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Alberto Vargas monta exposición en el Museo Federico Silva, de San Luis Potosí

Hacer esculturas en México es terquedad; las personas prefieren comprar una pintura
 
Periódico La Jornada
Jueves 18 de diciembre de 2014, p. 4

En México, ser escultor hoy se llama obsesión, en una época en la que no abunda el dinero público para encargar obra.

De acuerdo con Alberto Vargas (Monterrey, 1958), también se llama terquedad, en la medida que no necesariamente lo hago para vender. Si la pintura es difícil de vender, la escultura lo es más, porque las personas batallan para colgar un cuadro, pero para colocar una escultura se les complica aún más. No lo entienden y prefieren comprar una pintura.

Del escultor, el Museo Federico Silva Escultura Contemporánea, ubicado en San Luis Potosí –recinto que cumplió 11 años en septiembre pasado– presenta la exposición Levedad y solidez: la mesura de la forma, que reúne 30 piezas creadas entre 1996 y 2014.

Después de estudiar arquitectura, Vargas cursó la carrera de bellas artes en la Universidad de Texas, en Austin. Durante los años recientes ha realizado una serie de proyectos en arquitectura, paisajismo y escultura urbana. Su interés en las culturas prehispánica, egipcia, islámica y greco-latina es determinante en su obra.

En el catálogo de la exposición, el crítico de arte Jorge Alberto Manrique escribe que las esculturas del expositor inquieren ¿de dónde y por qué esos trozos de arquitectura, esas formas erectas? Asegura que evocar y recordar son las palabras claves en su abecedario escultórico.

Las obras de Vargas no son edificios ni trazos de edificios, ni tampoco ruinas, pero evocan la antigua arquitectura de los griegos y romanos u otros ámbitos. Estas estructuras fatigan los restos inútiles y, en su pulcritud, sugieren e insinúan esta historia, señala Manrique.

Fascinación por el óxido

Las esculturas de Alberto Vargas son de acero metal, acero inoxidable, latón, granito, mármol, alabastro, plata, que, luego, combinan entre sí, o con piedra de ámbar, la hoja de oro o el cobre.

Explica: No nada más es la sensación visual, sino algo que va mucho más allá del sentimiento. El material tiene vibraciones distintas, se sienten diferentes. Hay personas que confunden o mezclan los cinco sentidos. A veces pruebo algo y me sabe a azul o rojo, o veo un color y me sabe a algo, no sé. Existe en la mente una línea divisoria en la que a veces los colores me saben a algo o un sabor me sabe a un color.

No obstante, el escultor se identifica mucho con el metal, porque este material “de un modo u otro ha sido parte de mi vida desde mi niñez, como una referencia de mi abuelo paterno, que trabajaba en el Fundidora de Monterrey. Cada vez que pasábamos por allí mi madre me decía, ‘allí trabaja tu abuelo’. Y cuando veía estas torres gigantescas, todas oxidadas, de donde salía el humo cuando producían acero, pensaba qué personas vivían allí”.

Respecto de Una noche senté a la Belleza en mis rodillas, cuyas velas se prenden con fuego, expresa: Me gusta jugar a veces, no hay que ser tan serios en la vida. El juego también es interesante. Al arquitecto chino (Leon Ming) Pei le gustaba poner sobre el piso esculturas de acero, por ejemplo, de Eduardo Chillida o Richard Serra. Al momento de llover manchaban el mármol. Todo el mundo decía, se está manchando el mármol, y Pei decía que de eso se trata. Está agarrando sus raíces, su verdadero sitio.

Vargas tiene fascinación por el óxido: Muchas personas lo ven como un material deleznable, que ya es un fierro viejo, que no sirve, y más en las ciudades industriales. Dicen, píntenlo. Jamás lo pintaría.