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A la mitad del foro

La respuesta republicana

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Policías toman por asalto una tienda de alimentos kosher para poner fin a una toma de rehenes, en esta imagen de la televisión, ayer en París. Tres terroristas que efectuaron acciones separadas fueron muertos por las fuerzas del orden, aunque también perecieron tres rehenesFoto Ap
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na docena de muertos. Un atentado en París, en la cuna de los derechos del hombre. La amenaza cumplida de la intolerancia contra la libertad de expresión. Contra el humor irreverente y libre que las amenazas no silenciaron. Los periodistas, los dibujantes, los colaboradores de Charlie Hebdo, sabían que llegaría la hora de la muerte, que alguno de ellos sería asesinado por la furia ciega del jihadismo, la negación misma del Islam, de la cultura de Avicena y Aberroes. No tuvieron miedo.

En México contamos los muertos por miles. Más de un millón y medio de hombres, mujeres y niños han huido de la matanza colectiva de Siria; atrás dejaron sus muertos. En África no cesa la persecución del otro, de quienes no creen en el mismo dios, o no adoran al mismo fetiche: incontables cadáveres y constantes secuestros de niños, especialmente de niñas, dan testimonio de la estulticia totalitaria y fanática, de la religión como instrumento del miedo. Los asesinados en Charlie Hebdo no tuvieron miedo a la condena salvaje, castigo a la herejía, a la blasfemia, a la libertad de pensamiento, de expresión, de reír. Claro que eran irreverentes las obras, los dibujos, las palabras publicadas por los 10 muertos de Charlie Hebdo. No hay caricatura que no lo sea. No hay, no puede haber límite alguno al derecho de expresión, de burlarse, de exhibir la pequeñez de los sayones de las teocracias, de quienes no saben lo que es una república laica.

Una docena de ejecutados y despertó Francia. Las noticias iniciales, el incesante parloteo de la web, la radio y la televisión, sembraba inquietud porque el atentado de los dos hermanos argelinos podría favorecer a la extrema derecha francesa, al Frente Nacional de Marine Le Pen. Pero despertó la Francia de las barricadas, de la sonrisa de Voltaire, de la respuesta directa al Yo acuso de Zolá. Salieron a las calles de París, de toda Francia, a manifestarse a favor de los que no tuvieron miedo y dejaron prueba irrefutable del valor de la risa, del humor irreverente al que temen todos los fanáticos, los sacerdotes de la religión que sea, los grandes inquisidores que dictan sentencias de muerte al hombre libre. Ni expresiones penosas de duelo, ni gritos ni letreros que reclamaran venganza: la firme presencia, la afirmación del Yo soy Charlie, Je suis Charlie en el francés que volvió a ser lengua universal.

La racionalidad progresista dejaba entrever la inquietud por la reacción del odio, del chauvinismo antislámico; de una reacción en cadena del estallido antisemita que amenaza a Francia entre las miserias políticas, la corrupción, la desigualdad, el desempleo y el desprecio a la otredad. Pero las cientos de miles que salieron a la calle dieron testimonio claro de la fortaleza y vigencia de los valores republicanos, del laicismo que garantiza, paradójicamente, la libertad de creencias, de religión, de pensamiento, de expresión; el horizonte visible, posible, de Libertad, igualdad, fraternidad. Los que salieron sin un llamado de autoridad alguna, sin repiques de campanas, sin más impulso que el de la solidaridad. Y el respeto, la admiración, por los que no tuvieron miedo.

Hoy domingo, la marcha a la que convocó François Hollande, el presidente de Francia, el socialista apocado, disminuido por la incongruente política económica de la ortodoxia neoconservadora. El golpe del oscurantismo permitió a Hollande recuperar por un instante la imagen de conductor de Francia, de la cuna de los derechos humanos. Y en honor a los 10 muertos que no tuvieron miedo, a los que las amenazas cumplidas del terrorismo no pudieron silenciar, marcharon al lado de François Hollande, Angela Merkel, de Alemania; David Cameron, de la Gran Bretaña; Matteo Renzi, de Italia; Mariano Rajoy, de España; Donald Tusk, del Consejo Europeo; Claude Juncker, de la Comisión Europea, y los jefes de gobierno de Dinamarca, Holanda, Finlandia, Portugal, Malta, Luxemburgo. Y del resto del mundo. De Washington llegó Barack Obama.

