Opinión
Ver día anteriorMartes 28 de octubre de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El inmenso desafío
L

o vive la sociedad mexicana. Y lo tendría que enfrentar y darle un cauce, con mayor necesidad aún, el pueblo excluido. El Estado, sus instituciones, los partidos políticos, no crearon esta ultraheterogénea y brutalmente desigual sociedad mexicana, sino a la inversa. Los estados/nación no crearon a las sociedades que las gobiernan, sino al revés. Todo es obra de los hombres agrupados en asociaciones conformadas por los giros caprichosos del caleidoscopio de los siglos. Pero las sociedades con frecuencia desconocen cuáles son sus propias obras y cómo el Estado puede así, de regreso, volverse contra la sociedad misma e intentar proveer equilibrios que mantengan unida a una sociedad que no lo está, para el beneficio continuo de los beneficiados. La sociedad creó los partidos políticos que no la representan, a pesar de ser partidos (supuestos representantes de partes de la sociedad). Las sociedades han creado sus villanos, sus truhanes y sus héroes.

En su último tramo histórico México vio cómo un número significativo y creciente de mexicanos rechazaban el cuasi desfiguro de Estado de bienestar rotulado nacionalismo revolucionario: la entera sociedad mexicana ya no cabía en la camisa de fuerza del régimen de la revolución mexicana. Fue 1968 el primer gran aviso. López Portillo –ha sido escrito mil veces–, tuvo conciencia de que el mío es el último régimen de la Revolución Mexicana. La sociedad mexicana no sabía que la espesa capa del régimen neoliberal caería sobre ella, aunque el último espécimen revolucionario en Los Pinos sí sabía que en las entrañas del Estado había crecido el huevo de la serpiente del que emergería un ejercito de tamaño suficiente, listo para confluir con la globalización y el Estado neoliberal y su régimen gerencial en el manejo de las instituciones estatales.

El Estado obeso, se dijo, no es un Estado fuerte. Fue entonces jibarizado (Fernando Fajnzylber dixit), pero eso no lo hizo fuerte. Nunca las instituciones del Estado fueron tan débiles como en el presente. Rebasadas como están en mil puntos del territorio, sus operadores no saben que harán con el desbordamiento de la violencia y la posible proximidad de la ingobernabilidad, mientras la desigualdad socioeconómica arrecia y la dependencia de las finanzas públicas respecto al precio del petróleo y la aguda dependencia de la economía mexicana respecto a la actividad industrial estadunidense y la suerte del dólar, siguen escalando sin descanso.

Hace tiempo que en México hay conciencia sobre la imperiosa necesidad de una reforma del Estado. Muchos han trabajado arduamente en ideas y propuestas. Por ahora el gobierno parece despreocupado del asunto; gobierno y partidos políticos están en lo suyo: las próximas elecciones. Mientras el mundo clama por Ayotzinapa, los partidos y sus corrientes piensan en sí mismos. Las elecciones intermedias ya vienen y lo principal es lo principal: el control del aparato legislativo; aunque el Ejecutivo se crispa ante la posibilidad de que la inestabilidad social atore la reforma energética y demás obras magnas (como el aeropuerto).

¿Dónde está el Estado?, es una pegunta que se repite cada día aquí y allá. Los agraviados por mil ofensas toman en sus manos la justicia. Toman casetas viales, incendian edificios municipales, asaltan tiendas y supermercados. ¿Y las instituciones que debieran guardar el orden público? No están, o hacen como que no están, o son parte del crimen organizado.

¿Están los partidos conscientes de que las instituciones del Estado están entecas, e inservibles para lo que fueron creadas?, ¿se imaginan el futuro del sistema político en tierra de nadie?

La reforma, la limpieza y el fortalecimiento de las instituciones del Estado es una necesidad que la sociedad requiere como el oxígeno. Tenemos un sistema electoral que funciona a duras penas, pero al día siguiente que fue electo el parlamento, éste deja de ser representante de la sociedad. En el voto termina la democracia ciudadana. Está por verse si la relección de los parlamentarios va a mejorar la calidad de la democracia. ¿Cómo es que los ciudadanos podrán demandar información y gestión a sus representantes?

La desigualdad es un clamor planetario. México se encuentra en la escala de los de hasta abajo. ¿Podemos hacer un pacto por la igualdad?, ¿podrían hacerlo los partidos políticos? No parece.

Sí, el desafío de la sociedad es inmenso, porque por ahora ni los gobernantes ni los partidos se pondrán a construir un Estado/nación digno de reconocer como uno de personas de iguales y efectivos derechos para todos. Un régimen esclavista, del que quedan rescoldos aquí y allá, reconocía como humanos a los esclavos, pero no como personas. ¿No vemos abundantes rescoldos en nuestro suelo?

Está claro que el sector público (Estado) y el sector privado (mercado) están lejos de poder con el peso abrumador de los problemas sociales, económicos y políticos que vive el país. Menos aún cuando ambos sectores se han confundido, no sólo con el mercado legal, sino aquí y allá también con el del crimen organizado (sin que sepamos dónde, quiénes y en qué medida).

Es hora de hablar nuevamente de la reforma del Estado y de empezar hablar seriamente de un tercer sector vinculado de cerca a la democracia participativa: un sector público no estatal. La mayor parte de la educación superior está organizada así (aunque requiere su propia reforma); ¿podemos hacerlo con otras áreas, por ejemplo, la salud?