Política
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Los 90 años de Ernesto Cardenal
E

rnesto Cardenal cumple 90 años en este mes de enero. Desde sus inicios ya podemos advertir ese poder descriptivo que ha caracterizado su poesía, el registro de hechos, a veces a manera de inventario, que exalta lo cotidiano.

La naturaleza narrativa de esta poesía, que la acerca a las fronteras de la prosa y no pocas veces traspasa esas fronteras, es lo que se ha dado en llamar exteriorismo, término que puede prestarse a confusiones, pues parecería negar la dimensión íntima que esta poesía tiene, y que alcanza a plenitud cuando entra en el territorio místico, que es el de la confesión.

Lo que Ernesto hace es utilizar los elementos del mundo exterior, ese que creemos visible y palpable, para trasegarlos hacia la intimidad y hacer que nos hablen al oído y nos enseñen que aun lo más prosaico posee un misterio. Una poesía que se aleja de la abstracción para acercarnos a las emociones, y tiene una memoria visual.

Desde entonces se encamina ya hacia la poesía narrativa, y así llegará en 1957 Hora 0, relato de las dictaduras tropicales de Centroamérica en tiempos de las repúblicas bananeras. Es aquí donde la historia presente comenzará a entrar en su poesía.

Y desde ese registro, que se puede ver y tocar, pasará en Gethsemani Ky, publicado en 1960, a darnos el relato en contrapunto de su vida de novicio en un monasterio trapense de Kentucky. A partir de allí empezará a vivir una religiosidad a fondo que con el tiempo lo llevará al terreno del misticismo liberador y al compromiso político desde la fe.

Luego vendrán sus Epigramas, publicados en 1961 pero escritos en los años anteriores a su entrada a la trapa. Entre ellos figuran algunos de sus poemas más populares, sobre todos los de tema amoroso, de ingeniosa precisión.

Por mala salud no pudo seguir en el monasterio trapense, pero continuó sus estudios sacerdotales y fue ordenado en 1965, cuando fundó la comunidad cristiana del archipiélago de Solentiname, en el Gran Lago de Nicaragua.

De este tiempo son los Salmos, escritos en el tono admonitorio de los del Antiguo Testamento, pero llevando los suyos a los asuntos de la vida moderna: la opresión, los sistemas totalitarios, el genocidio, los campos de concentración, las amenazas del cataclismo nuclear, la inmoralidad del poder económico, la soledad del hombre moderno.

La muerte en 1962 de Marilyn Monroe, uno de los íconos del siglo XX, inspiró uno de sus poemas más famosos. Esta elegía cuenta la vida de la muchacha que como toda empleadita de tienda soñó ser estrella de cine, y abre una profunda reflexión sobre la fabricación de los ídolos del espectáculo a costa de los propios seres humanos elevados a los altares de la fama.

Luego vendría, en 1966, El estrecho dudoso. Apegándose a la letra de las crónicas de Indias y los documentos administrativos de la Corona, y a la vez iluminándolos, revive episodios de la conquista fijados alrededor de la obsesión por el estrecho dudoso, el paso hacia la mar del Sur buscado tan afanosamente desde entonces, asunto pernicioso que ha tenido mucho que ver con la historia de Nicaragua, donde la ambición por el canal interoceánico sigue causando estragos.

Su compromiso con los pobres, y por la liberación, iba en la comunidad de Solentiname más allá de las palabras. Cuando en octubre de 1977 los guerrilleros atacaron varios cuarteles militares, entre los que participaron en el asalto a la guarnición de San Carlos, un puerto ubicado en la confluencia del Gran Lago con el río San Juan, se hallaban los muchachos de la comunidad campesina de Ernesto.

Al sobrevenir el triunfo de la revolución, en 1979, fue nombrado ministro de Cultura, y entró en conflicto con el Vaticano, que exigía su renuncia, igual que la renuncia de los demás sacerdotes que ocupaban cargos en el gobierno. Cuando el papa Juan Pablo II visitó Nicaragua en 1983, se hizo célebre la fotografía del momento en que, con el dedo alzado en señal de admonición, el pontífice reprende a Ernesto.

Permaneció en ese cargo hasta 1987, cuando renunció, en medio de amargos conflictos con Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo. En La revolución perdida, el tercer tomo de sus memorias, que apareció en 2004, puede leerse su juicio, que es también profético por implacable, sobre quienes malversaron aquel proceso en el que él se comprometió a fondo, desde su fe y desde sus convicciones espirituales.

En adelante su escritura comenzará a dar ese vuelco trascendental que lo lleva hasta el Cántico cósmico, de 1989. Es cuando alcanza las alturas de la poesía mística, esa comunicación solitaria con la divinidad que se convierte en una relación de pleno erotismo, el alma que se acopla con su creador en el más exaltado de los gozos, tal como San Juan de la Cruz y Santa Teresa.

Pero en su ascensión mística hay una ambiciosa exploración del origen del universo; y así como antes ha aprovechado los documentos de la historia para componer sus poemas narrativos, ahora lo que utiliza son los textos científicos, de la física cuántica a la astronomía, la geología, la biología, la antropología, para componer su crónica del universo.

En esta visión monumental, donde todo se funde y se condensa, junto a la mística como íntima vivencia personal del poeta entra la exploración científica de los cielos, y entran también los recuerdos de su propio pasado, la vieja Granada de su infancia, las muchachas que amó en la adolescencia, los episodios de su juventud.

Un gran final de fiesta que funde los misterios de la creación y los de la existencia, el cosmos y el microcosmos, y va de los agujeros negros a la célula, de las galaxias perdidas a los protones, y la mirada mística busca en el Creador la explicación de todas las cosas, amor, muerte, poder, locura, pasado y futuro, formas todas de la eternidad.

Masatepe, enero de 2015

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