Opinión
Ver día anteriorDomingo 11 de enero de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Puntos sobre las íes

Carlos Arruza XXXIX

A

sí que, dejamos al Ciclón en calidad de monstruo debido a que la sangre que comenzaban a transfundirle de Ricardo Aguilar le hizo chirris y a punto estuvo de irse al otro barrio. Se suspendió la transfusión y, a fuerza de mil preguntas y otras tantas bromas, El Chico Pollo confesó que la noche anterior se había tomado cuatro cervezas con unos cuates.

Total, anémico y sumamente débil, Carlos no tuvo más remedio que torear en Tijuana y ahí sucedió algo que fue casi un milagro.

¿Qué fue?

Nada más y nada menos que el propio Carlos confesó que esa fue la mejor tarde de su vida torera en México.

La debilidad y el agotamiento persistían, así que el doctor Ángel Ruiz prescribió un tratamiento que, poco a poco, lo fue reanimando y así siguió toreando hasta la temporada grande en México.

El antes matador (que yo agrego nunca pudo pasar de perico-perro) y dizque periodista, junto con otros varios piratas de las pluma, se dieron a escribir que aunque Carlos se presentara en México lo haría con toritos a modo, ya que no podía con los toros hechos y derechos y, aunque resulte casi imposible de creerse, ganaderos hubo que antes se decían sus admiradores y amigos le dieran la espalda y fue entonces que su presentación esa temporada fue con un encierro parchado de Zacatepec y La Laguna, domingo 16 de noviembre de 1952, para el propio Ciclón, José María Martorell y Alfredo Leal, quien tomaba la alternativa.

Su primero fue un toro horrible, de muy fea construcción y con un titipuchal de malas ideas al que trasteó como el poderoso lidiador que fue, lo que desató las iras de un sector del público (tal vez reventadores a sueldo del bribón aquel de las pluma envenenada), pero salió un astado de Zacatepec, bautizado como Bardobián, al que inmortalizó cortándole las orejas y el rabo.

Este toro vino a engrosar la lista de toros que en México se fueron con el carnicero incompletos: Holgazán, Tanguero y Maestro, de Pastejé; Barquero, de Carlos Cuevas, y a todos los cuales les quitó las orejas y los rabos, pero el tal por cual del retirado matador (de piojos sería) no cejaba en su empeño de hundirlo y, aunque sea difícil de creerse, para el domingo siguiente no se sabía de dónde serían los astados y a última hora vinieron 6 Coaxamaluca 6, que traían al diablo por dentro. Y si bien trató de lidiarlos y despacharlos, un sector del público no se lo permitió, así que Carlos, encorajinado, hasta una voltereta se dejó dar y ni por esas.

Así las cosas.

Lo inesperado

Y siguieron las intrigas.

Una hermosa corrida de don Julián Llaguno, que el propio Carlos y Heriberto García, asesor de la autoridad, vieron en el campo sobrada de peso y trapío de inmediato se mandó a México, pero el sábado la volvieron a pesar y la rechazó el juez de plaza, así que se quedó El Ciclón como las novias de pueblo.

La corrida que debía celebrarse un domingo después, se suspendió por una huelga decretada por la Unión Mexicana de Picadores y Banderilleros. Ocho días más tarde, estaba Carlos anunciado para Ciudad Juárez, pero el empresario de la México, doctor Alfonso Gaona, le dijo que se olvidara de Juárez, ya no habría más huelga, pero el caso es que sí hubo paro y nuevamente se quedó como las novias de pueblo y como el perro de las dos tortas.

Contra su costumbre de no cobrar por lo no toreado, habló con el doctor Gaona para ver cómo se iban a arreglar. El arreglo fue que el empresario le cedió el coso para se hiciera empresa el domingo 22 de febrero de 1953 y en vista de que los organizadores de la II Corrida Guadalupana no habían podido entenderse con el empresario, Carlos se los cedió con mucho gusto para su Apoderada.

Días antes, Carlos habló con su madre, con su esposa y con su gran amigo Rico Pani y les dijo que en fecha próxima les daría la sorpresa de su vida.

Tal y como fue.

El segundo toro de su lote de ese domingo se llamó Peregrino, al que le cortó las orejas y el rabo y de qué calibre sería aquel faenón –tal vez el más completo de sus actuaciones en la plaza México–; y ahí, ante la sorpresa de 45 mil aficionados que llenaron hasta el reloj la plaza más grande del mundo, Carlos Arruza El Ciclón mexicano se cortó la coleta, ante el asombro general, siendo su gran amigo el matador portugués Manolo dos Santos quien le desprendiera el añadido.

Atrás quedaban años de luchas, de sacrificios, de malos ratos, de envidias, de sustos, de percances y, obviamente, de grandes éxitos, de haberse consagrado en cuanta plaza actuó, tanto en América como en Europa, como uno de los más grandes toreros de todos los tiempos y de haber llegado a donde únicamente los privilegiados pueden hacerlo.

Como él.

+ + +

Bueno… se fue, pero no se fue.

Ya escribiremos.

(AAB)