la carretera federal y se pierden con la mirada hasta una plaza sin nombre, sin flores, sin bancas; sólo la alegra un desmayado arbolillo de retama.

No puede haber árboles donde se acomodan los puestos de cachivaches. Un Catecismo para indios remisos, obra maestra de Monsiváis, se muere de tristeza. Rescatarlo del montón de nopales, fierros oxidados y motores destripados es urgente. Veinte lucas le doy a un viejito que me lo envuelve con un manojo de cilantro de pilón.

Pomadas de hierba árnica, polvos de víbora de cascabel, aceites contra el cáncer, antivirales caducos para el sida, sahumerios pal mal de ojo y talismanes que recuperan un amor perdido se ofertan en la bien surtida farmacopea ambulante. Me acerco a comprar una estampita de san Judas Tadeo, él es el indicado para interceder en casos harto difíciles, como el mío.

Un hombre desdentado ofrece plantas exóticas, pájaros cantarines, veneno para ratas y ropa agujerada al lado de una zanja de aguas ponzoñosas. Pegadito al drenaje destripado un marchante ha levantado un merendero de tacos, pocillos de café aromático y platos con menudencias nadando en chile guajillo bajo nubes de moscas eternas. Camiones y peseras envuelven el escenario con pompones de gases irrespirables.

Los clientes venimos desde muchas colonias vecinas, barrios violentos enemistados desde la Conquista. Todos muy pobres. Pero hoy que es día de mercado la gente anda en paz. Hasta los chiquillos, de por sí diablos hiperactivos, guardan reverente silencio cuando pasan frente al tinglado de pistolas escuadra y metralletas AR-15, juguetes esenciales para su mundo de mañana.

Mi mercado ocupa impunemente todo el ancho de la calle, bajando el puente peatonal que nadie usa para cruzar la arteria federal. Abarca incluso las aceras frente a las casas con mesas, cajones, tambaches, molotes, anafres, pacas enigmáticas, perros huesudos y camastros con bebés de pecho.

En las copas de los árboles que flanquean el recorrido brincan gorriones chileros y urracas negras, muy negras y brillantes. Elevan sus arrogantes colas al pisar tierra para robarse una viruta de fritanga. Su color es tornasolado, chispeante, festivo. También podemos ver pichones domésticos, palomas de monte y, ocasionalmente, parvadas de loros silvestres. Avecillas de verde electrizado. Ebrias y dichosas.

La sección de ropa de medio uso pinta al tianguis de lujo y glamour. Yo cambio mi guardarropa con saldos gringos. Las garras de segunda mano se clasifican encima de tarimas donde uno puede rebuscar con mucha comodidad: ajuares de dama, caballero, niños y hasta vestidos de gala. Mis amigos gustan de regatear muy a placer por unas zapatillas de tacón alto, brutas, perrísimas, muy niuyork, para sus shows travesti.

El trayecto culebrea solemne, sin prisas, sin empujones. Se extiende a lo largo de muchas, muchísimas cuadras. De una bocacalle surgen acordes vallenatos de un trío de músicos muy chavos, muy hermosos, muy morenos, muy llenos de tatuajes. Me ven que los miro con descarada lujuria. El chaparro de arracada me guiña un ojo, le doy una moneda y escapo al mostrador de alta tecnología que vende y repara teléfonos celulares. Qué cobarde me he vuelto ante los afanes del amor.

Si usted viene en uno de los muchos días de guardar el mercado simplemente estalla en una orgía de sonidos, sabores y colores. Cuánta fiebre por ver, comer, oler, estrenar, amar, curarse, gozar.

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S U B I R