Deportes
Ver día anteriorLunes 1º de diciembre de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
Toros

En la sexta corrida en la Plaza México continuó imperando la mansedumbre voluntariosa

Con la encerrona de Zotoluco la tauromafia alcanza su merecido nivel de apoteosis

Oreja en dos toros

Lucido par de Christian Sánchez

Bello quite de Guillermo Martínez

Foto
El matador Eulalio López, Zotoluco, lidió su primera encerrona en la monumental Plaza de Toros MéxicoFoto Notimex
 
Periódico La Jornada
Lunes 1º de diciembre de 2014, p. a43

En la sólida tradición de autoengaño institucional y colectivo que ha caracterizado al reciente medio siglo mexicano destaca la fiesta de los toros, ese encuentro sacrificial entre dos individuos ya con 488 años de antigüedad en el país, y que en el siglo pasado lograra niveles de profesionalismo y de expresión identitaria, de reses y de hombres, sólo alcanzados por España. De mediados de los años 70 para acá, el deliberado declive del espectáculo no parece tener freno.

Esta introducción para dimensionar la extraña encerrona de un torero como Eulalio López Zotoluco, nacido hace 46 años 10 meses en el barrio de Azcapotzalco, DF, que hace 28 años tomó la alternativa en la población de San Buenaventura, Coahuila, y este año lleva toreadas 19 corridas. Ello gracias a su cabeza, valentía y entrega, no obstante lo basto de su toreo de capa y cierta tendencia eléctrica con la muleta.

Luego de tres esforzadas y dignísimas temporadas en España, en una de las cuales toreó la camada completa de la legendaria ganadería de Miura y acalló al ruidoso público de Pamplona, Eulalio regresó a su país con el firme propósito de convertirse en cabeza de ratón y acusar lo que se conoce como el síndrome de Vicente Fernández, o cuando al negocio del espectáculo le conviene reforzar a una o dos figuras en vez de propiciar la competencia pareja con diversos exponentes y favorecer el fortalecimiento de un arte. Sale más barato.

¿A quién ha beneficiado una fiesta de toros con un aguerrido diestro de limitada expresión estética y escaso carisma como única figura? Bueno, y aunque las figuras ya no llenan las plazas, a los que hacen una fiesta de toros de espaldas al público y a las utilidades estrictamente taurinas, en otro de los múltiples abusos de la autorregulación, tan solapada por las autoridades.

Y si bien Lalo entiende a los toros –o su aproximación– como pocos, no acabó de entender su momento taurino y, al igual que el hoyhoyhoy con la ciudadanía, no logró asimilar su responsabilidad histórica ante una afición urgida de toros bravos y de toreros competitivos debidamente estimulados.

Por eso en su encerrona en la Plaza México el paciente público hizo menos de media entrada para aplaudir casi todo lo que hiciera el torero ante seis escogidos toros, decorosamente presentados pero escasos de bravura y de transmisión de peligro, excepto su tercero, de Jaral de Peñas, uno de los dos que recargaron en el monopuyazo y al que dejó preciso par Christian Sánchez, pero ante el que Zotoluco no se confió ni logró someter. Lo mató de feo bajonazo. El otro que exigía más lidia y menos fama fue el berrendo de Montecristo, que hizo cuarto y recargó en la vara de trámite. El diestro lo quiso torear por bajo antes de sujetarlo, por lo que las series le resultaron poco templadas. Dejó otra entera caída.

Con su segundo, un bello castaño de Javier Garfias al que instrumentó un apresurado quite por navarras, sin dejar de sosear, colaboró en tandas por ambos lados, y como dejara la espada en buen sitio, obtuvo la primera oreja. El que debió irse sin el rabo fue el quinto, de Xajay, que no obstante el puyazo de trámite acusó codicia, claridad y son en la embestida. Eulalio empezó la faena con rodillazos innecesarios y tandas eléctricas, que fueron atenuándose ante la calidad y fijeza del astado. El toro tardó en doblar, el juez mandó un aviso, soltó la oreja y ordenó arrastre lento al mal aprovechado burel.

Al abreplaza de Marrón, Lalo le tuvo que rogar algunos pases y alguien dijo: es un soso voluntarioso. ¿Cuál de los dos?, preguntó una joven. Y el cierraplaza de Fernando de la Mora, con kilos pero sin cara, al que realizó estupendo quite por faroles invertidos el sobresaliente Guillermo Martínez, poco se dejó hacer, no obstante su esperanzador inicio.