Opinión
Ver día anteriorDomingo 4 de enero de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Un esquivo amanecer
L

as consecuencias de años de miopía y avidez se juntaron el año pasado y, como en cascada, cayeron sobre nosotros sin clemencia. Los calificativos se agotaron y las posposiciones perdieron toda eficacia.

Ahora sólo queda la realidad incandescente de la violencia y el crimen que abarca todos los imaginarios y arrincona sin piedad las expectativas apenas esbozadas al calor de trepidantes modificaciones del orden político y jurídico. No hubo tiempo ni ganas para explicar motivos y argumentar perspectivas, y todo parecía un momento alucinante del que habría de surgir una epifanía portadora de panoramas y mensajes de redención y progreso que, en sucesivos relevos, nos llevarían a superar largas décadas de mediocridad económica, para también dejar atrás lustros de cansino aprendizaje democrático sin poder concluir un acuerdo fundamental para sostener el buen gobierno de las cosas y las gentes.

Con el Pacto por México, calificado de proeza política tan pronto se firmó, los partidos parecían dispuestos a desempeñar su tarea como entidades de interés público y el gobierno parecía, a su vez, listo para encabezar y encauzar, proponer y realizar misiones destinadas a volver realidad cotidiana la mítica modernidad siempre buscada y celebrada, pero siempre pospuesta por las crisis de la economía y los traspiés de una política que más bien parecía empeñada en vivir siempre en transición. Hoy tenemos que rendirnos a la evidencia cruel de nuestra provisionalidad contumaz, cuyo reconocimiento claro y sin subterfugios se ha vuelto una condición sin la cual no habrá manera de salir del estancamiento moral y mental que nos oprime y enceguece.

No hay momento mágico ni despeje milagroso; sólo están en el horizonte trabajos pesados y días nublados. Las recuperaciones obtenidas por la economía estadunidense ofrecen alivio, pero por sí solas no alcanzan para el necesario despegue de la nave productiva y, mucho menos, para mantenerla en el espacio. Debía estar claro ya para todos que el tipo de capitalismo que emergió de los descalabros de los años 80 del siglo pasado no funciona como motor eficiente para el conjunto de la sociedad. Lo que nos ha dejado son rezagos mayúsculos en la existencia colectiva y un aparato productivo incompleto y desarticulado, de cuya dinámica no se pueden esperar frutos virtuosos en el empleo y el ingreso de las masas laborantes.

Debía estar claro, pero no lo está. Para los ganadores, que son pocos pero han conseguido alumbrar la ilusión de muchos más, no sólo no está clara la insuficiencia dinámica del modelo, sino que admitirlo como posibilidad implica el principio de una revisión inaceptable, una derrota inadmisible. De ahí la necedad de la propaganda en que se empeñan las élites económicas, y sus maniobras y chantajes para someter al Estado y al país en su conjunto a una inmovilidad que se ha vuelto corrosiva, a la vez que autodestructiva, por dar lugar a pugnas distributivas sin cauce ni concierto. El tema de la reforma fiscal y sus frustraciones adquiere aquí su enorme singularidad política e histórica y define para mal nuestro futuro próximo.

Los ganadores han tenido éxito y forman legiones de opositores a toda reforma que traiga consigo un mínimo de congruencia social que, para serlo, debe ser redistributiva. Del enojo se pasó al reclamo y de éste a la exigencia de rendición incondicional del Estado que, sin recursos suficientes, simplemente no puede serlo.

Desde estas páginas, incluso, se ha sentenciado a la reforma tímida emprendida y pronto suspendida al describirla como el factor eficiente del estancamiento; otras voces y desde otros ámbitos se unieron al coro de la cúpula dineraria para formar una intrigante coalición regresiva destinada a encubrir, cuando no a celebrar, la evasión y la elusión fiscales, que en nuestro caso es una renuncia a la ciudadanía, porque cercena el piso mínimo requerido para ser comunidad. Y en las filas delanteras, en una vanguardia lastimosa, aparecen diputados y senadores de todos los partidos para quienes el Estado se volvió botín y estación de paso.

Regenerar y rehabilitar; calafatear para luego reconducir y recargar el buque son tareas indispensables, pero sin glamour ni ganancia pronta y convertible, pero es eso lo que hay que hacer y empezar a hacerlo ya, desde el foro más humilde de una deliberación sin pausa que, sin embargo, tiene que hacerse sin prisa.

Sabia virtud, decía Renato, es conocer el tiempo; sabios serán quienes lo admitan y reconozcan además que en los ritmos está la clave de un gradualismo que podrá acelerarse si y sólo si aprendemos sobre la marcha a administrar los pasos, los nuestros y los de los demás. Para darle color y sabor humano a estas marchas estaba la política, esa gran ausente, desconocida como práctica creativa para varias generaciones de mexicanos nacidos antier, pero apenas bautizados ayer en la pila de la adversidad y la rebatiña. Después del espectáculo supremo de la tremenda Corte, más nos vale tratar de recordar lo que era el amanecer.