Antes de la marcha se escucharon las voces del mundo musulmán, de jefes políticos, de gobierno, de históricos enemigos de Israel. El presidente de Irán, Hassan Rohani, dijo: La violencia y el terrorismo son condenables tanto en los países de la región como en Europa o Estados Unidos. Y Hassán Nasrrallah, líder de Hezbolá, el movimiento chiíta del Líbano, afirmó que los terroristas islámicos han hecho más daño al Islam que cualquier caricatura o libro que se burla de Mahoma. En París se escucharía la voz de Malek Merabet, hermano de Ahmed Merabet, el policía ejecutado por los terroristas en pleno día, en la calle, frente a las oficinas de Charlie Hebdo: Mi hermano era musulmán, él fue ejecutado por falsos musulmanes (...) Dejen de hacer amalgamas, de desatar guerras, de incendiar mezquitas o sinagogas (...) Me dirijo a todos los racistas, islamófobos y antisemitas; no hay que mezclar los extremistas y los musulmanes.

Los dos hermanos que dispararon los Kalashnikov eran de origen argelino. La Jornada de ayer sábado publica un artículo de Robert Fisk. Informado, conocedor, testigo comprometido de su tiempo, Fisk apunta que “tal vez todos los reportes de periódico y televisión deberían llevar un ‘ángulo histórico’, un pequeño recordatorio de que nada –nada en absoluto– ocurre sin un pasado histórico”. De la guerra de Argel, de los años de violencia y muerte; de la liberación al borde de una guerra civil en Francia; de Charles de Gaulle y los pied noirs que pasaron de amos a perseguidos, de colonizadores a desterrados. De las miserias de la política y las fortunas de los políticos. Hay testimonios abundantes, de intelectuales y cineastas, del tránsito del radical Boumedienne a los mercachifles que siguieron y enviaron sus millones a la banca suiza.

Nada ocurre sin un pasado histórico. Los maestros de la Ceteg son conductores de los normalistas y voceros de los padres de los 43 desaparecidos que conmovieron al mundo y exhibieron el fango de la complicidad del crimen organizado y las autoridades constituidas de Iguala, de Cocula, de la Costa Grande y la Costa Chica, de la Montaña; del corredor del sur que enlaza Guerrero, Michoacán, Morelos y el estado de México. Han tomado oficinas públicas, sedes de partidos políticos, del Congreso local. Incendiaron el palacio de gobierno y demandan la suspensión de elecciones en el estado. Después de bloqueos de la carretera de cuota, negociaron y han dado paso a la circulación a cambio de una ayuda para la causa.

Y el turismo volvió a Acapulco. Y los maestros volvieron a ser víctimas de los grupos criminales que exigen cuotas, que demandan parte de su salario en las zonas rurales a las que no llegan las tropas de las fuerzas armadas que el gobierno federal envió para rescatar el turismo, la industria hotelera, las playas cuya fama mundial se diluyó. Paraíso para el viajero mexicano, si no fuera porque hay más asesinatos que en cualquiera otra de nuestras poblaciones asoladas por la violencia.

En las afueras hay 100 escuelas cerradas. Los maestros no acuden por temor a la violencia de quienes les exigen parte de su sueldo, porque la seguridad pública no es para los pobres. El profesor Jesús Padilla Roque fue asesinado ayer en Acapulco. Trató de impedir que asaltaran a su madre, quien había retirado dinero de un banco.

Y ya empieza la exhibición impúdica de millones de espots, espacios vacíos de propuestas, para campañas de ilotas, pretexto para eludir el debate. Consecuencia del pasado inmediato, de la ausencia de memoria histórica.